Lejos están los tiempos en que el naturalista Charles Darwin recorría Chiloé. En enero de 1834 anotó: “El camino que conduce a Cucao es tan malo que nos decidimos a embarcar en una piragua muy primitiva y extraña, pero la tripulación es más extraña aún; dudo de que se hayan encontrado reunidos jamás en un mismo barco seis hombres más feos. Me apresuro a agregar que reman muy bien y con mucho ardor”.

Ahora ya no es así. Cucao queda a 32 kilómetros de Chonchi, en la medianía de la Isla Grande, y, sin tener que cruzar lagos a remo, en menos de una hora se está allí. Tampoco es fea la gente que viaja en los Buses Ojeda, que cada 15 minutos salen de Castro.

Huillinco es la antesala de los últimos 22 kilómetros que quedan a Cucao. Antiguamente, a este poblado se lo llamó “de plata”, pues estaba construido en ciprés de Guaitecas, que se oxida en ese color. Hoy podría llamarse igual, pues los volúmenes de madera están revestidos de zinc.

El viaje bordeará los lagos Huillinco y Cucao, conectados por una estrecha angostura. Todo, bajo la fronda vigorosa de coihues, canelos, tepas, arrayanes… que regalan su calidad de árboles siempre verdes.

Algunos puentes harán mirar “hacia abajo”, a sus cursos de aguas cristalinas y puras, venidas desde la Cordillera del Tepuhueico.

Muelle de las almas

La pronta llegada a Cucao es una interrogante. Es que precedido por la fama de ser un área salvaje y el único poblado de la costa occidental chilota, cuesta aceptar la aparición de un lugar tan humilde y bucólico. Se ven ovejas pastando en una cancha de fútbol, que también contiene una pequeña iglesia roja; varias casitas separadas y ordenadas a la ribera del río y —a la distancia— dorados dunales que dejan entrever el destello de un mar vigoroso y plateado. Esto es Cucao. Sin embargo, también hay un cartel que inquieta y revive la expectativa surrealista. Dice: “Hacia el muelle de las almas”. Y así, el lugar comienza a desgranar sus misterios.

Aparte de esta llegada a lo que parece “un claro en el bosque”, Cucao está conformado por otros lugares cercanos habitados. Hacia el norte: Chanquín, la laguna Huelde, Huentemó, el Deñal, Cole-Cole… Hacia el sur: Punta Pirulil, Quilán, Rawe… y se hace necesario saber qué rumbo tomar, aunque lo urgente es comerse unas empanaditas fritas, de machas, en la casa de doña Rosita, la primera cocinera pública que hubo en Cucao.

Una excursión puede ser hacia el sur. Pirulil, con monumentales peñas que se adelantan mar adentro y que la bruma hace espectrales. Entre los roqueríos está el “Muelle de las Almas”, genial instalación/escultura que el artista Marcelo ‘Chumono' Orellana le construyó a los espíritus de los difuntos que por allí vagan. Así, ellos, desde el muelle, pueden llamar al “balsero de las almas”, para que los lleve navegando hacia el Más Allá.

Otra excursión imperdible debe ser a la solitaria playa que, por unos 20 kilómetros, va entre las puntas de Pirulil y el Deñal. Desde ella, por la braveza del mar y sus olas interminables se entiende por qué en Cucao no hubo un puerto de mar; en cambio fue lugar de naufragios y soledad extrema. En sus arenas se pescan corvinas y mariscan machas, y es admirable la destreza con que las mujeres realizan este trabajo, sorteando grandes olas, corrientes, y equilibrándose con el “yole” al cuello, que es un canastillo en el que van poniendo los mariscos.

Fresas silvestres

Inmediatamente al norte de Cucao se encuentra la entrada al Parque Nacional Chiloé y, compartiéndolo, la Comunidad Indígena de Chanquín.

Una bella asociación entre seres humanos y naturaleza que conviven desde la gran cantidad de recursos del bosque y flora nativa de olivillos, tepú, lumas, avellanos, pello-pello… que se avienen tan bien con algunos apellidos como Naín, Millacura, Cuyul, Panichini… Ellos son agricultores, tejedoras, pescadores, mariscadoras y artesanos de delicados objetos domésticos y hasta de instrumentos musicales.

Hacia el norte es visible el Morro de Huentemó, colina erosionada con quiscales, murtas y frutillas silvestres. Este morro da la entrada a lugares y excursiones más esforzadas, sobre una selva densa, virginal (la Cordillera del Piuchué), que se puede recorrer por un estrecho sendero litoral que lleva a los sectores del río Colecole y el Anay, muy salvajes; corazón de una experiencia inolvidable, entre selvas y un mar furioso, siempre estrellándose sobre los arrecifes o el alto farellón costero.

El puente en el 2000

La furia del terremoto de 1960 —que causó el hundimiento de las tierras bajas, sepultó los mantos auríferos y sólo dejó pobreza y bancos de machas— hizo visible a Cucao. Recién desde 1970 llegaron algunos profesionales y hubo atención gubernamental. En 1981 se abrió el camino Huillinco-Cucao y al año siguiente el Parque Nacional Chiloé. Hacia el 2000 se tendió un puente sobre el río Desaguadero, que permitió una mayor comunicación. Aparecieron los “fogones” (restaurantes), albergues y lugares para camping que lo transformaron en un lugar para visitar.

Si alguna vez fue salvaje, desatendido… hoy es un poblado apacible, aunque de fisonomía silvestre modelada por los vientos, la soledad, los mitos y una estrecha relación de sus habitantes con una naturaleza que no tiene par en Chile.

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