Los jotes enamorados no suelen ser acosadores, no toquetean ni picotean. Sólo miran con apetito de buitres, rondan y esperan”.

Carlos Franz

Atardecer cerca del mar. Un sol veraniego se pone sobre el océano y enrojece las montañas boscosas que rodean esta bahía. Sentado en la terraza observo ese incendio benigno. El día y el año están llegando a su ocaso. Una melancolía placentera me embarga. Antes de que el 31 de diciembre nos fuerce a alegrarnos, esta es una hora ideal para hacer balances tristes. Seamos realistas, me digo, las cosas que no hice este año difícilmente las haré el próximo. Delicias del pesimismo.

Dos jotes planean en el cielo enrojecido. Las lentas sombras de esos buitres me sobrevuelan en círculos cada vez más bajos. No cabe duda, me digo, vienen por mí. Estos jotes me han visto refocilarme en mi derrotismo anual y ahora aguardan a que esté listo mi cadáver. Los buitres saben desde siempre lo que el poeta Fernando Pessoa descubrió: el hombre es sólo “un cadáver postergado que procrea”.

Si yo fuera un romano estoico aceptaría sin chistar el vaticinio funesto de esos pájaros y encargaría ya mismo mi tumba y mi epitafio. Pero como no soy un estoico, sino un escritor, esos pájaros que me asustan también me distraen, me provocan asociaciones de ideas.

Como todos los buitres, el jote de cabeza roja es un ave ambigua. En el suelo es asquerosa; en vuelo es majestuosa. Por el dorso sus alas tienen un color negro amarronado, más bien mugriento. Sin embargo, por dentro las alas del jote son blancas. Es decir que, posado sobre un árbol con las alas plegadas, el jote parece lo que es: un ave carroñera. Pero cuando lo miramos desde abajo, mientras vuela luciendo el revés albo de su plumaje, el jote parece un pequeño ángel lento y ceremonioso.

El vuelo del jote de cabeza colorada también es ambivalente. Planea en círculos suaves para vigilar a su presa sin espantarla. Colgado del cielo el buitre espera a que un animal enfermo o herido, muera. Dignísimo o indolente, el jote le cede a la muerte el trabajo de matar. Sin embargo, ese revolotear persistente también sugiere una actividad menos mortal: el vuelo del jote parece un cortejo.

En el dialecto chileno “jotear” significa “asediar a alguien para conseguir su atención amorosa” (Diccionario de Uso del Español en Chile). El jote humano ronda a su presa erótica, revolotea sin quitarle la vista de encima, hasta que ésta se entrega; ¡o hasta que él o ella lo alejan a peñascazos! Los jotes enamorados no suelen ser acosadores, no toquetean ni picotean. Sólo miran con apetito de buitres, rondan y esperan.

Las extravagancias del dialecto chileno no acaban ahí. En Chile también se llama “jote” al cóctel de vino tinto mezclado con Coca-Cola. Un trago barato y popular que se beberá en abundancia durante este cercano Año Nuevo. Cierto barman juvenil me explicó una vez que este combinado sería una invención nacional y que se llamaría así porque la Coca-Cola es negra como las plumas del jote (por fuera) y el vino tinto es rojo como su cabeza pelada. No quise apenar al millennial contándole que su trago nacional también se inventó en España donde se conoce como kalimocho y es inmensamente popular. Si aquí en Chile le pusimos el nombre de un buitre, hace muchos años, debe haber sido porque el vino con que se preparaba era tan malo que nos hacía “buitrear” (regurgitar lo bebido).

Bendición de las palabras que enriquecen el mundo y nos distraen del paso del tiempo. El jote no es sólo un jote. Es un buitre que acecha a la muerte, sí. Pero también es un enamorado que corteja a la vida. Y asimismo es un trago que anima la fiesta.

Cansada de esperar mi cadáver, tal vez, la pareja de jotes que me sobrevolaba fue a posarse sobre las ramas de un eucalipto cercano. Al plegarse, sus alas sonaron como enormes abanicos cerrándose de golpe. Abandonando mi terraza me aproximo al árbol para examinarlos mejor. Enfundados en sus abrigos negruzcos, con sus cabezas flacas, peladas y gachas, estos jotes me parecen ahora sólo unos viejos cansados y hambrientos.

La memoria detiene el tiempo; la imaginación lo distrae. Ambas nos alivian de atender a esa cuenta regresiva que llamamos presente. Antes de que suenen las campanadas de la última medianoche del año algunos se entretienen pensando en la inmortalidad del cangrejo. Otros pensamos en la ambigüedad del jote y brindamos y cortejamos. Todas son estrategias legítimas para olvidar lo que sabe el buitre.

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Ignacio Sánchez D.

Rector, P. U. Católica

de Chile

Desde hace ya varios meses, se ha consolidado una alianza específica —llamada La Tríada—, entre la Universidad de los Andes, de Colombia; la Pontificia Universidad Católica de Chile y el Tecnológico de Monterrey, de México, para trabajar en conjunto en ampliar la fuerza y el impacto de la colaboración de nuestras instituciones. Tres destacadas universidades de compromiso público y no estatales de la región plantean proyectos comunes en áreas de las ciencias, humanidades y artes, orientados a enfrentar problemas y desafíos que compartimos en América Latina.

Las oportunidades de desarrollo de nuestra región son un llamado a las universidades a jugar un papel más decisivo en la formación de liderazgos y en el diseño y puesta en práctica de políticas públicas que contribuyan al desarrollo equitativo y sostenible. Nuestras universidades son plataformas para desarrollar soluciones a los problemas acuciantes de la sociedad.

Una sociedad se distingue primordialmente por la calidad de su integración y convivencia. La educación es el factor clave y el impulso principal del desarrollo y la equidad. Es el mayor pilar de una movilidad social sostenible, tema pendiente en nuestra región. En una sociedad del conocimiento, con desigualdad en el acceso a la educación, se requiere trabajar en conjunto para comprender la situación particular de nuestros países y lograr así superar las barreras que nos imponen las estructuras sociales de cada comunidad. El progreso de América Latina exige universidades de excelencia, comprometidas con el desarrollo de políticas públicas que permitan un desarrollo armónico. La región representa el 9% de la población mundial y sin embargo hay escasas universidades que se acercan a los primeros cien lugares de calidad en los «rankings» y mediciones internacionales, las que se concentran en sólo cuatro países.

Creemos que la mejor forma de abordar estos desafíos y oportunidades es la conformación de este tipo de alianzas, que permite compartir las mejores prácticas, sumar esfuerzos, generar sinergias y contar con una presencia más nítida en la sociedad. Además de la colaboración en áreas de docencia, investigación, creación y transferencia de nuevo conocimiento, la apertura a evaluar temas de impacto público nos permitirá desarrollar posiciones conjuntas en temas cruciales para América Latina.

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