Y la lista de premios y reconocimientos suma y sigue: obtuvo el vino ganador de la Mesa de Cata de La Cav (con Don Max 2016) y los dos mejores de la guía Descorchados 2019 (Pizarras Chardonnay 2017 como mejor blanco y Viñedo Chadwick 2016 como mejor tinto).
Sin embargo, el enólogo –elegido el mejor de Chile por el crítico inglés Tim Atkin- confiesa: “Recién el vino chileno está buscando su identidad”.
—Sí, pero aunque sigue siendo de nicho, los chilenos están intentando meterse cada vez más en el mundo del vino más fino, de valor. Creo que, más que nada, es un tema de comunicación. Las campañas en Chile se ha enfocado en el consumo masivo. Hay que cambiar el foco en Chile desde “tomar” vino a “probar” vino.
—El vino tiende a producir eso. Ahora, en vino barato no hay realmente nada que elegir: está el tinto o el blanco. A lo más la cepa. Pero cuando uno sube en calidad, el vino tiene una asociación con el lugar: con el terroir, con el origen.
—Aquí antes se tomaba vino como agua. El vino era parte de la mesa chilena. Tampoco había variedad. Había vino y el vino era tinto. Hoy se ha sofisticado. Falta darle más prioridad al consumo local de valor. Y con eso no quiero decir vinos caros, sino buenos vinos. Yo creo que de eso en Chile hay cada vez más. Los productores pequeños, los grandes productores también hacen vinos más de nicho.
—Chile tiene claramente una identidad vinera, no podríamos decir que Chile haya sido un país cervecero. Miramos mucho para afuera porque alrededor del 70% de la producción se exporta. Y cuando estás produciendo para exportar, tienes que ponerte a tono con los gustos del mercado. Hubo muchas plantaciones nuevas para poder suplir la necesidad del mercado en cepas más tradicionales, como cabernet sauvignon y se perdió un poquito nuestro patrimonio. Recién el vino chileno está buscando su identidad. Se han recuperado viñas muy viejas, de cuarenta años, sesenta años, con paisajes muy lindos, con una identidad súper potente, que no estaba aprovechada, porque esos vinos se iban a lo masivo. Yo creo que esa recuperación ha sido súper interesante. De hecho el que partió fue Louis-Antoine Luyt, aunque haya tenido que llegar un francés a recuperar el vino chileno.
—Si en una época estuvo de moda el vino súper goloso, después viene la moda del vino país (la variedad más antigua, que llegó con los españoles). Yo creo que no es ni lo uno ni lo otro. Hay que buscar un equilibrio para poder descubrir nuestra verdadera identidad. Al final, a mí me gusta tomar un pipeño en el verano, pero no creo tampoco que sea un vino como para volvernos locos. Es un vino fresco, rico, de poco alcohol, pero no nos va a definir como chilenos. Por eso yo creo que hay que buscar un balance. Chile está en eso, Chile está definiendo su personalidad.
—Chile está recorriendo un camino bien interesante. Ojalá que el consumidor chileno pueda seguirle el paso. Hay muchas cosas hoy para probar, y no me refiero a vinos caros, inaccesibles. O sea, a 4 lucas, son todos los vinos iguales. Ahí no hay nada que buscar. Pero entre 10 y 20 lucas se pueden encontrar una gran variedad de cosas entretenidas. Uno en Chile puede encontrar vinos buenos a un precio razonable.
Piscola o cerveza
Francisco Baettig quiso ser enólogo en una época en la que prácticamente no existía ese campo en Chile. “Se especializaba, con suerte, un enólogo al año. En los 90, con la exportación, eso empezó a cambiar”.
—Cuando joven en Chile uno no anda tomando vino. Yo prefería tomar piscola o cerveza. A lo más vino en caja.
—¡No! (Se ríe). Para pagar una manda, quizás. Antes tomaba de todo, hasta jote. Pero he decidido que la vida es muy corta para tomar cualquier cosa. Hoy prefiero abrir una cerveza que descorchar un vino sin personalidad.