Eric allende

“En Portillo deben hacer entre 20 y 22 grados”, comenta Henry Purcell, mirando hacia la arboleda que rodea su casa en Santiago. Son las 5 de la tarde y la temperatura de la capital supera los 36 grados. El calor lleva días aplastando sin compasión a la ciudad. El cielo santiaguino tiene un tono amarillento: humo de pequeños pero omnipresentes incendios forestales. Henry Purcell en cambio dice: “El clima está muy agradable allá arriba”.

—¿Alguna vez dejas de tener la mente en Portillo?

—Pocas —dice y ríe por un segundo con la escueta calidez que es uno de sus sellos. A pesar de llevar 58 años viviendo en Chile, Purcell sigue siendo un norteamericano concreto y específico, con una quieta manera de articularse a sí mismo. En su estilo no se observan metáforas, ni divagaciones. La autopromoción o la queja parecen naturalmente fuera de su repertorio.

Llegó a Chile en enero de 1961, a los 26 años, con su primera mujer y dos hijos, invitado por su tío Bob Purcell quien, junto a Dick Aldrich, había comprado el Hotel Portillo a la Corfo. Entonces era una gran estructura al borde del descalabro. Henry se convirtió en el motor y el espíritu de lo que Portillo sólidamente es hoy: un ícono de la montaña chilena. 35 mil esquiadores lo visitan al año, principalmente desde Chile, Argentina, Brasil, Estados Unidos y Perú. Equipos de alta competencia europeos lo tienen como un inmejorable lugar de entrenamiento. El hotel funciona todo el año sostenido en una logística compleja que, sin embargo, conserva el sello amistoso y familiar de Purcell.

—¿Cómo se le otorga un ambiente familiar a Portillo?

—Yo creo que simplemente es porque damos la cara para todo.

Efectivamente, Purcell ha estado al frente de todo lo que ha convertido a Portillo en lo que es. Desde la creación del logo hasta el desarrollo del sistema de reservas internacionales, desde la ubicación de los andariveles hasta el manejo de la nieve y las temibles avalanchas. Él fue uno de los que estuvo también detrás del mítico Campeonato Mundial de Esquí de 1966. Una operación tan gigantesca como accidentada que puso a Portillo en el mapa del esquí mundial. Curiosamente, Henry no aparece en casi ninguna filmación del evento. “Es que estaba trabajando”, responde con el laconismo risueño con que suele esquivar la más mínima forma de alabanza. Exactamente un año antes del Mundial, un temporal de varios días, con vientos de casi 200 kilómetros por hora, derribó 8 de los 10 andariveles que Portillo tenía entonces. Milagrosamente, un equipo de trabajadores, dirigidos por Purcell y técnicos Janek Kunzynsky, los levantaron y los tuvieron funcionando para que el Mundial fuera inaugurado en agosto de 1966 por Eduardo Frei Montalva.

Con 6 hijos y 9 nietos, casado con Ellen Guidera, una norteamericana activa y entusiasta que es su actual esposa, Purcell está oficialmente retirado y el rol de gerente del hotel lo ejerce su hijo, Miguel. Pero sube entre dos o tres veces a la semana. “Tener a Miguel como gerente es muy agradable. No quiero decir que no tenemos diferencias, pero nos llevamos muy bien”.

—¿Fue difícil retirarse?

—Bueno, creo que todavía lo es. Todavía no termino el proceso.

—¿Qué echas de menos?

—Lo fascinante de Portillo fue siempre estar en los detalles. Además, los desafíos que te pone la naturaleza son también fascinantes.

Purcell no es religioso. Pero, muy norteamericanamente, podría encarnar la emersoniana idea de que el hombre se realiza sólo en contacto con la naturaleza, aprendiendo su lenguaje, aceptando sus leyes. En vez de haberse convertido en un contemplativo, lleno de consejos y sentencias, proyecta optimismo y orgullo de lo que él ha hecho en el centro andino. “Creo que los andariveles y su posición en las montañas me hacen sentir muy contento. Cuando llegué a Chile, usábamos expertos internacionales para decidir sobre potenciales avalanchas. Tuvimos por aquella época algunos desastres espantosos. La primera ubicación del andarivel de Juncalillo, que es el más largo que tenemos, casi dos mil metros, fue problemática. Tenía 28 torres. El año que se iba a usar, tuvimos un gran temporal y perdimos 18 de esas torres, cables, toda la estructura superior del andarivel”.

