Los relatos de testigos abundan: Por ejemplo el de un gerente de una cantera, de nacionalidad alemana, contó que fue lanzado por un muro de agua desde el segundo piso de su oficina y arrastrado por el agua. Se agarró de un cocodrilo muerto por 3 kilómetros para mantenerse a flote. Sobrevivió.

Y hay más: “De repente vimos una gigantesca ola que avanzaba hacia la orilla del mar a una velocidad considerable. Inmediatamente, la tripulación se las arregló para zarpar frente al peligro inminente; la nave tuvo el tiempo justo para encontrarse con la ola desde el frente. La nave se encontró con la cabeza de la ola y el Loudon (el buque) fue levantado con rapidez y dio un salto formidable... Pasó por encima de la cresta de la ola y bajó por el otro lado. La tripulación observó cómo el mar consumía la ciudad en un solo barrido. Allí, donde un instante antes había estado la ciudad, no quedaba nada más que mar abierto”.

“La mayoría de los sobrevivientes sufrieron un profundo shock. Su angustia traumática duró muchas horas. Estaban aislados, desorientados, sedientos, sin hogar y desconsolados, sin medios para pedir ayuda al mundo exterior”, cuenta otra historia.

Estos relatos podrían ser perfectamente del sábado que recién pasó, cuando un sorpresivo tsunami, provocado en el volcán Anak Krakatoa (el “hijo del Krakatoa”), arrasó la costa de las islas de Java y Sumatra, Indonesia, con un saldo que ahora va en 370 muertos y más de mil heridos al cierre de esta edición.

Pero no lo son. Corresponden al 27 de agosto de 1883, cuando la erupción del Krakatoa se llevó a 35 mil personas, la mayoría tras el tsunami que se provocó tras el colapso total de la isla volcánica de tres conos, que se hundió en el estrecho de Sunda. “No deja de ser paradójico que la principal arma homicida del Krakatoa fuera el agua”, escribió el diario El País de Madrid el 16 de enero de 2005.

En diciembre de 1927, en el mismo lugar donde estaban los tres conos del Krakatoa, un volcán al que los indonesios llamaron Anak Krakatoa hizo su presencia desde el agua. El volcán siguió creciendo aproximadamente cinco metros al año hasta instalarse en el mismo lugar del paisaje indonesio que ocupaba su padre y ya tiene sus primeras víctimas.

“El grito” de Munch

El estruendo del viejo Krakatoa de hace 135 años fue uno de los sonidos más ensordecedores escuchados nunca en la Tierra. Pudo oírse a 4.700 kilómetros de distancia, hasta Perth, Australia, y las ondas del tsunami viajaron hacia los océanos al este y el oeste, y comenzaron su viaje alrededor del mundo. Las ondulaciones se registraron en las islas Mauricio, las Seychelles, en Sudáfrica y en las costas de las islas del Pacífico el mismo día en que las aldeas de Java fueron barridas del mapa. Continuaron su curso llegando incluso al Canal de La Mancha y a San Petersburgo. Cuatro veces rodearon la Tierra antes de que el equilibrio del mar llegara al punto de ser insensible a los instrumentos.

Otro de sus efectos fueron sus explosiones: oscurecieron los cielos hasta 442 kilómetros del volcán, donde no salió el Sol en tres jornadas. Y en 13 días, una capa de dióxido de azufre y otros gases comenzaron a filtrar la luz solar capaz de llegar a la Tierra.

Los efectos atmosféricos provocaron espectaculares puestas de sol en toda Europa, Asia, Latinoamérica y Estados Unidos. Incluso la historia cuenta que el cielo rojo visto en el famoso cuadro de Edvard Munch de 1893, “El Grito”, reflejó las puestas de sol que se observaron en Noruega y en todo el mundo en los meses posteriores a la erupción del Krakatoa. El poeta británico Gerard Manley Hopkins escribió que el cielo de la tarde era “más como carne inflamada que los lúcidos rojos de las puestas de sol ordinarias”. En Poughkeepsie, Nueva York, los bomberos salieron a las calles después de que un hombre confundiera la puesta de sol con un incendio a distancia. Durante varios años después de la erupción, se informó también que la luna parecía ser azul y algunas veces verde.

Además, tras el colapso del volcán, las temperaturas globales promedio fueron de hasta 1,2 grados más frías durante los próximos cinco años y no volvieron a la normalidad hasta 1888. Incluso las gran caída de lluvia que afectó al sur de California hasta junio de 1884 se le ha atribuido a la erupción del Krakatoa.

Primera catástrofe “en vivo”

El Krakatoa ha estado en erupción desde el año 250. La última explosión anterior a la de 1883 fue aún más poderosa y había ocurrido solo 200 años antes, pero pocos habían oído hablar de ella.

Fue así como la erupción del Krakatoa se transformó en la primera catástrofe natural que convirtió en una noticia mundial. El planeta escuchó de esta noticia y también sus historias casi al instante porque ya se había tendido una serie de cables telegráficos submarinos a través del globo. Y así, y por primera vez, los operadores pudieron comunicar historias a sus homólogos de todo el mundo utilizando el código Morse.

“Esta fue la primera vez que un volcán explotó y se supo al instante. Los cables telegráficos submarinos eran una red para la comunicación, el precursor de internet”, afirmó a la cadena británica BBC Nick Petford, de la Facultad de Ciencias de la Tierra y Geología de la Universidad de Kingston de Londres.

Arriba, la reciente erupción. Abajo ilustración de 1883.

LEER MÁS
 
Más Información