“«Fake news» tan grotescas plantean la pregunta por los límites de la libertad de opinión. Y no tenemos respuestas para esto”.

Alfredo Joignant

Hace algunos días, se instaló en Chile un clásico debate sobre la libertad de opinión y sus límites. El motivo: una indicación presentada por la diputada Carmen Hertz (PC) orientada a sancionar formas de negacionismo a las violaciones a los derechos humanos en situaciones en donde instituciones del Estado, y eventualmente internacionales, ya habían establecido la veracidad de su ocurrencia mediante informes o instrumentos legales. Este tipo de indicaciones no son una novedad en el mundo, ya que algunos países europeos contemplan desde hace años, tras el trauma del genocidio judío que tuvo lugar antes y durante la Segunda Guerra Mundial, sanciones a conductas negacionistas.

Es cierto que esta respuesta a lo maligno no es evidente, puesto que restringir la libertad de opinar en algún sentido es atentatorio a principios que son constitutivos de las democracias liberales. Sin embargo, de verdad hay un problema con la libertad de opinión. En un acto escandaloso, Gonzalo de la Carrera, panelista de Radio Agricultura, transgredió con el entusiasmo del ebrio la línea que separa la verdad de la mentira, al hacerse eco a través de Twitter de una información publicada en un turbio medio español: “Comunista chilena defiende el derecho a la pedofilia: ‘la pedofilia es un derecho a recuperar'”, rezaba la supuesta noticia, lo que @carreragonzalo replicaba con el insidioso comentario “es una noticia x confirmar. Ella debería aclarar si esta nota que aparece en Google es fidedigna o fake”.

Un asco. Fake news tan grotescas como éstas plantean la pregunta por los límites de la libertad de opinión. Y no tenemos respuestas para esto. Es cierto que ciertas situaciones y actos discursivos admiten restricciones, como por ejemplo los dichos calumniosos. El problema es que, para restaurar la honra o el prestigio comprometido el camino es tortuoso: además de probar el daño y demostrar una intención de denostar, hay un gran lapso en cuyo transcurso se construye la creencia de una reputación repudiable en quien fue objeto de agravio, de lo que se hace difícilmente cargo la justicia, la que, además de tuerta, es socialmente lenta.

De la Carrera abusó de su libertad, y contribuyó alegremente al cáncer de las fake news que socava el prestigio ya no de las personas, sino que de las democracias. En ese sentido, no sólo no es un demócrata, sino que es un golpista de nuevo tipo: “Si la noticia que se difundió por Google es falsa, le ofrezco mis disculpas a Camila Vallejo. En todos mis tuits puse que era necesario aclarar, otorgándole el beneficio de la duda”. El daño está hecho, y el golpe ya está dado, lo que hace de su autor un tuitero maligno. Pero seguirá hablando y degradando gracias a la libertad de la que él abusa. En tiempos de indefensión, sólo cabe el repudio social, poco para tamaña canallada que se ha hecho sistema.

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Robert Funk

Instituto de Asuntos Públicos, U. de Chile

Una de las cosas notables de las tres vidas de Donald Trump —la pública, la empresarial y la privada— es cómo ha logrado evitar pagar los costos de sus acciones. Hay señales de que en 2019 se le podría empezar a acabar la suerte. Su abogado va a la cárcel, sus ministros lo abandonan (en 2018 se fueron sus secretarios de Estado y de Defensa, su fiscal general y su jefe de gabinete), y el informe del fiscal Mueller podría significar más problemas legales para él y su familia. En enero se inaugura una nueva sesión del Congreso, con mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, y comenzarán las investigaciones parlamentarias sobre la campaña presidencial, los negocios personales del Presidente y la intromisión rusa en la democracia de EE.UU. Para Trump, y, desde luego, para todo el mundo, en 2019 podrían aparecer las consecuencias.

En Europa se verán las consecuencias del experimento fallido del Brexit. Con una fecha límite del 29 de marzo y un sistema político inmovilizado, todas las opciones son malas: un nuevo referéndum, salirse sin acuerdo o una elección que no solucionará nada.