—¿Cómo aprendieron a manejarlas?

— De la manera más dura. Equivocándonos. Hay toda una ciencia de control de avalanchas que aprendimos de EE.UU. y Europa. Pero lo que pasa en un lugar no necesariamente pasa en otros. Lo que es peligroso en Colorado, por ejemplo, es muy raro acá. La montaña es siempre distinta.

—¿Te imaginas dónde estarías si no hubieras sido gerente de Portillo?

—Lo he pensado. Tuve mucha fortuna en llegar a Portillo. Antes estuve a punto de tomar un puesto en las Islas Vírgenes, donde querían establecer una escuela de hotelería. Y, por alguna razón, decidieron que yo podía dirigirla. Así que pude haber terminado en Las Islas Vírgenes, como educador y no como hotelero.

—Pero siempre supiste que ibas a ser hotelero. Por algo te matriculaste en la Cornell School of Hotel Administration.

—No. Cuando fui a Cornell yo iba a estudiar Leyes. Pero tenía unos compañeros de pieza que estudiaban Hotelería. Mientras más los escuchaba hablar, más me entusiasmaba con los hoteles. Y mientras más estudiaba pre-law, menos me podía imaginar siendo abogado. Habría sido un desastre. Además, la Escuela de Hotelería era, en el fondo, administración de negocios, pero con énfasis en servicios.

“Era demasiado viejo para ir a Vietnam”

Hijo de un ingeniero y una profesora, antes de ir a Cornell, Henry vivía en Chaumont, un zona agrícola, a las orillas del Lago Ontario, cerca de la frontera de Canadá. Veranos de lago, pesca y botes. Inviernos largos y con mucha nieve. Bastante plano. Nada ni remotamente parecido a Portillo. Cuando Purcell llegó a Chile no sabía esquiar. “Nunca había visto una montaña. Lo que yo creía que eran montañas, eran cerritos apenas”.

—¿Le costó mucho a tu tío Bob convencerte de venir a Chile?

—No. Yo estaba trabajando para Hilton. Yo quería entrar en la división internacional. Pero ellos me dijeron dos cosas: primero, no hablas idiomas y, segundo, no contratamos norteamericanos para trabajar fuera de EE.UU. No pueden adaptarse. Se van 6 meses y después quieren volver. Decidí entonces trabajar un par de años fuera, aprender un idioma y mostrar que yo era capaz de adaptarme Así que cuando mi tío Bob me preguntó si yo quería venir, yo ya estaba buscando ofertas.

—¿Cómo te transformaste en hombre de montaña?

—Yo creo que fue el desafío. Hay que pensar que el año 61 la vida en Portillo era muy distinta. En invierno sólo se podía llegar en tren. Durante la semana sólo había trenes de carga, donde uno podía subir sólo si había espacio. Y normalmente uno iba en el carro de más atrás, donde estaban los obreros. La gente del lugar me trató muy bien. Muy abiertos, muy amistosos. También comencé a subir cerros. Tomé cursos y busqué amigos que subían cerros. Me enseñaron. Recuerdo el cerro La Parva que está al final de la Laguna del Inca. Muy especial para mí. Es un cerro difícil, peligroso. Pero es lindo.

Y aprendió a esquiar gracias a un maestro excepcional: el campeón austríaco Othmar Schneider, quien era director de la Escuela de Esquí de Portillo.

Purcell se define a sí mismo como un buen lector “de todo”. Entre los escritores chilenos le gusta Bolaño. “Estoy leyendo ahora “The Best And the Brightest” de David Halberstam.“El también escribió “The Coldest Winter”, una historia de la guerra de Corea”.

—¿Te marcaron esas guerras?

—Tuve suerte. Era demasiado joven para ir a Corea y demasiado viejo para ir a Vietnam. Pero es fascinante ver y conocer las fuerzas que llevaron a EE.UU. a meterse en el lío de Vietnam. Con la perspectiva de 50 años, conocer a quienes estuvieron detrás de estas decisiones es fascinante.

