“No tenemos huellas, no tenemos sombra. ¿Se dan cuenta? Nos están echando de a poco, antes que nos echen definitivamente, tenemos que irnos nosotros”, dice Jaime Vadell en “Viejos de Mierda”, la obra que lleva dos años de éxito junto a Tomás Vidiella y Coco Legrand.

“¿Sabías que con la edad se pierden las huellas digitales? Yo ya he perdido estás dos (muestra sus manos)... La sombra es lo único que no he perdido”, acota riéndose.

Son más de 300 funciones que terminan este año el 28 de diciembre en Sun Monticello y que regresan —del 10 al 20 de enero— al Teatro Nescafé de las Artes. “Más allá de marzo, a estas alturas, ya no podemos planear”, explica.

La gente aplaude de principio a fin y los esperan a la salida. “En Chile, el público es muy reticente”, dice el actor y autor del texto junto a Rodrigo Bastidas. “Yo he hecho varias comedias antes, pero la verdad, nunca he visto reírse tanto a la gente como acá. De todas las edades: llegan algunos viejos que tienen más años que todos los que estamos arriba del escenario. Chuñuuuuscos...”.

Vadell viste camisa, zapatillas, camina calmo y observa cada planta camino al lugar de la entrevista. Respira y disfruta. Es un tipo inteligente, de un agudo sentido del humor. Quienes lo conocen bien, dicen que siempre va un paso más allá que el resto. Tiene dos hijos y cuatro nietos. “Es importante tener hijos. Yo no quería, con esta vida incierta... Y bueno, el mayor tiene 100”, dice y lanza una carcajada. Vive solo con su mujer hace más de 40 años, la actriz Susana Bomchil. “Ahora me he puesto más querendón, ¡nunca lo he sido!, más gagá probablemente. Yo odiaba las guaguas, y ahora las encuentro tan bonitas. Notable cómo miran el mundo”.

Lleva toda su vida en el teatro, el cine —ha figurado en películas emblemáticas como “Julio comienza en julio”, “Coronación”, “No” y “El club”— y en televisión con casi 50 series y teleseries.

“La memoria la tengo bastante buena todavía. Lo que no me acuerdo es de los nombres, sobre todo cuando creo que los tengo en la punta de la lengua”. Y va al gimnasio regularmente.

—¿Sientes que tu cuerpo no te acompaña a la velocidad que va tu cabeza?

—Uno empieza a desconfiar de su propio cuerpo. Por ejemplo, ante una zanja. Hasta cierta edad uno simplemente la saltaba. A esta edad, uno lo calcula todo... ¡las escaleras son una maldición!

—No entiendo por qué nunca has querido decir tu edad. ¿Simplemente de coqueto?

—Siempre he sido coqueto con mi edad. Es la vanidad, pero se me pasó ya.

—¡¿En serio?! ¿Ahora la reconoces?

—No.

—Seguimos igual. ¿De dónde viene eso?

—(Lo piensa un rato) Es que yo no puedo creer la edad que cumplo. Jamás pensé que iba a llegar a esta edad... Tengo 83. Ya no me importa. ¿Te das cuenta? El cuerpo es el que jode, obviamente.

—¿Al menos te gusta celebrar tus cumpleaños?

—El último lo celebré, en octubre. Muy en privado: mis hijos, mis nietos, mi mujer. Hace mucho me gustaban las celebraciones grandes. El que hace las mejores es Lucho Alarcón, hacía unos cumpleaños fantásticos, con pintores, escritores, es que él es muy sociable.

“Me salí de la televisión”

—Hace 10 años ya decías en La Segunda que eras “el decano de los galanes”. Seguro partiste como galán en tu primera obra en el Instituto Nacional.

—¿Y cómo sabes eso tú? Nunca imaginé la carrera que venía después, pero sí tenía ya la decisión de dedicarme al teatro. Estudié dos años de pedagogía en Castellano, porque tenía que hacer la parada social familiar, pero me arrepentí. Soñaba con subirme al escenario y “disfrazarme”, como decía la Sonia Fuchs.

—Este año se cumplieron 50 años de “Tres tristes tigres”, tu primera película.

—¡¿Quéeeeee?! Qué salvaje (queda mudo). Sorprendente. Me he quedado de una pieza. Atónito. Es un peliculón; he hecho grandes películas.

—Marcela Said, directora de “Los Perros”, contaba que no te pudo convencer de estar en el elenco. ¿Eres muy quisquilloso con los guiones?

—Soy quisquilloso, pero siempre lo he sido. Sin un buen guión es imposible que haya una buena película, ni dirigida por Vittorio De Sica. Acabo de hacer un pequeño rol (en “Araña”) con Andrés Wood, que es un encanto de persona, con una producción tan buena, cuya historia transcurre en torno al asesinato de Araya, el edecán naval de Allende.

—Estás en “Casa de muñecos” en Mega. ¿Es verdad que ya rechazaste seguir en televisión?

—Sí. Me salí de la televisión. Me canso. He hecho televisión tantos años y no me cansaba, pero ya no. No puedo. No me da ninguna nostalgia de todos modos, ya saldrá alguna cosa chica, corta. Me gusta la televisión porque tiene varias virtudes, como el que te vean millones de personas y eso es importante. Pero tampoco necesariamente hay buenos guiones, haces lo que te toca.

—¿No le temes a la inestabilidad económica?

