“Yo nací el año 74. La mitad de mi familia se había ido al exilio; mi abuelo Fernando Ortiz fue detenido en 1976. Él era secretario general del PC y es parte de las dos direcciones completas de ese partido asesinadas luego del golpe. O sea, desde que tengo uso de razón algún pariente había sido secuestrado por la dictadura”, dice Javiera Parada, en una terraza en el barrio Lastarria.

Actriz, bailarina, gestora cultural, con un pasado movido (vivió en España, Francia y EEUU), ha estado muchas veces en el foco público, desde que era una estrella infantil de la TV estatal hasta hoy, cuando es candidata a presidenta del partido Revolución Democrática, cuyas elecciones son el 25 y 26 de enero.

Su rostro de niña (“me veía más chica de lo que soy”, reconoce) sorprende en documentales de los 80 y 90, en los que habla sobre la muerte de su padre, José Manuel Parada, degollado a fines de marzo de 1985, junto a Manuel Guerrero y Santiago Nattino, por Carabineros. En la película “Hasta Cuándo” (1986), de David Bradbury, se a ve a su madre, Estela Ortiz, al enterarse del asesinato de su marido: uno de los discursos más elocuentes de la oposición de esos años a Pinochet.

No sin polémica Parada fue designada agregada cultural en EE.UU en 2014. Se criticó que desempeñara sus funciones en la ciudad de Nueva York, en vez de Washington, y en mayo de 2016 renunció al cargo.

“Michelle Bachelet no es amiga mía. Es amiga de mi madre”, aclara. “Los cargos deben ser entregados de acuerdo a la capacidad política y profesional de las personas”.

Durante más de una hora, hablamos sobre su vida y sobre cómo esa experiencia vital marcó su visión política. Solo una vez se le quebró la voz: al darse cuenta, casi con sorpresa, que había sido una niña feliz, pese a la violencia del pinochetismo que la acechaba.

La casa del novelista

Cuando chica, Javiera pasaba cambiándose de casa, porque la allanaba la policía, pero una de las que recuerda con más cariño es la de su bisabuelo, el famoso escritor Manuel Rojas. Ella dice que lo ha leído, que lo admira y que su libro favorito es “Hijo de Ladrón”, una de las la mejores novelas chilenas del siglo pasado.

“Él llegó desde Argentina sin papeles, trabajó como estibador en Valparaíso y terminó escribiendo uno de los relatos que mejor retrata el alma de este país, y recibiendo el Premio Nacional de Literatura. Eso es maravilloso”, comenta.

La casa del escritor, en Llewellyn Jones con Eliodoro Yáñez, aún existe y le trae buenos recuerdos. “Esos primeros años son muy felices, porque son tardes de niña, con amigos, en la calle, subiéndome a los árboles, que era mi especialidad, a sacar damascos y caquis. Teníamos una tortuga, un conejo, lo pasábamos súper bien. Pero a la vez éramos súper conscientes de que vivíamos en una situación que no era normal: el abuelo no estaba”.

—Tu papá trabajaba en la Vicaría de la Solidaridad.

—Sí, y le tocó, por ejemplo, recibir el testimonio de Andrés Valenzuela, de la Fach, el primer agente que confiesa los crímenes. Y esa información la recibe mi papá y tiene la labor de darla a los familiares de detenidos desaparecidos. Yo me acuerdo de haberlo acompañado; entonces, sabía lo que pasaba. Salía del colegio muchas veces y me iba a la Vicaría después, y hacía las tareas allá. Es bien contradictorio, porque nosotros como niños entendíamos que algo horrible estaba ocurriendo, pero eso no significaba que no tuviéramos una infancia normal.

—¿Pese a todo había alegría?

—Sí, totalmente, y yo creo que la generación de mis padres, que tenían 23 años, no sé si lo hicieron conscientemente pero decidieron que tenían que seguir siendo felices para que sus hijos y los niños vieran que era posible. Pera mí esa es la muestra más fehaciente de lo que les importaba la vida a ellos.

