A fines de noviembre, el ganador de 16 Grammy y colaborador de estrellas como Celine Dion, Michael Buble, Andrea Bocelli, Michael Jackson y Barbra Streisand estuvo en Santiago. Vino a la primera comunión de Lorenza (11), la menor de sus seis hijos (el mayor tiene 43). De anteojos oscuros y tono bronceado, se sienta en el café Mangi (La Dehesa). Llega con la misma Lorenza, a quien toma de la mano durante toda la entrevista. En su estadía de seis días aprovechó de escribirle una carta de despedida a su tío Lucho Gatica. Sus palabras fueron leídas por su prima Juanita (hija de Lucho) en el funeral del “rey del bolero”, realizado en Ciudad de México la semana pasada. “Fue una manera de estar presente; le agradecí todo lo que hizo por mí, como el tiempo que pasó con mis hijos, en especial con la menor, pues fue el abuelo que ella nunca tuvo. Le dije que, aunque su cuerpo ya no esté, su alma, su voz y su música nos acompañarán para siempre”, cuenta.
Grabando con Kelly Clarkson
Gatica será parte, por tercera vez, del jurado internacional del Festival de Viña del Mar (estuvo en 2000 y 2005). Su participación la hace tras culminar recientemente un disco de Celine Dion (con quien ha trabajado más de 20 años) y tras la grabación de “Silent Night”, interpretada por Kelly Clarkson, para la película que contará la historia de esta canción. Además, acaba de trabajar en seis canciones para la nueva producción discográfica de Beto Cuevas (aún sin nombre).
Nacido en Rancagua, cuenta que en este viaje recuperó un arpa pequeña de su abuela paterna, que estaba en la casa de calle Bueras 70 de esa ciudad; allí vivió siete años con la madre de Lucho Gatica. Ahí, también pasó sus últimos años su tía Yolanda Gatica, quien antes de fallecer, en septiembre pasado, le regaló este instrumento. “Está un poquito dañada, pero es maravillosa”, dice.
Cuando su padre Humberto (el mayor de los Gatica) murió, el productor tenía nueve años. “Mientras papá estuvo enfermo, tenía una parálisis que afectaba sus brazos, yo le sintonizaba la radio; él escuchaba una emisora que tocaba tango y otra con música francesa. Siempre me sentí falto de cariño de él, no porque no me quisiera, sino porque su enfermedad absorbió toda la atención de mamá; era muy estresante todo para él, desde afeitarse hasta comer”, recuerda.
Tras quedar viuda, su madre tuvo que trabajar y partió al norte para trabajar como cocinera en campamentos de trabajadores. Se llevó a su hermano menor Carlos (sus dos hermanas mayores eran independientes) y Humberto se quedó con su abuela paterna. Durante esos años soñaba con ser futbolista profesional (es fanático de O'Higgins) y le apasionaba la música; a los 13 años aprendió a tocar guitarra de manera autodidacta. “Me encantaba el baño de la casa de mi abuela, porque ahí, las cuerdas resonaban extraordinario, era como una caja de resonancia”.
Su vocación musical, dice, viene del lado Gatica. Además, de la afición de sus abuelos (que tenían un bar en Rancagua y tocaban el piano y el arpa), sus tíos Lucho, Arturo, Orlando y María cantaban, y su tía Yolanda tenía una tienda de discos en Santiago. “Mi padre tenía una voz muy linda, aunque nunca pude escucharlo. Tampoco recuerdo su risa, es como si se me hubiese borrado”, lamenta.
Cuando su abuela murió, el productor quiso salir de Chile. Con 20 dólares regalados por su tía Yolanda y con 16 años, se fue a probar suerte con un primo a Los Angeles, Estados Unidos. Solo con el pasaje de ida, aterrizó en febrero de 1968 y se quedó. “Viajé con el único propósito de encontrar trabajo, ganar dólares, traerme a mi madre y a mi hermano menor; tres años después pude hacerlo”, cuenta.
Relata que los comienzos fueron “durísimos”, pues vivían en un departamento de una pieza. “La cama salía de la pared, la armábamos de noche y yo dormía en un sillón”, cuenta.
Para mantener a su familia, en la noche estacionaba autos y en el día trabajaba en la bodega de un laboratorio. Trabajaba 24/7 cuando en 1972 su tío Lucho, a quien había visto por última vez a sus 13 años en Rancagua, lo llamó por teléfono. “Sabía que era una figura, que había salido en la prestigiosa Life Magazine y que había hecho un show en Carnegie Hall de Nueva York, donde actuaban los grandes. Recuerdo que después de esa actuación llegaron muchos periodistas a la casa de mi abuela para que ella hablara del orgullo que sentía por su hijo”, relata.
