Entre las decenas de libros de Derecho que hay la sala de reuniones del estudio jurídico de Julián López Masle, uno llama la atención. Es “Boleta o factura”, del dibujante Mala Imagen, una serie de viñetas en las que aborda, graciosa e irónicamente, los casos Caval, Corpesca, SQM y Penta.

Y aunque en las últimas dos décadas López —profesor de la U. de Chile, consejero del Colegio de Abogados, miembro de Libertades Públicas y figura habitual en los rankings de abogados— ha estado tras la mayoría de los casos de connotación pública, es Penta el que lo mantuvo durante cinco años (hasta julio de 2018) en el ojo del huracán como defensa de Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín.

En todo ese período, López se enfrentó fuertemente a los fiscales. Pese a que habla pausado, todo cambia en las audiencias: es conocido por ser irónico y aguerrido con sus contrapartes.

Cae la tarde por el ventanal de su oficina en Las Condes. En una pared hay un cuadro de Matta, en otra su título de abogado de la U. de Chile. Y a un costado de su escritorio, sobre un pedestal y como si lo vigilara, la escultura de un toro expectante del artista Palolo Valdés.

Mira la obra y dice: “El cuento del toro de Palolo Valdés tiene que ver con la época de la dictadura, como una representación de la violencia después de que a él una vez lo detuvieron y apalearon. Pero lo interesante es que el autor dice que le gusta representar toros cuando están en posición serena. Conscientes de su poder, pero que no atacan”.

—¿Y eso lo representa?

—Sí. Porque creo que hay mucho valor en la contención, y que hay tanto valor en las cosas que uno hace como las que no hace. El no decir ciertas cosas o no reaccionar de ciertas maneras, también es una forma de transmitir ideas. Y trato de hacer eso.

—Pero en sus intervenciones en tribunales es agudo.

—Diría que tiendo a pensar muy bien las cosas y tratar de no dejarme llevar por los impulsos. De hecho, en las pocas ocasiones que lo he hecho, he tendido a la autocrítica más que a la autosatisfacción.

—¿Se ha tenido que medir?

—En general no. Pero hay veces que podría haber evitado exagerar en la reacción. Eso no me ha pasado en las audiencias, sino más bien con la contraparte.

—¿Se le ha pasado la mano con algún abogado?

—Como que mi nivel de indignación me ha llevado a decir más de lo que debí. En el fondo, el litigio tiene también una dimensión en la que los involucrados sabemos que cumplimos un rol profesional y que no deberíamos personalizar lo que el otro dice o hace. En alguna medida, somos jugadores de fútbol que podemos trancar fuerte la pelota y hacernos un faul, pero a la salida de la audiencia entender que nada es personal. Claro que hay ocasiones en que es difícil hacer la diferencia y se generan roces evitables.

—¿Se pican mucho los abogados?

—Con mucha frecuencia.

—¿Pueden disimularlo frente a los jueces?

—La manera más noble de litigar es aquélla con la cual uno es capaz de expresar sus ideas con sentido del humor e ironía. Y el peso o la validez de un argumento contrario puede quedar en evidencia sencillamente a través del humor.

—¿Y se puede tener humor en una audiencia?

—Sí. Hace un tiempo tuvimos una audiencia en la que presenté un informe en Derecho y el abogado de la contraparte me dijo que el autor fue su profesor, que él nunca le entendió nada, que se había sacado puros 4 y que le parecía que yo mismo no había comprendido el contenido.

—Eso es para enojarse.

—Respondí que creía haber entendido perfectamente el informe, que tal vez yo podía estar equivocado, pero que yo lo único que podía decir a mi favor es que, a diferencia del abogado de la contraparte, nunca me había sacado un 4 en Derecho Penal. Nos reímos todos, incluido el juez, quien dijo: ‘Nos nos saquemos las notas, por favor'.

—Hace tres semanas, dos abogados del Caso Basura se rajaron las camisas en la cafetería del Centro de Justicia. ¿Se puede llegar a sentir esa rabia?

—Ese episodio fue lamentable.

—¿Ha sentido rabia en un caso?

—Sí. Es frecuente que cuando escuchas un argumento que consideras de mala fe, que falta a la verdad acerca de los hechos o que atribuye falsamente intenciones, provoque indignación. Pero la indignación es una herramienta con la que uno debe trabajar, porque es un motor para la construcción de los argumentos. Pero el marco dentro del que se debe modelar es profesional.

“Pataletoso”

—¿Ha trabajado la indignación? ¿Es algo que le importa?

—He trabajado toda mi vida mi carácter, porque, aunque a veces me dicen que no lo parece, tengo de base mal carácter. De niño fui muy mal genio, un niño “pataletoso” que se enojaba con mucha facilidad. He logrado modelar mi patrón de conducta contenido, pero que es deliberado y muy consciente.

—Son tres hermanos, usted es del medio. ¿Se sentía a la deriva por no ser el mayor ni el menor?

—No fue el caso. Diría que mi madre tenía por mí un amor incondicional que está en la base de la construcción de mi personalidad. Teníamos un relación muy cercana y mi apego hacia ella era total. Al punto que se lo hacía muy difícil, porque no dejaba que me abandonara en ningún momento del día ni que hiciera su vida por su cuenta. Si ella quería salir, yo no quería que se fuera. Entonces, hacía una pataleta.

—¿De qué edad hablamos?

—De los cuatro o cinco años. ¡No más que eso! Pero en la adolescencia eso lo cambié, porque tener mal carácter es especialmente problemático para el que lo tiene.

