Gloria Hutt Hesse posa con su auto eléctrico BMW i3 y sonríe. “Demasiado ondero. Calza totalmente con mi personalidad”, dice y se ríe.

La ministra de Transportes y Telecomunicaciones, 64 años, casada, tres hijos, militante de Evópoli, ha sido la gran sorpresa en el gabinete de Sebastián Piñera. Por evaluación y por estilo.

En su oficina luce un vestido floreado. “Un Gloria Hutt. ¿Cierto que quedó lindo?”, señala y muestra la tela scuba. Ella, que cose desde los 5 años, diseña sus propios modelos. Incluso le hizo el vestido de novia a su hija mayor.

“Yo le hacía ropa a mis muñecas. Mi mamá y mi abuela cosían y yo con los restos les hacía vestidos y sombreros”, relata.

“Veo en la moda y los textiles una forma de arte. Por eso me gustan los diseñadores vanguardistas que usan la moda como un pretexto. El otro día leía que «las manualidades son el mejor reflejo del refinamiento de la especie humana. Porque combinan la destreza fina con el espíritu y la creatividad»”, explica.

“Yo habría sido feliz ser uno de esos artesanos que lo único que hacían en su vida era bordar la alfombra del rey”.

Colecciona cientos de revistas Vogue, aunque se detuvo porque su marido le impidió adueñarse de más piezas en la casa. Sigue las galas del MET como si fuera la mismísima Anna Wintour. Y no hay diseñador que se le escape.

Rigurosa como sus padres alemanes, extremadamente puntual, dulce, pero muy estricta, según cuentan quienes han trabajado con ella. “Las ciudades pueden ser fuente de mucha felicidad, pero para eso tenemos que hacer cambios muy grandes. Cada vez vamos a vivir más puertas afuera. Si no hacemos un transporte público eficiente y compactamos los viajes en modos masivos, el espacio va a estar ocupado cada vez más por los vehículos. Estamos buscando el bienestar de las personas”, dice inspirada.

Y ante las proyecciones que han hecho algunos como futura presidenciable, sólo acota: “Mi felicidad va a estar en completar estos cuatro años. Cuando uno se pone otros objetivos, empiezas a tomar decisiones equivocadas”.

—Gente como Iván Poduje dijo que usted “logró mejorar la imagen del transporte público”. En una cartera “mataministros”. ¿Cómo lo ha pasado?

—Bien cuando leo esos comentarios, pero sorprendida, porque efectivamente mi escenario era tratar de sobrevivir. He tenido suerte, porque me ha tocado traer los buses nuevos, inaugurar una línea del metro, contribuir a cambiar la ciudad. Eso me motiva mucho, creo fervientemente que la ciudad puede ser una fuente de felicidad. Yo sigo andando en micro. Los fines de semana con seguridad. Me acomoda mucho y, además, puedo ver cómo están funcionando las cosas.

—O sea, no fue de los ministros que tuvieron que memorizar la tabla de precios antes de enfrentar el micrófono.

—Exactamente. Así uno entiende pequeños detalles que hacen la diferencia. Cosas por corregir en los paraderos, en los choferes, estado de los buses. Hay muchos que están funcionando en un estado impresentable. En eso, solidarizo completamente con los pasajeros. Por eso, el estándar de los nuevos buses es tan alto.

—¿Le han tocado empujones y apretujes?

—Me ha tocado todo. Quedarme en pana, subirme corriendo al bus que viene atrás, esperas largas en el paradero… Puedo comparar la calidad de servicio de los distintos operadores. La única vez que me insultaron fue cuando llevaba menos de un mes y me subí a una micro con una cámara de televisión. La verdad, siempre se me acerca gente amable.

—Ni decir que mató con la tenida “postguerra” con la que llegó a inaugurar la Línea 3 del Metro.

—Fue muy divertido, me impactó el revuelo que pudo causar un accesorio inesperado (el cintillo de Lele Sadoughi) en la cabeza inesperada. En la vida hay que jugar, nunca ser tan grave. Cuando uno remueve el ambiente más conservador es entretenido. La ropa es una forma de expresión y para mí esa ocasión era muy importante. Me llamó la atención de un comentario sobre una foto mía con Karla Rubilar: “las dos son mujeres inteligentes, las dos son feministas, pero una se viste como para ir a una fiesta del Club Hípico en los 50...”. ¿Por qué para parecer inteligente uno no tendría que arreglarse?

—¿Ud. deja lista la ropa la noche anterior?