—¿Alguna vez sentiste que tus papás tomaban muchos riesgos?

—Yo creo que ellos siempre vivieron con el trauma de que nos abandonaron un poco. Puede ser que haya gente de mi generación que lo sienta, pero yo nunca lo he sentido. Mis padres, y sus amigos y sus amigas –perdón la emoción- se preocuparon mucho de nosotros, y aunque trabajaban mucho, y algunos dieron la vida por defender los DDHH, se daban espacios para estar con sus hijos, irse de paseo, al Manzano, al Cajón del Maipo. Y esos paseos eran con otras familias, que también tenían gente desaparecida, pero que aun así se organizaban para salir el fin de semana y pasarlo bien con los niños… Entonces, sí. Yo tuve una infancia muy consciente de la dictadura, pero muy feliz.

—Y también estaba esa dualidad de conocer lo que sucedía y a la vez ser estrella de la televisión.

—Lo que pasa es que tuve la suerte de que mis abuelos paternos, Roberto Parada y María Maluenda, me invitaran a actuar cuando era súper chica, y yo creo que mis papás lo agradecieron, porque eso canalizaba un poco mi energía y mis ganas de hacer shows.

—¿Eras centro de mesa?

—Totalmente. O sea, mi hermano y mi primo tenían que actuar conmigo y ser como mi ballet, y mis tíos y mis papás y sus amigos tenían que verme actuar… entonces, cuando mis abuelos me invitaron a la TV, todo el mundo hizo como “uf, ya”… (risas)… Luego hice una obra de teatro, con la Sonia Viveros.

—Que era súper famosa.

—O sea, en Chile, para la gente que nos va a leer, antes no es que no había Netflix, no había cable. Nada. Y la Sonia era como la súper estrella. Y ahí llegó Vicente Sabatini que me vio y me invitó a trabajar a “La torre 10”.

—¿No tuviste conflicto con Canal 7?

—Claro, de hecho cuando asesinaron a mi papá a mí me echaron de la tele. Iba a cumplir 12 años.

— ¿Y qué explicación te dieron?

—Ninguna. En esa época no necesitaban darte mucha explicación.

—Recién te emocionaste al recordar la manera en que tus padres te criaron.

—Sí, porque no sé si podría haber hecho lo que ellos hicieron… encuentro admirable que nosotros no hayamos salido unos dementes, porque era como un momento tan terrible, que mataban a la gente, que tenían que vivir escondidos, que no sé cómo ellos lograron proteger a nuestra generación y mostrarnos el lado bueno de las cosas. Por eso me emocioné, porque creo que no hemos sido capaces de agradecerles lo suficiente.

—¿El día del secuestro de tu papá lo recuerdas o lo tienes borrado?

—No tengo borrado el secuestro, pero sí todo el año después. Me acuerdo del día que lo secuestraron, de cuando apareció muerto, de cuando nos dijeron, de los funerales, de la cantidad de gente, de que yo me desmayaba, de que no sabía lo que era degollado, de que tuve que preguntar…

—¿Y te dijeron altiro lo que era?

—Cuando pregunté, sí. No había manera de esconder la verdad.

—¿Te ayuda hablar de esto?

—Creo que la gente que podemos hablar, debemos hablar. Porque no todo el mundo puede, hay gente que todavía tiene mucha rabia…

—¿No te agobia?

—No. Lo que en algunos momentos de mi vida me agobió, es haber sido tan conocida de tan chica, por cosas buenas y por cosas trágicas. O sea, yo cuando hacía teleseries, no podía subirme a una micro porque se tiraba todo el mundo a pedirme autógrafos. Viví una adolescencia con el ojo público puesto arriba. Y la verdad es que, cuando me fui de Chile el año 92, fue me saqué un peso de encima, porque por primera vez en mi vida no era conocida, y podía caminar por la calle y nadie se daba vuelta a mirarme. A Barcelona llegué sola, ilegal, sin plata, y tuve que estudiar, pagarme mis estudios, sacar papeles, y me fue súper bien como actriz y ahí descubrí que no era porque me llamaba Javiera Parada, sino que porque era buena.