—¿Lo pasaba mal?

—Sí. Porque la ira tiene un componente gozoso en el momento en que explota, pero después es un gran problema en las relaciones interpersonales. Entonces, el arrepentimiento por la reacción inadecuada es mucho más poderoso que lo que produce la expresión de la ira.

—¿Era de esos niños que en un partido se enojaba y se llevaba la pelota?

—No, eso lo encuentro muy miserable. Sí podía gritarle a otro de vuelta, pero sin garabatos porque nunca fui de insultar. Aprendí que era tan eficaz indignarse y elevar el tono de voz, que decir ‘estoy indignado' sin elevar el tono de voz. Y me di cuenta de que podía transmitir eficientemente los sentimientos sin actuar las emociones, sino que explicándolas.

—¿Aprendió con o sin psicólogo?

Soy muy disciplinado. Y eso proviene de la observación y la lectura. Yo era adolescente y en mi colegio, el Liceo Salesiano San José, desde sexto básico empecé a ocupar cargos en el centro de alumnos. Ese trabajo implicaba reuniones semanales que significaban enfrentar conflictos y solucionarlos. Fue un aprendizaje tremendo.

—Cambiar fue una decisión.

—Siempre he sido frontal y la gente sabe lo que estoy pensando. Si hay un conflicto, lo enfrento. Por ejemplo, si tenía un problema con un profesor o una discusión con el director, los iba a resolver. Así me fui formando. Creo mucho en la fuerza de los argumentos y en la capacidad de persuadir a otro a partir de la fortaleza de los argumentos. Por eso, en general, no me preocupa estar en minoría.

“Mi esposa es extraordinaria”

López es parte del grupo del Colegio de Abogados, liderado por la penalista Libertad Triviño, que acaba de ganar los votos para lograr cambios en las próximas elecciones al incorporar cuotas de género.

Casado con la abogada Mónica Van der Schraft, socia del Estudio Garrigues y quien lidera el área de litigios desde 2016, iniciaron sus carreras juntos: primero como compañeros en la U. de Chile y luego en Harvard. “Nuestra historia es de un absoluto paralelismo en el desarrollo profesional. Es una mujer extraordinaria, talentosa y de una ponderación en el juicio que estaba destinada a tener el reconocimiento y la posición que hoy tiene. Sin embargo, no puedo dejar de darme cuenta de que le ha costado el doble que a mí, porque en el contexto en que se ha desenvuelto, hay gente que cree que lo que ella hace es un hobbie, y que por estar casada con un abogado, en el fondo no es el principal sustento de su familia”.

—Qué rabia.

—Completamente indignante. Teniendo la misma carrera, la Mónica empezó a figurar en los rankings mucho después que yo y llegó a la posición de socia en condiciones de plena igualdad, sólo cuando llegó a Garrigues.

—¿Y eso le ha pasado a muchas mujeres abogadas?

—Absolutamente. Hoy en los estudios profesionales en Santiago, sólo el 6% de los socios son mujeres.

—Entonces, los abogados no han evolucionado.

—Las estadísticas muestran que hay más estudiantes mujeres que hombres en la Derecho, algo así como el 53% contra el 47%. Pero entre los titulados es al revés: 53 % hombres y 47 % mujeres. Pero cuando ves cuántas abogadas hay inscritas en el Colegio, son sólo el 34%, mientras que de 19 consejeros, sólo tres son mujeres. O sea, demuestran la misma capacidad cuando son estudiantes, pero la carrera se les va estrechando, al punto que cuando se trata de obtener posiciones de poder desaparecen. Por eso las cuotas de género significan atacar el síntoma.

Dolor y rabia

Julián López se crió en Punta Arenas. Su papá es un conocido ex dirigente de los camioneros y su mamá, una dueña de casa que cuando entró en la tercera edad comenzó a pintar y viajar. Ella murió hace dos años. “Sentí dolor y rabia. Mi madre tenía 73 años y había logrado independencia y estaba absolutamente feliz con la vida. Acababa de comprarse un departamento, estaba pintando intensamente. Mi rabia fue por el hecho de que le haya faltado tiempo para disfrutar ese momento. Sentí que era una justicia”.

—Estaba en medio del caso Penta. ¿Cómo vivió ese proceso?

—Fue muy difícil. La acompañé en toda la enfermedad, pero al mismo tiempo fue una oportunidad porque podía ir almorzar con ella. Además, fue el momento en que formé esta oficina (se separó de Davor Harasic y formó López, Escobar del Río), entonces fue todo simultáneo. Pero, afortunadamente, lo pude hacer bien. Son de esas situaciones en que también se forjan relaciones con la gente con la que uno está lidiando profesionalmente y vives experiencias humanas. Me refiero a mis compañeros, a mis clientes.

—¿Trasparentó lo que vivía?

—Sí. Así saben en qué estás y puedes decir “en esta ocasión no puedo”. Eso lleva mucho estrés, pero he logrado equilibrar las necesidades de mi vida personal, las relevantes, con las de mi vida profesional.

—Ha estado siempre en grandes casos. ¿Penta fue el más impopular?

—Creo que está en el ADN de todo penalista el interés de la defensa por el caso impopular. He estado en los dos lados, con causas muy populares como cuando defendí a las víctimas del caso Lavandero, y muy impopulares como Penta. Pero estoy convencido de que hay mucha más generosidad, entrega y servicio en la defensa del caso impopular. O sea, como abogado realmente sientes que estás haciendo una diferencia, cuando defiendes a alguien a quien todos quieren atacar.

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