—Ese día la dejé lista, pero no lo hago nunca, ¡es que esa noche casi no dormí! Estaba nerviosa. Muchas veces elijo la ropa según como amanezco, según mis actividades del día. A veces quiero ponerme ciertos aros y desprendo desde ahí toda mi tenida.

—¿Seguidora de Marie Kondo?

—¡Marie Kondo es mi ídola! (risas) tengo todo clasificado en cajitas y por colores. Todo fácilmente visible para vestirme rápido.

—Las mujeres en política, por lo general, son de jugar menos con el vestuario.

—Yo puedo no compartir la forma en que alguna se viste, pero si tiene un sello la respeto mucho. Atreverse tiene harto valor, sobre todo en Chile que hay tanto que romper en cuanto a convenciones. Estamos hablando de cosas superficiales y frívolas que causan revuelo, lo que significa que falta harto para aceptar lo distinto.

—¿Cómo es su vínculo con el piropo? Tan vilipendiado hoy en día.

—Depende el piropo. Si alguien me dice que me veo bien, yo lo agradezco en el alma. A esta edad, un piropo se agradece mucho (risas). Creo en que las mujeres tenemos todo el derecho a salir vestidas como queramos, que vivamos como mejor nos parezca; pertenezco a Evópoli y en eso creemos.

—¿Pensó en dedicarse profesionalmente a la moda?

—Siempre lo he tenido como fondo de pantalla, pero mis circunstancias de vida me han mantenido en la ingeniería. En mi casa tengo una pieza taller de costura. Cada noche de mi vida tomo mis libros de patronaje, textiles y tendencias, antes de dormir. Llego a mi casa y es mi terapia después del estrés diario. Leo revistas o la vida de diseñadores como Balenciaga, que transformaba una tela plana en una escultura maravillosa.

—Y tuvo su tienda en Alonso de Córdova varios años.

—Con diseños míos y de otros. Importé ropa interior, vendía anteojos, accesorios que encontraba en ferias de diseño. La cerré en agosto pasado porque ya eran demasiadas variables por controlar.

—Alguien me contó que Ud. guardaba un puñado de anteojos en la cartera y salía a las horas de almuerzo a vender.

—(risas) Tal cual. Así partió mi tienda. En un viaje de trabajo a Australia encontré anteojos de lectura maravillosos. Encontré la web y conseguí que me dejaran venderlos en Chile. Con mi cajita llegué a esta tienda y fueron un éxito. Me arrendaron una vitrina de colgar, después la vitrina de afuera y después la parte de atrás de la tienda. Ahí me lancé con ropa y me quedé con la tienda entera. Como dice mi marido, yo soy expansiva como el universo.

“Me encanta lo inesperado”

Su padre, quien murió en 2002, fue militar, igual que su marido, el ex coronel del Ejército Felipe Cossio. “Mi papá era muy cariñoso, la representación de un hombre de buen corazón. En mi familia todos cocinábamos y hacíamos aseo, por turnos”, cuenta Gloria. Su madre, la más sociable del clan, tiene 93 años. “Su hermana 98 y están impecables. Ella es muy entusiasta por la vida, tiene Twitter, lee todo y opina de todo”.

Se crió entre San Bernardo, Santiago y San Antonio, pero también vivió en Arica, Brasil, EE.UU. y Alemania. Calcula unos 28 cambios de casa. En Arica, el 92, cuando trabajó en la industria pesquera, tuvo su propio programa de TV. “Es lo inesperado de la vida que me encanta. Yo soy muy estructurada en la pega, pero bien poco planificada en mi vida personal. Siento que voy en una balsa, haciendo frente a lo que me va llegando. Me ofrecieron un espacio matinal para hablar de la industria y nos fue tan bien que me quedé casi dos años. Después yo misma diseñé «Juego de damas», sobre actualidad y trabajos inusuales de la gente de la zona. Bien pobre eso sí, recortaba el diario, los pegaba en cartulinas y el camarógrafo filmaba las imágenes. Con eso mataba. Todo gratis, pero lo pasaba muy bien”.

La ministra rockstar le pusieron desde que confesó ser fan de Bowie. “Por su curiosidad, exploración y el romper esquemas, por no caer en la complacencia”, explica. En la radio Agricultura le consiguieron un saludo de Beto Cuevas, otro de sus ídolos. “¡Casi me muero!”, dice riendo. Pero escucha Beethoven (“cuando tengo que trabajar aperrada”), Bach (“cuando tengo que pensar un poco más”) y Mozart los fines de semana.