No a las censuras

—Con todo lo que has vivido, ¿qué opinas de la ley contra el negacionismo? ¿Estás a favor o en contra de esa idea?

—Mira… yo soy una férrea defensora de la libertad de expresión. Y creo que es un debate interesante el que se está dando ahora en el país.

—No lo tienes claro.

—Tengo claro cuál es mi postura: soy una defensora de la libertad de expresión.

—¿Hay cierto puritanismo en Revolución Democrática ?

—El puritanismo está repartido en toda la sociedad. Y Revolución Democrática es un conglomerado donde hay más de 40 mil personas, y esas son 40 mil historias y maneras de ver la vida. Nos falta crecer mucho más, no solo en número, sino también en cultura política… Creo que todos tenemos luces y sombras, que cada uno tiene sus obsesiones, y yo siempre he defendido la libertad. Hay gente que se siente libre en una biblioteca leyendo toda su vida, hay gente que se siente libre orando todo el día, y hay gente que nos sentimos libres bailando en una pista de baile, y no creo que ninguna de esas cosas sea más o menos válida.

—Vienes de un a familia de tradición comunista y fuiste de las JJ.CC. ¿No te hacía ruido el muro de Berlín?

—Dejé de militar justamente después de la caída del muro. Tenía 16 años, y pregunté varias veces qué estaba ocurriendo, porque lo que uno veía era un impulso democratizador que se parecía mucho a lo que había acá, pero del otro lado. Una de mis grandes discusiones con los comunistas, es que piensen que uno puede sacrificar la libertad en pos de la igualdad o de la justicia. Yo no lo creo.

—Giorgio Jackson te respondió muy duro, cuando dijiste que RD tenía una crisis… ¿te lo esperabas?

—Cuando acepté ser candidata a presidenta de RD, sabía que iba a estar en una contienda política. Somos gente apasionada, que mostramos nuestras opiniones con mucha vehemencia. Pero la verdad es que reitero el llamado a mantener las elecciones en un clima fraterno, leal…

—También recibiste críticas fuertes por conducir bajo efecto del alcohol, cuando tuviste el accidente automovilístico en marzo de 2017. Tu posible candidatura parlamentaria fue descartada.

—Sí, pero yo creo que todos aprendemos de las cosas que pasan.

—¿Qué aprendiste?

—Primero, que nunca más voy a volver a pensar que después de tomar una copa uno puede manejar, porque evidentemente puse en riesgo no solo mi vida sino que la de otra persona. Menos mal que no pasó nada pero fue una lección que ojalá no la hubiera tenido que aprender de esa manera. Las cosas se podrían haber hecho de otra forma y yo creo que las primeras personas que son conscientes de eso, son las personas que fueron responsables de bajar mi candidatura.

—¿Cómo es tu relación con Gabriel Boric?

—Eh… buena

—¿Pero es mejor que con Giorgio?

—Yo no soy amiga de ninguno de los dos. Los admiro.

—¿Y qué te separa de ellos?

—¿Aparte de como 15 años? (risas).

—La pregunta es ¿qué va a hacer el Frente Amplio: camino propio o alianza con la vieja Concertación, a la que detestan?

—La Concertación no existe hace como 8 años.

—Me refiero al desprecio que sienten por Ricardo Lagos, por ejemplo.

—Yo creo que nuestro rol en la política no es vivir en la impugnación del pasado.

—Viviste en Barcelona. ¿Hubieras votado por la independencia de Cataluña?

—Hubiera votado que no. Cuando viví ahí, de los 18 a los 32 años, a ningún amigo mío se le habría ocurrido ser independentistas. Los independentistas catalanes eran un grupúsculo y los nacionalistas españoles también. Pero la desidia de los partidos centrales en España y su indolencia frente a las demandas del pueblo catalán, han hecho que hoy día mis mismos amigos, en un 70 %, sí creen que la independencia es un camino.

—¿Crees que pasará algo parecido con el tema mapuche?

—Totalmente. En Chile hemos pecado de ceguera.

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