Desde los cinco sabía que era gay, pero era acólito”.

Gino Falcone (57) ha destacado en el mundo gastronómico como decorador, arquitecto y empresario. Llegó a Chile desde Perú hace 28 años.

Junto a su marido, Jose Salked, es dueño del Sarita Colonia en calle Loreto, lugar que fue destacado por el diario El País como una de las mejores terrazas de Santiago. “El Sarita es como mi hijo. Jose ve la parte operativa y yo le doy el contenido”. También diseñó el Oporto, en Isidora Goyenechea, el Mercado Bar, en Vitacura, entre otros. Actualmente, diseña el bar Nkiru en El Golf.

Gino habla pausado, se toma tiempo para reflexionar antes de responder, y luego todo fluye con un acento entre peruano y chileno. Mientras conversa no deja de ser anfitrión. Lleva un ritmo vertiginoso, trabaja simultáneamente en varios proyectos. “Siempre estoy de aquí para allá. No tengo una oficina fija, voy de local en local que armo”.

Falcone se declara trabajólico y eso lo tiene muy cansado, con un cuadro de estrés. “Está en mi naturaleza. Uno tiene que aprender a controlarse, porque entremedio se te pasa la vida y eso es lo que me está pasando ahora. Mi cabeza está pidiéndome descanso y orden”.

En la década pasada, el arquitecto y decorador limeño era reconocido por sus “fiestas marcianas” como él las define en su restaurante, Sarita Colonia I, en esa época el epicentro de la movida santiaguina con su terraza panorámica en Dardignac 50. “Me decían el rey de la noche y me cargaba. Me sentía como abrazado con el Negro Piñera. Era un loquito, pero el día de hoy estoy bien retirado de las pistas. Me cuesta recuperarme de un carrete. Soy diablo, me tomo la barra entera”.

Patchwork man

Gino suele llevar las uñas pintadas de negro y anillos que decoran sus dedos. “Todos somos vanidosos. Son señales, uno deja atributos a la vista y el resto los escondemos como podemos”.

Define su estilo como ecléctico. Muestra orgulloso algunas de sus compras en ferias, mercados y persas, por ejemplo un gran mueble de madera oscura, junto a la barra. “Este es un gran tesoro, es belga de 1920”. Su decoración se basa en objetos que encuentra recorriendo y que va acumulando en la bodega de su casa. “Soy un reciclador, estoy permanentemente buscando y recorriendo. Mis locales no se ven nuevos, porque no uso cosas nuevas y porque a todo le doy como un desgaste. En todos mis trabajos está súper presente este pastiche que hago yo”.

—Tu estética tiene una fuerte inspiración religiosa, ¿de dónde proviene?

—Tengo un lado bien kitsch, siempre hay cosas bien religiosas alrededor mío. Es una fascinación que tengo desde chico, por el tema de la iconografía religiosa. Yo fui acólito hasta los 14 años. Desde los cinco sabía que era gay, pero era acólito. Cuando me di cuenta de que me pasaban otras cosas, decidí alejarme de la iglesia. Siempre tuve esa fascinación por lo religioso que me inculcó mi abuela, la madre de mi madre. Crecí en el barrio alto en Lima, donde estaban estas casonas e iglesias. Inspirado en eso, creamos todo este universo de culto que se hizo muy conocido. Una mezcla entre lo punk y lo kitsch. No es que me haya dejado de inspirar la iglesia, creo que ha sido un tema demasiado recurrente en los trabajos míos y lo he dejado un poco de lado, porque le di como caja.

—¿Cuál es tu estilo hoy?

—Me autodefino como un patchwork man. Soy cachurero de toda la vida. Después cuando las ve instaladas dice; “ay sí, quedó muy lindo”. Siempre he sido un armador de cosas, de un universo más ecléctico, sin pretensiones.

Gino cree que la decoración es vital en el éxito de un restaurante: “La onda es un gran aliño, pero se necesita buena cocina, buen servicio y alguien atrás que le dé espíritu. El secreto está en ser sincero, en que mis clientes confíen y me dejen trabajar. No es que yo llegue y les ponga un cucurucho en la pared porque me sentí inspirado. No. Hay un trabajo, que parte con ver la funcionalidad del local y después con la materialidad y lo estético”.

Dedica mucho tiempo a sus proyectos. “A mí me pagan por decorar, pero muchas veces me pongo a probar cosas, veo cómo está el servicio. Sigo yendo a lugares que he decorado, como el Bodegón de la Vinoteca, subiendo fotos a mi cuenta de Instagram. De hecho, su community manager me odia porque tengo más likes que él. Cuando un cliente me dice que le quedó perfecto el traje, es el mejor cumplido”.

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