—Claro que me da susto. Pero haberse dedicado a esto ya es un riesgo.

—¿Eres ordenado con tus platas?

—Tengo algunas platas, muy pocas. El teatro fue una locura, no producía casi nada ¡y es matador! Diría que, si hay alguien que tiene la ilusión de tener un teatro, que se la borre de la cabeza. Te tienes que preocupar desde cambiar la ampolleta hasta del confort que falta en los baños.

—¿A qué dedicas tu tiempo libre?

—Leo, voy al cine, salgo a comer con mi mujer; leo, voy al cine, salgo a comer con mi mujer... una maravillosa rutina. ¡Adoro la rutina! Bueno, dejar la televisión es un pequeño saltito al vacío.

—¿Te has descubierto de manera distinta?

—¡Eso sería angustioso! Con todas las heridas y los escombros... ya no.

—¿Nunca fuiste de terapias ni pastillas?

—Nunca. Nunca he tomado una pastilla para dormir. Nunca un psicólogo, nunca un psiquiatra.

—Chuta, eso es de una especie en extinción.

—¡Es que soy una especie en extinción! (carcajadas) Esa no es ninguna novedad. Nunca se me pasó por la cabeza. Nunca me sentí tan angustiado como para psicoterapia.

—Pero has tenido grandes dolores en tu vida, supongo.

—Algunos dolorcillos. Mirados en perspectiva, no son nada. Los menos importantes son los amorosos, los que en su momento son los más terribles. ¡Uno cree morir! Cuando está esa mezcla de rabia, celos, dolor, ansiedad...

—¿Te abandonaron alguna vez?

—Sí, claro, como a todo el mundo. Y duele. Hiere el ego.

—Susana, tu mujer, dijo hace años que ella era “muy consciente de tu personalidad magnética”.

—Eso es amor, no más, qué más iba a decir. Nunca me tuve que sacar a las mujeres de encima (risas).

—Qué te parece que se hayan destapado ahora los abusos de la industria. ¿Viste algo alguna vez?

—No vi nada. A ese chico López (Nicolás) no lo conozco. Lo de Abreu (Herval) me sorprende tanto. Me cuesta creerlo. Porque hay que ser bien huevón para llevar a las actrices a ensayar a la casa. Nunca escuché algo así antes. Romances sí había, porque haciendo romances ficticios era fácil. Siempre hay ideas equivocadas con respecto a los actores. En general, este es un mundo pequeño burgués, que intenta tener plata para pagar el supermercado.

“No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor”

—¿Qué ha pasado con tus dotes de bailarín empedernido?

—Bailé tanto en mi vida, hace años que no bailo. Cuando rodamos la película “El regalo” (2015), hicimos una fiesta en un boliche y bailé tremendo rock and roll con la Susana, que estaba de visita. Ella es buenísima para bailar. Y yo ¡ta-ta-ta... tah! (hace pasitos) y ¡paffff!, me quedé con la espalda en la mano. Ya no puedo. Íbamos mucho a bailar, de todo. Pasaba a las 3 de la mañana a otro ritmo, ¡póngame flamenco! ¡mambo! Pérez Prado ¡uh!... y bailaba como si no me fuera a morir nunca.

—Un estudio 2018 de la UC arrojó que la mitad de los mayores de 60 años en Chile considera que es menos feliz que cuando era joven. ¿Qué piensas tú?

—No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Porque es absurdo comparar tiempos. Claro, a los 20 años era más fácil saltar. Hace un tiempo me invitaron a la restauración de “Caliche sangriento”, película de 1969; claro, sale un actor que salta, corre, anda a caballo, se tira al suelo, ¡chu! ¿Quién es ese tipo? (risas).

—Y ese mismo estudio dice que las cosas se ponen peor a medida que uno envejece (76%) y que entre más viejos se ponen, más inútiles se sienten (54,8%).

—Las cosas se ponen peor, sí, pero imagínate yo, girando con los “Viejos de mierda” por todo Chile, ¿cómo voy a ser inútil? Este es un país muy perverso con la vejez, Chile es el país de lo nuevo, de la última chupá del mate, ojalá de estar a la par de Nueva York. Somos poco respetuosos, pero no sólo con los viejos; unos con otros. Es cosa de observarse manejando por las calles, tenemos poca civilidad.

—Las políticas, al parecer, tampoco son las adecuadas para los “nuevos” adultos mayores.

—Eso es así. Me acaban de cerrar el seguro del auto. Llamé y dije: “Necesito que me explique por qué me quitaron el seguro”. Me dicen: “Por la edad”. Yo dije: “¿Por la edad del auto?”. Mira, no saco nada con alegar, se acabó no más. En el banco me rebajaron la cuota de la tarjeta de crédito. Les contesté: “¿Pero cómo? Si nunca he estado tan rico?”. Por suerte, Lucho Alarcón, que es mi referente, fue a sacar carnet de manejar y le dieron como para 10 años más. Tengo la fortuna de estar trabajando más que muchos colegas de 30. La vejez pobre es lo triste.

—Tienes la suerte de estar acompañado también. Seguro ni te imaginas sin tu mujer.

—Claro. Y ella me ha dicho que espera morirse antes que yo, anda a saber si es verdad (sonríe). Si se muriera ella sería muy terrible, un golpe duro... Como decía una señora sabia: “Es mejor no pensar”.

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