“El estrés financiero está directamente relacionado con la aparición de enfermedades, no sólo físicas, sino también mentales”.

Jaime Ruiz-Tagle V.

Director Departamento de Economía U. de Chile,

Investigador Nucleo Milenio en Desarrollo Social

Llegan las vacaciones y es habitual escuchar sobre endeudamiento excesivo, seguido de las mismas recomendaciones de siempre para evitarlo. Pero el sobreendeudamiento no es patrimonio de las fiestas de fin de año ni de las vacaciones. En septiembre tenemos Fiestas Patrias —que el año pasado fueron cinco días feriados— y en marzo, la vuelta a clases, cada ocasión acompañada de gastos adicionales.

Si consideramos otros datos —como los de la Asociación Nacional Automotriz de Chile (ANAC) que señaló que las ventas de autos nuevos en 2018 superaron el récord de 2013, o las ventas del Cybermonday, que según la Cámara de Comercio de Santiago han sobrepasado las expectativas— tenemos un escenario con gastos en distintos frentes y de manera permanente para muchos chilenos, lo que, eventualmente, podría derivar en que las personas se endeudan más de lo que su presupuesto les permite.

Aunque el sobreendeudamiento —entendido como el gasto de más de un 30% de los ingresos mensuales en pago de deuda de consumo— puede tener consecuencias positivas para las personas, como la opción de amortiguar gastos del hogar en un período de tiempo extenso, o el acceso a créditos más baratos que permitan financiar inversiones como vivienda o educación, las consecuencias negativas pueden exceder el ámbito financiero y afectar directamente la salud de las personas.

De acuerdo a una investigación que realizamos con Daniel Hojman y Álvaro Miranda, el estrés financiero está directamente relacionado con la aparición de enfermedades, no sólo físicas, sino también mentales. Llama la atención que sea la depresión la enfermedad que más se asocia al sobreendeudamiento, pues justamente esta afección tiene en Chile una prevalencia de 17%, según la Encuesta de Salud (2010). También es llamativo que los síntomas de depresión son mayores a medida que aumenta la deuda, y que disminuyen cuando el individuo reduce su nivel de endeudamiento. Todo esto, una vez que se han descartado otros factores que pudieran incidir en un cuadro depresivo, como situaciones personales o el efecto de una disminución repentina de ingresos.

La educación financiera cumple un papel clave para evitar caer en un sobreendeudamiento que afecte la salud de las personas. En ese sentido, se aplauden todos los esfuerzos —independiente de donde provengan— destinados a generar conciencia respecto de la importancia del equilibrio de las finanzas personales. Sin embargo, una vez que la salud ya ha sido afectada por altos niveles de endeudamiento, la sugerencia es aplicar medidas integrales que contemplen tanto los aspectos médicos como los económicos, como asesoría en manejo y planificación de deuda.

De todas maneras, en vísperas de las vacaciones y la “marzitis”, no está de más la recomendación de priorizar y planificar bien sus gastos, para prevenir depresión económica y mental.

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Juan Cristóbal Portales

Director Magíster en Comunicación Estratégica UAI

Los xennials, la generación nacida a fines de los 70 y durante los 80 (ubicada entre la generación X y los millennials), que transita entre una cultura analógica y otra digital, adquiere cada vez más influencia no sólo en la política, también en la cultura o el consumo. En las elecciones de 2016 en Estados Unidos, los votantes millennial, xennial y de la generación X superaron por primera vez en número a los boomers, según el Centro de Investigación Pew. En el Reino Unido, su impacto ya es visible. El sorprendente triunfo del Partido Laborista, medido en la proporción de escaños en las elecciones generales de 2017, se atribuye principalmente a los votantes más jóvenes, entre ellos los xennials.

