Joan Usano (49, Olot, Cataluña) es un personaje ineludible del paisaje urbano del Drugstore.

Catalán irónico, malo para sobar lomos ajenos, pero sentimental y bromista en el trato personal, su presencia hierática disuade a los brutos sin paciencia que intentan profanar la paz civilizada de su librería.

El ritmo impasible del dueño de la Takk ha hecho que el público sea selecto y refinado; siendo imposible ver personas entrando a su local hablando por celular o de plata ni muchos menos sorbeteando un helado.

Hijo de trabajadores semianalfabetos, cuenta que sus padres le enseñaron la importancia del rigor profesional.

Refugio para solitarios y enclave social para escritores como Germán Marín, Diego Maquieira, Gonzalo Contreras o Rafael Gumucio, la Takk, más que una librería, es un lugar de encuentro que siempre está abierto y que goza de una clientela fiel: parroquianos que van 3 o 4 veces a la semana y que muchas veces solo quieren conversar con el dueño.

Su éxito, dice Joan, ha sido seguir siendo fiel a sus gustos, rechazando la oferta de las librerías de retail.

—¿En qué se diferencia un librero, como oficio, a un vendedor de libros?

—Es lo mismo. Lo que pasa es que los seres humanos siempre inventan categorías. Pero supongo que tu pregunta es tramposa y presupone que el librero es más romántico que el vendedor de libros. No sé. Al fin y al cabo es un negocio: no puedes vender por debajo de un costo, pero tampoco puedes renunciar a tener un fondo permanente de libros clásicos. Tiempo atrás me decían que la Takk era una librería boutique y yo me ofendía.

—¿Qué entiendes por fondo?

—Que la librería tenga una base de libros clásicos de la literatura universal: long sellers. Libros que siempre se venden.

—¿Cuántos ejemplares tienes en tu librería?

—Cerca de 22 mil títulos. Nunca lo he calculado, pero al ojo vendría a ser eso. Yo tengo mucho libro único, es decir, cuento con un solo ejemplar.

—¿Por qué?

—Porque son libros que se van a mover una vez al año. No puedes tener más porque te sobrestockeas y no hay espacio para guardar.

—¿Por qué tienes clientes fieles, que entran a la librería para conversar?

—Aquí se habla de cualquier cosa. Se cambia el mundo, se critica, se analiza; es muy divertido. La gente me dice que la librería es como una sitcom. Pasan cosas raras.

“Cuando viene un extraño saltan las alarmas”

Joan Usano conoce a todos los personajes del barrio después de casi 20 años trabajando en el sector. “Son inofensivos. Pero cuando viene un extraño, saltan todas las alarmas”, afirma, luego de que un personaje rarísimo, cargando un cuchillo, entre al segundo piso preguntando por un libro sobre plantas. Operado de los nervios, Joan lo escolta hacia la salida y le pide que se retire porque está cerrando.

—¿Cómo surgió tu interés por la lectura?

—Yo soy de familia obrera. En la casa de mis padres no había libros. En España, en los 70, había muchos vendedores de enciclopedias y los papás de las clases trabajadoras las compraban para que los hijos hicieran bien las tareas. Y yo, como soy curioso, me fui nutriendo y empecé a leer a partir de ahí.

—Tus padres no leían. ¿Crees que eso te otorgó cierta libertad lectora?

—Nunca fui guiado por nadie. Yo me he hecho a mí mismo con mis gustos. La curiosidad me ha llevado de un lado a otro. Cada lectura te lleva a otra y al final ya sabes qué es bueno y qué es malo. La biblioteca de Olot, en Cataluña, era un lugar introspectivo, donde paseaba, leía el diario y los libros; era un lugar para estar. Siempre pensé que me gustaría trabajar en una biblioteca o en una librería.

—¿Y cómo pasaste a ser dueño de la Takk?

—La persona que era la dueña de la Takk antes que yo, una chilena-italiana, me hizo el traspaso en 2006 porque ella se devolvía a Italia. Me dijo que quería contar con alguien que le permitiera recuperar la inversión y que le garantizara que la librería no iba a desaparecer. Y ella creía que la única persona capaz era yo.

Joan dice que, por aquel entonces, no tenía dinero, había renunciado, terminó la relación con su polola —la que lo trajo a Chile en 1999— y que la opción del negocio de la Takk surgió como “una conjunción de las estrellas. Fue como, oye huevón, tienes que meterte ahí, aunque no tengas respaldo. Y todo funcionó bien. La gente me conocía desde la Altamira, así que tenía un prestigio. Aunque como no tenía dinero, me daba susto porque tenía muchas obligaciones”.

—¿Y cuál fue la solución?

—Trabajar 4 meses seguidos sin ningún día festivo, doce horas diarias.