—Sacando a esquiadores, a qué norteamericano de estos días admiras.

—Creo que a nuestro ex Presidente Barack Obama. Es un hombre que logró hacer algo que nunca se había hecho antes. Pero con una calma y una dignidad extraordinarias. No sé cómo explicarlo. Pero tú podrías decirle tranquilamente a tus hijos: sean como este hombre. Eso, lamentablemente, no se puede decir de Trump. Aunque tampoco se puede decir de otros presidentes que hemos tenido últimamente.

“La montaña te devuelve mucho”

—¿Algún visitante especial?

—Castro, en el verano de 1972. Bueno, Fidel Castro era una persona muy orgullosa. Y nos pusimos a discutir sobre la altura de las montañas. Imagínate, qué estupidez. Yo también era muy joven. Él decía que tenía cerros más grandes que los de Portillo en la isla. Y yo, estúpidamente, le dije: no te creo. A un hombre como Castro no se le podía decir: no te creo. Se empezó a enojar. Fue una visita compleja. El había invitado a la plana mayor del Ejército chileno. Insistió en que nadie podía escuchar lo dicho. Tuvimos que cerrar todo el acceso al comedor. Sus guardias estaban por todos lados, con todo tipo de armas.

—¿Estas optimista con el futuro de Portillo?

—Oh, sí. Hace años había mucha nieve. Se cortaba el camino. Quedábamos a veces muy aislados. Teníamos un mes de mercaderías en las bodegas para poder sobrevivir sin tren o camino. A veces perdíamos una o dos semanas de operación por falta de acceso. Ahora no. Eso permite un flujo de pasajeros más normal y regular.

—¿Hay menos nieve? ¿Es verdad que hace más calor?

—No ha cambiado tanto. Hasta hace muy poco, no noté cambios, excepto que los glaciares estaban achicándose. Ahora noto que, aparentemente, hay menos nieve. Y, definitivamente, hay más calor. En verano y en invierno.

—¿Has visto desaparecer cursos de agua?

—No. Eso depende de la cantidad de nieve que caiga durante el invierno. Tenemos mucha diferencia entre un año y otro. Y eso es desde siempre. O desde que yo estoy allí. Por ejemplo el 68, cayeron 0 metros de nieve. El peor año de todos los que yo recuerdo. Y cuatro años después, cayeron 19 metros de nieve.

—¿Han cambiado los animales?

—Sabes lo que es un cururo, ¿no? El ratoncito chiquitito. Ellos han subido y viven en el entorno de Portillo. Guanacos tenemos muchos más que antes. Creo que eso se debe a dos cosas: el clima más benigno. Y ya no hay tantas armas. Antes los cazaban con metralletas. A los pumas es raro verlos, pero he visto pumas cerca del hotel.

—¿Más o menos aves?

—Yo diría más o menos igual, aunque creo que tenemos visitas que antes nunca venían. Este año, por ejemplo, llegaron taguas. Así que si este año alguien ve patitos negros en el lago, esas deben ser taguas.

—¿El cambio climático podría afectar el futuro de Portillo en el largo plazo?

—Puede ser complicado. Pero estamos tomando medidas para prepararnos, instalando un sistema de fabricación de nieve grande, que esperamos usarlo para alargar la temporada. En los 60 había 110 días de esquí. Ahora no es mucho menos.

—Pero con más días de nieve artificial.

—Contestar esto es difícil, porque varía tanto de año en año. O sea, hay que tener un registro de 20 años para saber si la nieve va bajando o subiendo. En este momento, se nota una baja. Pero un par de años de mucha nieve pueden cambiarlo todo. Uno aprende a ser humilde cuando depende del clima. Somos un poco como los campesinos. Aprendemos a vivir con lo que haya.

—La montaña es exigente.

—Pero te devuelve mucho. Devuelve una tranquilidad, un estilo de vida que es muy agradable.

—¿Hay algo que quisieras agregar a lo que conversamos?

—No, creo que ya he hablado mucho.

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