Las razones que alguna vez hubo para que Nercón fuese un pueblo/capilla (siglo XVI) casi al lado de Castro, todavía están presentes. Estaba habitado desde siempre, era una bahía protegida de los vientos recios del sur y el norte; y sobre todo, tenía condiciones ecológicas para permitir el sustento alimenticio de los que nacieran allí.

De todo lo anterior, hoy, iniciando el año 2019 —cuando Nercón ya no es una capilla de troncos y paja, y tiene más de dos casas— nos sigue regalando con la conversación lúcida de los nerconinos de siempre, la visión del fiordo, la marea que cambia tan rápido, los olores que expele el mar cuando baja… También se ven algunos cisnes, mujeres que van a mariscar choritos y, sobre todo, desde lejos se oyen las conversaciones de los que recogen algas, gracias a la condición “sonora” de Chiloé. Todo esto hace esa sensibilidad, o paisaje, o naturaleza humana, que Nercón nunca perdió desde el siglo XVI.

Hoy, aunque se mantienen las razones que nos hacen vivir cerca de sus playas, se va disipando la aldea chilota que se mantuvo por cuatro siglos y Nercón se hizo una extensión residencial de Castro (a 4 km.), la que desde los años 80 fue acogiendo a los castreños de clase media y a profesionales y ejecutivos de las empresas pesqueras que llegaron.

Así, los propietarios de la aldea comenzaron a vender y el bucólico pueblo consolidó a ultranza un rol urbano particularizándolo en residencial, hotelero. Todo, además, desde una especie de “laboratorio arquitectónico” pues, por primera vez, aparecen mandantes que quieren “una casa chilota” o cambian los pattern estilísticos y aquello se transformó en un pot-pourri de formas.

Con San Miguel a la cabeza

El lugar siempre, desde lo paisajístico, fue ideal para vivir y mirar.

Cientos de senderos que se descolgaron por las colinas desde Nercón Alto disectaron y dieron unidad al territorio local. Curvos, amables, llegaron al mar y hoy son sus calles. Una topografía de pequeñas cimas y quebradas que desafió a la arquitectura y Nercón se construyó en sus quebradas y caminitos ancestrales en una densidad que hoy asusta. Sin embargo, el lugar también tiene invariantes muy antiguas y sólidas que podrían impedir un avasallamiento que le borre su antiguo rostro. Una de esas invariantes es la religiosidad local. Desde esa capilla del siglo XVI, muchos templos que se sucedieron hasta el actual, que se reedificó entre 1879 y 1880 reparándose y restaurándose ininterrumpidamente hasta hoy: Nuestra Señora de Gracia de Nercón. La piedad religiosa permitió la construcción y vigencia de uno de los más notables y robustos templos chilotes.

No es sólo una cosa física pues también persisten las fiestas de Nuestra Señora de Gracia y la del Arcángel San Miguel, con procesiones musicales y los detalles antiquísimos de sus “nombraciones" de supremos, fiscales, patrones, princesas… cada uno con sus obligaciones piadosas. Los aspectos técnicos de un templo declarado Patrimonio de la Humanidad se saben por leer un papel escrito, pero es necesaria una visita que permita participar con el rezador, los músicos, el fervor… para darse cuenta que lo patrimonial religioso no es estética formal sino fe vivida.

Otra invariante ancestral es la permanencia de sus antiguos oficios.

Uno, porque había madera, una buena bahía, fondo marino y, sobre todo, tradición artesanal, fue el de la carpintería de ribera enseñada de padres a hijos. Aún están David y Pedro Peranchiguay y los hermanos Pacheco construyendo embarcaciones en sus astilleros. Esto hace el alma más profunda y verdadera de Nercón.

Es que ya en el siglo XVIII se construían navíos allí y sabemos que ello, aparte de lo económico, también concentra la mayor poética existente, la del viaje, el sueño, la aventura y el uso de herramientas que hoy podemos conocer en sus maravillosos talleres.

Visitarlos es como volver a leer “Moby Dick” o “La isla del tesoro”.

Con pasacalles y piures

Una tercera invariante es su concreta sensibilidad intangible, aunque suene contradictorio. Se trata de la visión prístina que se tiene sobre el fiordo de Castro y las colinas de la península de Rilán, con sus lugarejos siempre verdes de Pello Yutuy, Yutuy y Huenuco. Son lugares que mutan de un minuto a otro por la luz y las mareas que les alteran las medidas y colores, y permiten que los múltiples aromas del mar suban hasta Nercón Alto.

Impagable es la visión de los mariscadores encorvados, gualato en mano, cosechando tacas y choritos tal como lo hacían en el siglo XVI.

La audición se glorifica. Desde un loft del borde se escuchan las voces de los algueros y el metálico choque del azadón sobre las piedras donde se marisca.

Así es este controvertido Nercón. Un “lugar dormitorio” de casas de veraneo, hoteles, albergues, que al ponerse por sobre la tradición espiritual y formal de un pueblo chilote puede avasallarlo sino comparte y desarrolla creativamente la cultura local. No es fácil un acuerdo entre los vecinos de siempre y los que han ido llegando; aunque el ritmo de los “pasacalles” de la bandita musical que celebra a San Miguel, los bellos navíos que siguen saliendo del taller de Peranchiguay o las empanadas de piures dicen que la tradición no ha muerto.

Una última invariante nerconina. El viento del sur, cuando sopla recio, despeja el cielo de grises y repinta el mundo de intenso color azul.

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