—¿Hay gente que aún paga los libros con tres cheques?

—Yo a la gente que conozco le doy facilidades. Pero algún día ese público desaparecerá. De hecho, ya se están muriendo clientes. Es una pena. Viene un recambio porque la juventud tiene otra parada ante el comercio.

—¿En qué sentido?

—Los jóvenes no están preparados para la serendipia; encontrarse con algo que nunca habían pensando que existía. La gente de mi edad es de ir a un lugar aunque no tengan idea de lo que se quieran llevar. Ahora no. La gente joven viene directo a buscar algo. Cada vez hay menos curiosidad. La juventud explora por internet.

—Ahora se encuentra todo en la red.

—Hoy la información la buscas sentado en tu escritorio. Antes tenías que mover el culo. Eso ha desaparecido. Y es normal, pero tiene algo malo. La curiosidad te hace percibir el saber de forma distinta. Afortunadamente para mi negocio, el libro electrónico no ha funcionado porque le falta corporeidad. En cambio el libro tiene esta facultad mágica de lo corpóreo. Lo terminaste, lo dejaste ahí, y de vez en cuando el mismo libro te recuerda que lo leíste.

—Después de 20 años ya eres parte del inventario del Drugstore.

—El Sebastián (la heladería), que es mi vecino, puede funcionar sin mí, pero estoy seguro que prefieren que yo esté porque la Takk le da algo distinto a su café. De hecho, no es casualidad que donde hay más escritores es ahí. Yo los conozco a todos. La librería es un referente para ellos. Acá viene mucha gente del rubro de la cultura. Entran famosos cada dos por tres.

“Chile es un país de poetas”

—¿Cuál es el perfil del público de la Takk?

—No me preocupa. Trato a todo el mundo por igual. Pero viene mucho profesional. Abogados, médicos, gente de la universidad.

—¿Qué busca el hombre y qué busca la mujer en tu librería?

—El hombre compra ensayo y la mujer ficción. La mujer es más de novela. Y la novela ha bajado; yo lo atribuyo a Netflix. La novela ha sido sustituida por las series de televisión. Como las maratones son largas y leer es una actividad que requiere tiempo; las series le sacaron horas a la lectura.

—¿Quiénes compran poesía?

—Más hombres que mujeres. Y sobre todo jóvenes. Yo tengo una sección muy grande, no sé si es la más completa de Chile, pero todo el mundo me dice que es la mejor. A mí una de las cosas que me parece notable de Chile es que todo el mundo conoce a los poetas vivos chilenos. Y yo tengo la sensación que todo el mundo sabe quién es Raúl Zurita y que incluso el lustrabotas sabe quién es Nicanor Parra. En cambio, tú vas a España y le preguntas a la gente que te diga quiénes son los poetas vivos y no saben. Todo chileno medianamente culto te sabe decir dos o tres poetas vivos. Y de la segunda mitad del siglo XX te pueden nombrar a Teillier, Lihn, De Rokha, Neruda, Mistral, Huidobro.

—¿A qué atribuyes este fenómeno?

—Que es un país de poetas. Pero yo no soy lector de poesía. La poesía es lo más difícil del mundo pero cuando te encuentras con un gran poeta como Kavafis a él si lo leo. Cualquier lector puede entenderlo porque es profundo y siempre hay un poema que te toca.

—¿Tienes una buena calidad de vida?

—Disfruto de mi rutina. Y este lugar es muy plácido y puedes encontrar gente interesante para conversar. Me confiesan cosas; he llorado muchas veces aquí con historias de la gente o de uno mismo. Cuando se murió mi padre (se le quiebra la voz)… sabes, es catártico. La gente olvida que siempre puede haber un desconocido que te puede ayudar en tu vida con una palabra cuando menos te lo esperas. Este negocio nunca lo he planificado porque me importan un carajo los objetivos.

—Con la irrupción de librerías por internet, ¿crees que vas a seguir con el negocio mucho tiempo?

—Yo sé que va a seguir un año más. Después, no tengo idea. Al principio, cuando me empezó a ir bien, había gente que se me aproximaba para hacer negocios, para abrir otras sucursales y yo les dije que ni cagando. Yo quiero disfrutar de la vida. Trabajo muchas horas, pero soy mi propio jefe.

—¿Te agotas?

—Cansa porque estás envuelto en una rutina. Pero la única meta es que este negocio sobreviva y que siga adelante. Hacerme rico no me interesa. Yo estoy acá 60 horas a la semana. No vivo para trabajar pero soy trabajólico.

—Te educaron así.

—Me inculcaron el rigor. Para mí es un insulto que me pongan un premio por hacer bien las cosas. Y creo que en Chile se pasa a llevar a la gente. La insultan cotidianamente poniéndoles bonos. Lo encuentro patético.

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