Uno no sabe si lo que se está contando pasó o no. El personaje se tragó un poco la novela, el personaje Gómez Morel”.

Rafael Gumucio

Es una novela que nunca se ha leído mucho en Chile y que nunca se va a leer”.

Camilo Marks

Hermanada con las piezas de Armando Méndez Carrasco y de Luis Rivano en la corriente oculta de la novela lumpen chilena; “El río” (1962) de Alfredo Gómez Morel (1917-1984) es un texto que provoca.

Tanto por la fábula que relata: la historia del propio Gómez Morel viviendo en el Mapocho como pelusa, abusado por los curas de su colegio, hasta convertirse en lanza internacional; como por las opiniones dispares que suscita.

Unos la critican porque señalan que su prosa no tiene la “calidad suficiente” y porque retrata temas “excesivamente crudos” —“de mal gusto; el mérito que tiene es que la escribió un presidiario, pero parece casi una novela de niños”, dice el crítico literario Camilo Marks—. Para otros es de culto: “Es un clásico, un clasiquísimo”, argumenta Rafael Gumucio.

En tal escenario de opiniones divididas —más no de indiferencia—, recientemente se abrió un nuevo capítulo en la historia misma de la novela: la editorial Tajamar —que reeditó la novela en 2014— lanzó su versión gráfica, con ilustraciones y guión de José Gai; en un año en que también fue editada, en formato de novela gráfica, “Estrella distante”, de Roberto Bolaño.

Un trabajo que se suma al prólogo de la edición francesa de Gallimard hecho por Neruda —quien la definió como “un clásico de la miseria”— y a la revalorización que empujó Alberto Fuguet en la extinta Zona de Contacto. El escritor la señaló como nuestra “Pulp Fiction” y la homenajeó en su propia obra “Tinta Roja”.

“Es un libro muy duro. Que la novela gráfica incluya los detalles más crudos es lógico. Es casi imposible no ponerlos todos. La gracia del libro está en su descaro”, considera Gumucio. En tanto, el académico de la Universidad Católica Cristián Opazo opina que “no se entiende la novela sin su truculencia, no por ella sola, sino porque muestra el desplazamiento en los márgenes físicos y simbólicos en la ciudad: se mezclan la ternura, la sexualidad, con la geografía misma del río”.

Opazo, quien da la cátedra de Literatura, aprovecha de barajar por qué Gómez Morel también tiene una presencia y ausencia entre los papers y los análisis académicos.

“Pareciera que a los profesores más de oficio se nos arrancara de las manos, porque quienes han hecho lecturas más significativas son autores que tienen una carrera en la ficción, más que nosotros y que la crítica: Diamela Eltit, Eugenia Brito, Rafael Gumucio, Alberto Fuguet, Pablo Neruda la han abordado. Creo que no son tantos los textos de literatura chilena que pueden generar la adhesión de autores tan diversos. A mí efectivamente me parece irregular, pero no por eso menos rica en composición”, analiza.

La nueva entrega de Gai es un trazo fiel a la fábula, sin esconder, por ejemplo, el abuso al autor por parte de dos sacerdotes. Al caerse en el patio el protagonista, el padre Francisco no cura su rodilla. Lo hace por la noche. “Era cómico verlo así, en calzoncillos, sin sacarse su birrete. Quise reírme, pero me besó. Me dieron náuseas. Nunca he olido una boca tan hedionda (...) mientras él me punzaba las piernas (...) tuve la sensación de ser yo mi madre (...) noche a noche se repitió la cosa. Al poco tiempo descubrí que el asunto no me disgustaba mucho”, puede leerse en los textos que acompañan las viñetas.

“El tema de la prostitución callejera, los niños en el río, es tan truculento, en una época en que el país era tan pobre... Es una novela que nunca se ha leído mucho en Chile y que nunca se va a leer. Los escritores de culto son los que han sido seguidos y Gómez Morel nunca ha tenido un grupo de seguidores como sí lo ha tenido Juan Emar. A este último no lo ha leído nadie, pero los que lo leen, lo consideran un genio”, cierra Marks.

La veracidad del relato

Se dijo que el psiquiatra Claudio Naranjo, quien trató a Gómez Morel en la cárcel de Valparaíso, escribió parte del relato. Pero él mismo lo negó en el documental “La invención de Morel” (2016), de Daniel Rozas, argumentando que lo que hizo fue motivarlo a escribir.

“Gran parte de la gracia de «El río» es que muchas cosas no están claras. Las escenas son ambiguas. La percepción de la persona está un poco alterada. Uno no sabe si lo que se está contando pasó o no pasó. Es un personaje del que uno no se fía del todo”, explica Gumucio. “El personaje se tragó un poco la novela, el personaje Gómez Morel. Murió solo, no lo fue a ver nadie, fue un «maldito» de verdad, un personaje «no recomendable»”.

Las viñetas del libro relatan la vida del escritor que murió en 1984: desde sus días de "pelusa" en el río Mapocho hasta convertirse en delincuente internacional.

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