Este grupo combina el poder adquisitivo y los hábitos de los adultos con valores millennial: desde la preocupación por el cambio climático y la igualdad de género, hasta una determinación sin complejos por enfrentar desafíos sistémicos únicos y heredados, como la deuda de los estudiantes, un mercado laboral precario, el acceso a una salud de calidad o los precios de la vivienda. Y si bien tiende a rechazar políticamente un statu quo o una política nostálgica, que se refugian o sobreutilizan viejos estandartes, símbolos o alianzas de carácter procedimental, también valoran el diálogo como fórmula de construcción política y social.

Ahí están los ejemplos de Alexandria Ocasio-Cortez, 28 años, socialdemócrata, ganadora de las elecciones para el Congreso por el 14º distrito de Nueva York; Andrew Gillum, 39 años, y nominado demócrata en 2018 para gobernador del Estado de Florida. En Chile aparecen nuevos referentes políticos. Por nombrar algunos, los alcaldes Jorge Sharp en Valparaíso (33 años) o Claudio Castro (DC, 35 años) en Renca, ambos con una base de apoyo amplia a su gestión local, o el diputado Jaime Bellolio (UDI, 38 años), detractor de la corriente «bolsonarista» en su partido.

Se espera que, durante 2019, los nuevos adultos de hoy se sigan consolidando como el núcleo de influencia política más importante. Para ello será fundamental su capacidad para articular ideas y esfuerzos más allá de un liderazgo personalista-mediático, su disposición a construir un relato que supere recursos facilistas y proclamas añejas, y que sepan darle contenido y convocar elencos que avancen en la tarea de construir un país moderno e inclusivo.

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“El Estado debe cambiar sus criterios de financiamiento y las universidades deberán enseñar a los investigadores a hablar y a escribir en castellano”.

Fernando Balcells

Dos buenas cartas al diario de hace unas semanas revelan lo que podrían aportar las universidades si investigaran sistemáticamente los antecedentes y los efectos de las promesas de las políticas públicas. Un académico de la U. de Chile revela los estudios matemáticos realizados sobre los supuestos del Transantiago y muestra que el modelo consideró, desde siempre, un aumento de los tiempos de traslado, una multiplicación de los transbordos y una reducción del número de buses circulando.

Una segunda carta daba a conocer estudios de la escuela de Economía de la UC sobre los efectos del cambio de la PAA a la PSU en la equidad de la admisión. Señala el autor que el efecto fue una menor equidad. Contrariamente a lo prometido, aumentó la concentración de alumnos de los diez colegios de mejor rendimiento en la prueba (de 28% a 38% del total de ingresados) y disminuyó la diversidad de colegios representados en el ingreso a esa escuela (de un total de 112 colegios distintos a 98).

Estas cartas, testimonios históricos no considerados,se publican para influir en debates actuales. Una, para llamar la atención sobre la importancia práctica de los modelos teóricos y la necesidad de traducir el idioma académico a lenguaje ciudadano. La otra, sobre la necesidad de considerar experiencias políticas que dieron resultados contrarios a los esperados. Lamentablemente, la sociedad no es un interlocutor que las universidades consideren en su quehacer. Esto facilita la vida a una política que no rinde cuentas de las consecuencias de sus programas.

Ningún indicador de calidad de las universidades considera la interrelación con la sociedad. Ello las deja en manos de un mercado público y privado que sólo financia conocimientos rentables. La educación y el transporte público se habrían beneficiado ampliamente de una participación de la academia en la elaboración de puntos de vista autónomos y ciudadanos sobre los problemas.

Para ello, el Estado debe cambiar sus criterios de financiamiento y las universidades deberán enseñar a los investigadores a hablar y a escribir en castellano. Tendrán que cuidarse del riesgo de pasar de la oscuridad docente a la ciencia ficción retrasada en la que caemos a veces. Sobre todo, se debe entrenar a los académicos a complementar las lógicas disciplinarias con la inteligencia de los problemas comunes a la ciencia y a la gente. Es necesario alentarlos a participar en los debates públicos. La referencia cruzada entre la experiencia de los ciudadanos y los argumentos académicos podría dar mayor densidad y exigir mayor responsabilidad en las políticas públicas.

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