“Dicen que soy el mejor”
Lucho Gatica, que estaba de paso en Los Angeles, lo citó en el hotel Beverly Hilton y le pidió si podía llevarlo al estudio de grabación MGM (de la Metro Golden Meyer). Humberto, lo esperó en una salita. Su tío se reunió con Val Valentin, jefe de los ingenieros de sonido del estudio (trabajó con Natalie Cole). “Me impresionó el ambiente; había un señor en un mesón con muchos botones y perillas, era como un capitán detrás de la cabina antes de despegar; todo lo que vi me iluminó para siempre”. Al despedirse, Lucho Gatica le pidió a Valentin si algún día su sobrino podría “presenciar” una grabación. Pasaron dos meses y lo llamaron. Para sorpresa de Humberto, el artista que grababa ese día era Sammy Davis Jr., a quien había escuchado mucho, pues su abuela paterna era fanática. Al poco tiempo trabajó como asistente en el estudio. Luego lo contrataron y seis meses después, cuando un ingeniero de planta no pudo grabar porque se enfermó, le pidieron que lo reemplazara. “Estaba en las grandes ligas, estaba ansioso, pero todo salió bien; ese episodio cambió mi destino en la música, pues nunca más me detuve”, afirma.
Cuando llevaba un año trabajando, el estudio fue comprado por una empresa alemana, hubo un reajuste de personal y el productor chileno, por ser el más joven, fue despedido. Pero no le faltó trabajo y el afamado productor estadounidense Michael Lloyd lo contrató. El nombre de Humberto sonaba en el ambiente musical. Así llegó a trabajar con el multipremiado músico y compositor David Foster, con quien hizo el disco Chicago 17 y ganó su primer Grammy como mejor ingeniero en sonido. “Nunca me he sentado a analizar todo lo que ha pasado en mi carrera, sólo pongo lo mejor de mí. Quienes trabajan conmigo dicen que soy el mejor, pero yo pienso que siempre hay una manera de hacer las cosas de forma sobresaliente”, cree.
—Tengo una vida bastante simple, soy muy dedicado a mi profesión, que es ingrata. Trabajo diez horas al día y a veces 18. Una vez un amigo me dijo que vivía en una cápsula, que era mi estudio de grabación, y que yo era un astronauta en el espacio. He estado muchos años dentro de esta caja y he perdido momentos importantes en la vida de mis hijos, porque siempre estoy en la onda de proveer. Pero no descarto algún día radicarme en Chile, vivir cerca de mar, donde pueda tomarme un pisco sour, un buen vino, escuchar jazz, pop y a Lucho Gatica.
—Me especialicé en la voz de los artistas, en preservar su integridad emocional. Mi trabajo es hacer que ellos interpreten cómo yo quiero escucharlos. Los empujo a límites que ni ellos saben, los provoco y los desafío musicalmente. A Michael Buble le ayudé a cambiar su destino, porque siempre creí en él, el primer disco que hicimos le cambió la vida.
—Ninguno, mi hija Lorenza es mi Grammy más importante; es un privilegio para un hombre a esta edad tener una hija tan especial; ese cariño incondicional no tiene precio.
Sonrisa del millón de dólares
—Fue muy significativo, pues los dos sabíamos que sería la última vez que él estaría cantando con un micrófono. Aunque sus cuerdas vocales estaban gastadas, todavía se preservaba su integridad vocal. Durante esa grabación sentí amor, respeto y ganas de reafirmar que Gatica era grande. Era de una humildad y determinación extremas. Eso se congregaba con un tipo simpático, de buena pinta, con una sonrisa que en Hollywood llamamos de “un millón de dólares”.
—El tío Lucho fue el padre que yo nunca pude disfrutar. Le tenía cariño como amigo, sobrino y maestro. Le pedía consejos. Tenía un humor negro, sarcástico y tiraba tallas. Como él hablaba portugués perfecto y yo entendía, nos tirábamos bromas en ese idioma. Él me impulsó a jugar tenis, me decía que era un juego de clase. Cocinábamos y él hacía unas carnes al horno extraordinarias.
—El tío Lucho nunca discutió un contrato, nunca tuvo un verdadero mánager que lo supiera asesorar; era demasiado bueno, por eso se aprovecharon de él. Sus representantes tomaron su carrera y los negocios nunca fueron claros, quienes estaban cerca de él sólo buscaban hacer dinero. Él confiaba en la gente; los Gatica somos demasiado confiados de corazón.