Las implicancias de aquello para la economía mundial son graves, situación que se multiplicaría con la profundización de la guerra comercial entre EE.UU. y China. Wall Street ya está claramente pesimista, y las acciones de la Fed han sido tan restrictivas que Trump ha estado tentado de despedir a su presidente.

Veremos también las consecuencias del retiro de EE.UU. de su presencia histórica en el Medio Oriente. De Tel Aviv a Kabul, de 2019 en adelante el actor relevante será Rusia.

Seis países latinoamericanos tendrán elecciones en 2019, y otros dos, México y Brasil, verán la instalación de nuevos gobiernos. Veremos sus consecuencias. Mientras sus votantes optan por seguir o no el camino hacia el populismo, las economías latinoamericanas, con un crecimiento promedio de un 2%, muestran poco margen de error. Ya hemos visto algunas señales en Chile, y en 2019 quedarán muy claras las consecuencias regionales del triunfo del populismo nacionalista en Brasil. Nuestro sistema de partidos se reajusta a nuevas realidades, con una derecha que debe decidir si mira hacia el futuro o el pasado, y una oposición dividida. Ambos tendrán que ordenarse antes de las campañas municipales de 2020.

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“La representación, democrática, mística, tecno o burocrática, tiende a la usurpación y

a la distorsión”.

Fernando Balcells

Hemos tenido un año cargado de requiebres institucionales. Desde la Iglesia Católica a Carabineros, la descomposición institucional forma un círculo en que los encargos de cuidado de la vida humana, terrena y celestial, son confundidos con la primacía de la institución. Las organizaciones son las nodrizas de la vida y la custodia de su verdad. La institución y la vida que protege pasan a ser lo mismo. La Iglesia se identifica con la santidad de la vida. Carabineros es la seguridad de la convivencia. Las instituciones se identifican con su encomienda y cada una actúa en reemplazo de su encargo. Pasan a ser lo mismo. La divinidad y su representación, la seguridad y lo asegurado.

La vida y las instituciones se cruzan en un camino trazado entre la Iglesia y la policía. En el momento en que se cierra el círculo y la institución se iguala a la vida subsumiéndola en ella; en ese momento glorioso, la institución inicia su proceso de corrupción. Todo deseo cumplido se desvanece y se compensa histéricamente con formas afines de pornografía. Esta aseveración de la psicología vale también para las instituciones vivas.

Algunas asumen papeles que nunca son menores en relación al orden de la vida. Desde las extensiones del orden público al orden económico, financiero, sanitario y demás. Desde el orden y el cuidado a la defensa de la soberanía de la vida. Las instituciones mayores como el Parlamento, la medicina y el Ejército, a las más humildes como la escuela o la parroquia, todas y cada una son creadas en el carisma de que ellas son depositarias de la posibilidad de la “vida buena”. La representación, democrática, mística, tecno o burocrática, tiende a la usurpación y a la distorsión, lo que hace necesaria la atención periódica de los representados.

Se habrá entendido que, en posesión de una responsabilidad tan fundamental, las instituciones se asfixien en su soledad. Ellas se inclinan a pasar de una vida en el descampado en el que fueron creadas, a una vida consolidada, cerrada y autorreferente como las mónadas. Las organizaciones sobreprotegidas —por la ley y por su inercia— no dejan entrar influencias externas pero engordan, no sólo de grasa sino por excrecencias tumorales que cubren otros cuerpos cercanos contaminándolos.

Las instituciones necesitan ser refrescadas en contra de sí mismas: corregidas, recortadas, actualizadas e intervenidas por la ciudadanía. Tanto su funcionalidad como su vínculo con la gente y su articulación con otras instituciones y prácticas deben exponerse, renovar su estructura y reiniciar la idea de justicia que les sirve de soporte y justificación. Se hace necesario renovar la idea de identidad en la que queremos reconocernos para que quepan todos los de este conjunto. Lo nuevo que hace implosión en las instituciones es que cada vez necesitamos a los otros con más intensidad y mayor intimidad.

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