Si el “taquillero” litoral central de Chile, hacia el sur, termina en el balneario de Rocas de Santo Domingo, allí mismo comienza otra costa. Una hecha de viento y de pequeñas y rocosas bahías… De vez en cuando, solitaria, se ve gente que cosecha sal de mar o cochayuyos.

Hay pequeños poblados, casi todos retirados unos kilómetros hacia el interior, alejándose de sus playas. Así, aparecen Rapel, Pupuya, Topocalma, Litueche hasta Pichilemu. De ellos, el más notorio, a cuatro kilómetros del mar, es Navidad; acunándose en un valle entre colinas, trigos y muchas ovejas; casi un pesebre territorial.

Si el viaje se hace desde Santiago, óptima es la ruta por la carretera a San Antonio, con desvío en Melipilla para tomar un suroeste de campos y un mar final. El cruce del río Maipo siempre es una pródiga imagen de las aguas y su fertilidad. Muchas viñas, huertos frutales y empastadas salen al paso hasta antes de la variante a San Manuel, Codigua y Culiprán. A estas alturas, la llanura verde se va terminando —entre colinas y hondonadas— para dar paso al secano costero, en la ondulada cordillera de la Costa que antecede al mar.

Hay desvíos hacia Popeta, el Crucero de las Arañas o Quilamuta, antiguos caminos y lugares hacendales que dieron origen al caballo chileno.

San Pedro es un hito importante. Desde aquí se multiplican las colinas, las cuestas y, a intervalos, hacen su aparición tristones bosquetes de eucaliptos. Se atenúa la sequedad cuando a manchones, a la orilla de alguna casa se ven rojizos frutillares o las flores amarillas de las tunas. Por San Enrique ondean los últimos pastizales de teatinas y desde lo alto de una cuesta orillada por la Flor del Gallo (una alstroemeria silvestre), hacia la hondonada se divisa el río Rapel y su maravilloso villorrio entre los árboles. Sólo quedan dos kilómetros a Licancheu; otros dos a Las Lagunas y ocho a Navidad.

Una plácida urbanidad

Después de tanto campo, la llegada a su plaza sorprende. Bien conformada la calle, con densidad urbana. Una iglesia, cipreses, una feria de productos campesinos, más la salida de misa, es la imagen que incluye a gran parte de sus habitantes. Un domingo de diciembre, los niños que hicieron la Primera Comunión reparten estampitas y se toman selfies. No tiene visos de ser una entidad originada en el siglo XVI, ni imagen de poblado colonial. Es que no se ve arquitectura chilena.

Sin embargo, la actual está muy bien contenida sobre un trazado que sí es antiguo y muy holgado. Tanto, que el inicio o el término de sus calles coinciden con la visión de una colina, un cerro, un macizo de árboles… que la muestran como una entidad arraigada al suelo y al orden natural, construida desde una voluntad muy sensible al lugar.

Por otra parte, Navidad está aferrada a su pasado desde la vigencia de gran cantidad de topónimos regionales y mapuches, que lo filian a los tiempos fundacionales. Mientras tanto, a la vera fresca de la sombra, sopla un viento helado, salobre, y la vista sigue ampliándose sobre los trigales próximos.

Por una calle al costado de la plaza, en cuarenta pasos, se llega a las orillas del estero Navidad, cauce urbano que ha sido enrocado con piedras y mallas; una hermosa profundidad en la que proliferan mariposas y plantas nativas, acuáticas. Está en la parte trasera de su municipalidad y construido, este parque, sobre pendientes naturales y desniveles escalerados. Juegos, asientos, un gran techo blando cubriendo todo, y algunas pequeñas pérgolas de madera invitan a reuniones más íntimas; en su corazón cívico.

Un río creador

Como en otros lugares de Chile, fue don Pedro de Valdivia quien encomendó a los indios y otorgó las tierras. Estas de Rapel y Topocalma lo fueron para Juan Gómez de Almagro, uno de sus compañeros.

Mientras tanto y, ante la necesidad de evangelizar a los aborígenes que allí vivían, el obispo Diego de Medellín legitima la Doctrina de Rapel. Desde este lugar, anunciando la fundación de un convento, al encabezar una carta, escribió: “En el valle de la Navidad, hemos…”

Era el 25 de diciembre de 1585. Este fue el origen del poblamiento hispano, centro evangelizador a orillas del río, que luego sería encomienda de la familia Irarrázaval y más tarde, en 1700, del marqués de Corpa. Se erigió una capilla y convento franciscano en 1762, hasta que en 1794 ya casi no tenía indios. Enclave indígena, convento y ubicación a la orilla de un camino que relaciona un vasto territorio hacen su triple razón fundacional.

De su historia antigua, Navidad no da cuenta; salvo su geografía, toponimia y magnitud territorial. Sin embargo, es evidente una gran belleza, sencilla y digna que se supo desarrollar con nuevas formas, pues las antiguas las borraron los terremotos. En su arquitectura actual, no hay estridencias formales; allí siguen pastando las ovejas y están hábiles sus caminos hacia La Boca, Matanzas, Tumán, Topocalma y Centinela, rutas playeras por donde los jóvenes irán en busca de los vientos reinantes y el surf.

Estacionar en la plaza de Navidad, bajarse, recorrerla, conversar produce una nutriente paz. Sobre todo cuando se ve el detalle de la señalética de los carteles que nombran sus calles: Melchor, Gaspar y Baltazar, montando sus camellos, recorren este poblado chileno que los recuerda.

LEER MÁS