Por Andrés Nazarala@andresnazarala

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El cine de catástrofes telúricas ha sido propiedad exclusiva de Hollywood por décadas. Es que la destrucción simulada no es barata y requiere de especialistas. Pero como si fuese un país emergente en el plano geopolítico del poder, Noruega aspira ahora a competir con Estados Unidos, al menos en la pantalla, con este blockbuster de terremotos que funciona como secuela de uno de los grandes éxitos de taquilla del país europeo: “La ola” (2015).

El protagonista es el mismo: Kristian Eikjord, el geólogo que socorrió a muchos en la precuela alertando sobre un tsunami. Ahora vive atormentado por no haber salvado más vidas. Es por eso que busca redimirse gracias a la investigación de un gran terremoto que se avecina, luchando contra las autoridades y con la familia que abandonó debido a su obsesión por los sismos.

Como no suele hacer Hollywood, menos en tiempos de estímulos cronometrados, “El gran terremoto” se toma tiempo en desarrollar los personajes y sus conflictos. Tal vez demasiado tiempo, relegando la acción a la última media hora. El problema es que en esa “preparación” de la acción no se siembran tensiones eficaces, sino que se desarrollan lugares comunes que poco aportan. El remezón final será, sin embargo, liberador, y demostrará la habilidad de los noruegos para configurar catástrofes a gran escala. Será un golpe duro a la hegemonía del país de La Roca.

“El gran terremoto”. Dirección: John Andreas Andersen. Con Kristoffer Joner. Noruega, 2018. Duración: 1 hora 46 minutos. Entretenida.

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Blanco y negro. Pantalla cuadrada en formato 4:3. Primeros planos de cantantes populares en la Varsovia de finales de los 40. El polaco Pawel Pawlikowski (“Ida”), quien fue un reconocido documentalista en los 90, da inicio a “Cold War” con imágenes de campesinos cantando en medio de los devastados escenarios de la posguerra. Podría ser un reportaje de época o un documental de propaganda soviética hasta que, en medio de una naturalidad prodigiosa, asoma una ficción. Entonces, la figura imponente de Wiktor (Tomasz Kot) se toma la pantalla. Desgarbado, con la marca de los artistas sufridos impregnada en su rostro, es un músico que recorre el país buscando cantantes y bailarines para los espectáculos del régimen.

El director no forzará su encuentro con Zula (una radiante Joanna Kulig), quien llega a una de las audiciones buscando una oportunidad para escapar de un pasado turbulento, pero cuando la veamos sabremos inmediatamente que ella será su perdición. Rubia, ambiciosa, con más desplante que talento, iniciará con el músico una relación tormentosa, de encuentros y desencuentros, que Pawlikowski retratará a lo largo de veinte años, desde la Polonia comunista (con sus ambiciosos shows en honor a Stalin) hasta la bohemia parisina de los 60, ida y vuelta.

Aunque los personajes protagónicos de “Cold War” se aman y odian porque son impetuosos y complejos, su desdicha estará determinada por un contexto político donde reinan la burocracia y la brutalidad. Pawlikowski recrea un mundo de hostilidades donde no hay espacio para el amor. Y lo hace a través de una historia intimista y trágica con la que atraviesa épocas fundamentales dentro de la historia europea.

“Cold War” —gran carta para el Oscar y la temporada de premios— parece una película a contracorriente por su duración (apenas 88 minutos), su anclaje a grandes referentes cinematográficos (de Bergman a Tarkovski pasando por el cine noir) y, en tiempos de derroches, por la capacidad de síntesis de un cineasta que compone una obra sin desperdicios. Que gane todo lo que tenga que ganar.

“Cold War”. Dirección: Pawel Pawlikowski. Con Tomasz Kot, Joanna Kulig. Polonia/Reino Unido/Francia, 2018. Duración: 1 hora 28. Muy buena.

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Lucio A. Rojas

sugiere:

“'The haunting of Hill House', en Netflix, porque es una suerte de teleserie con fantasmas que habla de las mejores virtudes humanas con personajes redondos y encantadores. La joya del 2018 en la TV”.

El director chileno cerró el año con una de las películas de terror más aclamadas internacionalmente: “Trauma”. Recorrió 62 festivales y formó parte de muchos rankings dentro del top 10.

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La historia del cine y la TV está plagada de innovaciones que no prosperaron. La invención que propone este especial de “Black Mirror”, estrenado el viernes pasado en la plataforma de streaming, se inspira al menos en un recurso que sí funcionó en el ámbito editorial: los libros de “hiperficción explorativa” que a Chile llegaron con el título de “Elige tu propia aventura”. El mecanismo es el mismo: a medida que la historia avanza, la pantalla le indicará al espectador sobre qué camino seguir. Puede ser una decisión menor como qué cereal elegir para el desayuno hasta asuntos más serios como si el protagonista debería o no matar a su padre.

Lo bueno: Netflix nos instala en unos años 80 visualmente fascinantes donde el diseñador de un videojuego se adentrará en la mente enferma de un escritor que parece como inspirado en Philip K. Dick. El Londres del New Wave, la música de Tangerine Dream, el LSD, la gráfica misteriosa de los primeros videojuegos y un humor autorreferente condimentarán el menú.

Lo malo: tramas algo aletargadas que hacen que “Bandersnatch” brille más por su propuesta tecnológica que por su contenido. Cosas del streaming.

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