“En los últimos años se han invertido millones en mejorar la infraestructura sanitaria de la ciudad, pero aún no hay certeza de que su agua sea potable”.

Gonzalo Baeza

Recorrer las calles de la ciudad de Detroit es como situarse en una película de ciencia ficción apocalíptica: cuadras completas de edificios y casas abandonadas flanquean a los autos y a los pocos peatones que deambulan sin que un afuerino sepa hacia dónde se dirigen. Hace diez años me tocó ser uno de esos afuerinos y vivir en un hotel de Detroit por unos meses. Trabajé en una campaña política en contra de los recortes presupuestarios que afectaban a la ciudad y a varios otros centros urbanos del estado de Michigan.

El día que llegué me fui directo del aeropuerto al centro de la ciudad. Mi idea era almorzar y prepararme para una reunión. Pero por más que daba vueltas en el auto no encontraba un solo restaurante abierto. Tampoco veía bancos ni tiendas. Sólo locales cerrados y vitrinas rotas.

Después de casi una hora, llegué a un McDonald's. El local tenía un vidrio antibalas sobre el mesón que separaba a los empleados de los clientes. Para pagar había que abrir una ventanilla y poner la plata en un cilindro que giraba en 180 grados y permitía que el cajero la recibiera.

Detroit y buena parte de los centros urbanos de Michigan comenzaron a decaer a fines de los 80, cuando cerraron las plantas automotoras. Un poco más al norte de Detroit se encuentra Flint, una ciudad de 100 mil habitantes conocida por dos cosas: es el lugar donde nació el cineasta Michael Moore y es también protagonista de una de las mayores catástrofes sanitarias del país.

Tras la crisis inmobiliaria de 2008, Flint quedó al borde de la quiebra. Para reducir el déficit, en 2014 sus autoridades convirtieron al río que lleva su mismo nombre en su principal fuente de agua potable. La medida les ahorraría dos millones de dólares. Lo que no consideraron es que el agua del río Flint está contaminada con desechos industriales. En menos de un año, estudios ambientales determinaron que la población de Flint consumió agua con niveles altísimos de plomo. La exposición al plomo afecta al corazón, los riñones y el sistema nervioso, y en niños es aún más peligrosa dado el potencial de daño cognitivo.

En los últimos años se han invertido millones en mejorar la infraestructura sanitaria de Flint. Pero aún no hay certeza de que su agua sea potable. Conozco a una sola persona que vive en Flint. Es guardia de seguridad en un hospital. Su sueldo no es muy alto, pero se niega a tomar agua de la llave y compra agua embotellada al por mayor.

La semana pasada, 13 autoridades gubernamentales de Flint fueron procesadas por cargos que van desde abandono de deberes a homicidio involuntario. Se podrá decir que la justicia tarda, pero llega. El problema es que cuando llega muy tarde, el daño ya está hecho, y para ciudades olvidadas como Flint, Michigan, no hay reparación que valga.

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Karina Arias Yurisch

Vicerrectora Vinculación con el Medio

U. de Santiago de Chile

Con la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, y ad portas de una nueva versión del Congreso del Futuro, es imperativo reflexionar sobre el rol que juegan la divulgación y la transferencia del conocimiento en el bienestar social, y en la construcción de legitimidad de las instituciones que lo producen.

La creación de saberes científicos y tecnológicos constituye un factor central en el mejoramiento de la calidad de vida de la población. Sin embargo, la relación ciencia-desarrollo queda truncada e incompleta si no existen instancias de transferencia del conocimiento. La comunicación de los avances en investigación fuera del mundo académico permite desarrollar mejores políticas públicas, más eficientes procesos productivos, desarrollos tecnológicos pertinentes cultural y territorialmente, y un mejoramiento concreto de la vida cotidiana de los ciudadanos.

Una forma de divulgación posicionada con fuerza en el mundo son las ferias y festivales científicos abiertos a la comunidad, que buscan incrementar el interés en la ciencia, mejorar la comprensión de los fenómenos que nos rodean e inspirar a niños, jóvenes y adultos para involucrarse en el desarrollo científico y tecnológico. En Chile, el programa de divulgación y valoración científica y tecnológica Explora, de Conicyt, constituye un camino en esta dirección que hoy tiene un correlato en los campus universitarios.

