(Viene de la página 16)

Tan imperativo es el tajo que el río Quilimarí dibuja entre las montañas, que un viajero no puede evitar el orden al que obliga tan drástica geografía. Todo es mirar, asombrarse y vivir en un recogimiento interior —contenido entre cerros— que al fin del viaje se expande, como una exhalación de gratitud.

Todo comienza en Quilimarí (Ruta 5 Norte) al frente del balneario de Pichidangui. El caserío está en un terreno bajo, acorde a la profundidad cavada por siglos de correntada invernal. La antigua iglesia se ubica en un faldeo, y las siembras sobre terrazas aledañas al río. Allí palpita lo aborigen y se comprende que el lugar fue patria de mollenses, diaguitas, incas, y que esta ruta de Quilimarí a Tilama fue caminada por ellos, mucho antes de que fuese un Camino Real hispano.

La ruta está asfaltada y separa la parte árida del cerro de la ladera cultivada, a orillas del río. Aunque seco en verano, mucha vegetación nativa y frutales bordean su lecho como si fuese una cinta verde que sube. Las viviendas están aisladas unas de otras. A intervalos se juntan, sobre todo en donde hay vertientes y pozas de río que aún no se evaporan. Puentes colgantes, más la profundidad del cauce hablan de que en invierno el torrente corre con fuerza. Mientras tanto, se ven mangueras, pozos, “comités de agua”, tambores… indicando que la sequía es dramática.

Aguas y devoción

A poco de subir aparecen senderos que trepan por las quebradas de la ladera sur. El Ajial es uno de ellos. Luego, el que lleva a Los Maquis, un enclave importante, con paradero de buses y casas aisladas, aunque no dispersan la ocupación general. Es que si el factor de unidad natural está dado por el agua y su recorrido por unos 40 kilómetros, también existe una notable celebración religiosa que, desde una gran convocatoria y confluencia social, da unidad humana y espiritual a sus habitantes.

Se trata de la procesión de la “Virgen viajera”, Nuestra Señora del Carmen de Palo Colorado que, a tramos de 15 km diarios, recorre desde el 16 de julio, desde Quilimarí hasta Tilama, internándose además, por las quebradas de El Ajial, Los Maquis, La Viña, El Manzano, El Sifón-Infiernillo, todas muy escarpadas, lo que no intimida la caminata de sus fieles ni a las cofradías de chinos danzantes… Por las tardes, en “los alojos” (lugar en donde permanecerá la Virgen hasta el otro día) habrá “esquinazos”, poetas populares, cantos a lo divino y, casi exclusivo de este lugar, el ejercicio de una misteriosa danza sagrada llamada “las lanchas”.

Aun cuando un cartel que anota “Ruta del cuarzo” se repite a lo largo del camino, el viajero se siente más gratificado con la vital visión de las majadas de cabras, los centenares de cactus floridos, rebaños de ovejas, de alpacas, llamas y los insólitos cultivos en las colinas (“lluvias” se les llama). Discretamente, en algunas casas se anuncia artesanía en cueros, mermeladas, miel, cerámica, quesos, plantas y yerbas medicinales, todos productos y haceres ancestrales. La belleza y riqueza turística de este valle también radica en la escala humilde y sincera de su oferta, pues no atosiga ni se venden cosas que no son de allí.

Guangualí, Infiernillo, Culimo

Hacia la medianía del trayecto (unos 12 km) se llega a Guangualí, poblado muy antiguo que tras los terremotos perdió su arquitectura vernácula. Sin embargo, remece. Es que si el relato del valle es en clave naturalista, al llegar a su plaza deviene en “modernista”. Allí, entre sus árboles, hay una efigie a Rubén Darío.

La leyenda cuenta que en la década de los 60, tras un gran terremoto y la posibilidad de tener una plaza, surgió la idea de dotarla con un monumento. Se decidió que Santiago Bueras, héroe nacional, petorquino, la debía presidir. Se encargó la escultura. A la fecha señalada una delegación de guangualinos viajó a Santiago a buscarla. No estaba lista y como les prometieron que en “tres días” lo estaría, decidieron esperar. En el interinato, fueron bebiendo y gastando el dinero.

Llegado el momento de retirarla y cancelar, les quedaba poco.

“¿Señora, no habrá una estatua más barata?”, le preguntaron a la escultora, Marina Pinto. Para no perder el negocio ella dijo que sí y, de ese modo, en vez del héroe petorquino, a Guangualí llegó el poeta nicaragüense.

Siguiendo el camino hacia Tilama, aparece el antiguo Fundo Los Cóndores, con olivares de muchas variedades y tipos de aceite. Su topónimo se reafirma, pues se ven volar sobre las montañas.

Sorpresiva es la aparición del tranque Culimo. De aguas azules, taguas negras y dos especies de patos, de todos colores. El embalse está regido por una quebrada (hacia el norte) que guarda grandes rocas y espacios en donde los aborígenes celebraron el agua y el caminar; petroglifos y lugares con aura sagrada en los que se puede acampar y agradecer los atributos del valle. Desde aquí, en minutos se llega a Tilama. “Capital del Cuarzo”, gracias a una mina a tajo abierto que allí quedó desde el siglo XIX. Hoy se vende piedra a piedrita. El lugar es plácido, sombreado, con algunas construcciones antiguas y, como alguna vez fue estación de trenes, se explica el puente La Recta, de mampostería, una obra genial, a la que le están robando sus piedras.

El tramo Quilimarí-Tilama es generoso; intenso en naturaleza y humanidad. Pendiente quedará lo que sigue. Hacia el Norte, el enigma de un poblado que se llama Caimanes o, hacia el sureste, el palmar más septentrional de Chile.

LEER MÁS