“Mis abuelas influyeron en mi personalidad. Ambas autónomas y transgresoras. Una estudió química y farmacia y la otra manejaba en el campo en Osorno cuando ninguna mujer manejaba. Hacía el pan, los arreglos en la casa y cultivaba la huerta. Por eso yo soy así, voy al supermercado, hago mi jardín, tengo mis herramientas, hago todos los arreglos sola…”.

—¿Ud. es de aquellas que tiene un marido que no cambia ni la ampolleta?

—(risas) Así es. Mi marido se queda en pana, abre el capó del auto y se para manos en los bolsillos al lado. Yo me bajo, armo la gata, saco las herramientas y soluciono todo.

“Dios a veces se equivoca”

Gloria se casó a los 22 años, y a los dos meses quedó embarazada. Cuando su hija Bernardita nació en Santiago, su marido, entonces de 25 años, estaba internado en Washington, EE.UU., para tratarse un cáncer testicular. Apenas pudieron, ellas tomaron el avión para estar con él. “Fue una época difícil, pero no la recuerdo para nada con amargura. Le doy gracias a Dios porque nací con genes de puros signos positivos. A todo le veo el lado bueno. Estuvo en tratamiento todo un año en el hospital militar. Con su sueldo de teniente no nos alcanzaba para mucho. Arrendamos un departamento chico y pobre, con la calefacción mínima como para no morir congelados. Pero como tenía las cuentas incluidas, yo abría la puerta del horno eléctrico para calentar a mi guagua”.

Felipe tenía una pulsera para gozar de los beneficios del centro médico. “El se las arreglaba para dejarse la pulsera puesta y cuando llegaba al departamento, me decía: «¿Vamos a comer afuera?» Y partíamos a comer juntos al hospital unos bloques de tallarines”.

Siempre mantuvieron el sentido del humor. “Me da rabia cuando dicen: «ella no sabe lo que es pasarlo mal». Yo creo que lo he pasado más mal que muchos de los que escriben”. Se demoró diez años en sacar su título de ingeniera. Después del tratamiento, su marido quedó con una debilidad en el aparato respiratorio. Sufría unas 4 o 5 neumonías al año, durante ocho años. El, que estaba estudiando, recibía a sus amigos en casa. “Tenía que al menos tenerles una sopita. Yo trabajaba, hacía mi memoria, y a las 12 de la noche empezaba mis tareas. Descansaba de 3 a 7, cuando iba a dejar a mi hija al jardín. Ahí me formateé para dormir poco”.

Con 4 horas queda bien. “Con 5 quedo impecable. Y con 6 o 7 ya empiezo a sentirme mal y me tengo que levantar”.

Todo cambió en 1983. “Me titulé, mi marido salió de la Academia de Guerra, cambiamos de médico y se le pasaron todos sus problemas respiratorios. Fue increíble, nos sacamos una mochila con piedras de la espalda”, relata.

A los tres años, cuando su hija tenía 10, decidieron adoptar a su segunda hija, Teresita (hoy de 32 años). La fueron a buscar de 17 días, en tren a Valdivia. “Fue tan emocionante, venía vestida bien rosadita y era bien peluda, tenía hasta unos remolinos en las mejillas. Y nosotros, con la certeza de que esa era nuestra guagua. Nos pidieron dejar la ropa, así que la recibimos piluchita”, dice conmovida con los recuerdos. Cinco años después, en Arica, adoptaron a Felipe, el menor.

Bernardita, que vive en Nueva York, es diseñadora y tiene tres hijos. Tere, que estudió gastronomía, trabaja con su papá, que ahora administra una bomba de bencina. A ella su madre le explicaba: “Dios a veces se equivoca, y deja a las guaguas en otras partes”.

“La Tere un día me preguntó: «Mamá, ¿tú eres adoptada o naciste en una clínica?». «Qué lata, nací en una clínica», le dije. «No te preocupes, podemos decir que eres adoptada». Me hacía reír mucho”.

Felipe interrumpió sus estudios de ingeniería en Zurich para acompañar a su papá, que tuvo una compleja reaparición del cáncer en mayo del año pasado. Lo operaron en junio y se ha sometido a varias quimio que lo dejaron destruido. “Hoy mi marido está en engorda. Tiene mejor color y apetito”.

Y como siempre ha sido la mujer fuerte, ¿qué pasa cuando llega a casa?

—Siento aire fresco y me resintonizo. Dejo las cosas en la entrada y camino ¡agotada! Mis hijos chicos viendo tele, me dicen, “ya, para de quejarte, ponte el delantalcito y tráenos comida” (risas). Eso me mantiene bien con los pies en la realidad.

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