El Festival Cambalache, organizado por la Universidad de Santiago de Chile, es un ejemplo que acoge este año a más de 50 actividades de divulgación científica, para democratizar el acceso al conocimiento generado en los laboratorios y centros de investigación de esta casa de estudios estatal y pública.

Estas actividades permiten que la ciudadanía, que financia con sus impuestos a las instituciones científicas, pueda conocer dónde se investiga y cómo se crea el conocimiento, y reconocer el rol que cumplen los organismos productores de éste en el desarrollo de la sociedad.

Este reconocimiento social permite generar confianzas y construir la legitimidad ciudadana de la ciencia y de las instituciones científicas. Ambos conceptos —confianza y legitimidad— son atributos fundamentales para la consolidación de un sistema de ciencia, tecnología, conocimiento e innovación que esté a la altura de las necesidades de desarrollo del país.

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“Las poleras de Camila Vallejo y Gabriel Boric, y los enroques amorosos del Frente Amplio, hacen explícita la dimensión estética de la política”.

Fernando Claro V.

Hace unos años, en la mitad de un almuerzo de verano, el papá de un amigo empezó a despotricar contra todo. En su época, decía, los discursos y argumentos de los parlamentarios eran publicados en los diarios. ¿Imaginan que alguien publicara hoy el discurso de algún parlamentario? ¿Se imaginan alguien interesado en leerlos? Yo lo encontraba un exagerado, pero quería creerle. En ese almuerzo criticaban, además, la arquitectura de todas las casas de Chile. Yo sobre esto pensaba al revés: no quería creer, pero creía. Eran veranos escolares. El hanta había estado de moda hace unos años.

Nunca se me olvidó esa crítica a los políticos noventeros, pero en esa época andábamos preocupados de otras cosas. Por ejemplo, de la implícita confrontación de imágenes, sueños e ideas inalcanzables que tendríamos más tarde en la playa, o en las fiestas de la noche, donde deambulaban poleras de los Rolling Stones, Gondwana, Misfits y Pink Floyd, y una que otra con poetas o algún revolucionario. Un amigo incluso le sacó una foto a la cara de un personaje de ese verano y después se la estampó en su polera. Intensidad, bullying y deseos inalcanzables. Cuestiones de la adolescencia, lejos de la política.

Hoy es al revés: son los políticos los que juegan con poleras y se preocupan de las fiestas. Las poleras de Camila Vallejo y Gabriel Boric paralizan al país, y los enroques amorosos del Frente Amplio llegan a los diarios. Esto hace explícita la dimensión estética de la política. Inscribirse hoy en la juventud de la DC podría costarle la soltería eterna a cualquier hombre o mujer. Así se entiende también la ironía de un amigo: «Para qué Tinder, si está RD». Parece que son los juegos adolescentes los que movilizan y unen al Frente Amplio.

La intelectual argentina Beatriz Sarlo señala que cuando muere «la adolescencia, persiste la nostalgia de una vida intensa, que es casi imposible [vivirla] bajo las leyes del trabajo y la familia». Por esto, continúa, vivimos una sociedad del espectáculo, porque esa nostalgia se cura con escándalos. De ahí que los sermones de políticos en el Congreso respecto de las poleras de Boric hayan sido un show montado, con carteles y griteríos: para buscar el escándalo. Por eso J. A. Kast y Camila Flores son escándalos en sí mismos. ¿O a alguien se le ocurrió analizar el texto y la profundidad de los argumentos del diputado Coloma en contra de la afrenta de la polera en el Parlamento? Sarlo dice que Julien Sorel, de “Rojo y Negro”, es alguien que «siguió aferrado a la fantasía de una gloria ya imposible», y que Ema Bovary, de “Madame Bovary”, a pesar de su vida ya avanzada, «siguió soñando», lo que la llevó a la muerte. Desgraciadamente, afirma también, «las sociedades se sostienen porque las mujeres no son Ema Bovary ni [los hombres] Julien Sorel».

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