Pocos rodoviarios son tan generosos como el de Rancagua. Sólo hay que llegar y confiar en que el nombre anotado en el cartel de algún pequeño bus, por su intriga fonética, nos lleve a uno de los centenares de lugares que jalonan esa geografía.

Ya saliendo, en uno de ellos se lee “La Compañía, Codegua, Los Marcos”, y en letra chica indica que va por la calle de “La Candelaria”. Al fin, sobre el antiguo Camino Real de la Frontera —en media hora— se llega al pequeño poblado de La Punta.

Parece novedoso este recorrido, aunque en realidad ya se hacía —en caballos o carretas— desde tiempos coloniales. Es que todo este ámbito de miles de hectáreas, en el siglo XVI fue la Encomienda de Codegua y luego, la famosa Hacienda de La Compañía, de la Orden Jesuita. Tras su expulsión, las tierras fueron rematadas (1770) por don Mateo de Toro y Zambrano, el llamado Conde de la Conquista. Tras su fallecimiento, en 1811 se constituyó un Mayorazgo y su nieta Nicolasa Toro de Correa dio paso (en 1872) a una división del feudo entre sus once hijos. Así, nacieron varios lugares que hoy —como si fuesen destinos distintos— los buses rancagüinos recorren como “Pedro por su casa”. En 1937, aún quedaban algunas hijuelas de los descendientes del Conde de la Conquista; entre ellas, Casas Viejas y La Punta, al menos lo que fue su parque inicial.

No son pocos: Angostura, Los Marcos, El Arrayán, Picarquín, Carén, Romeral, Peuco, Santa Teresa, El Rincón, Candelaria y La Punta; casi un rosario de lugares que hacían las secciones de la parte norte de la gran hacienda de La Compañía. Hoy todo esto pertenece a las comunas de Codegua y Mostazal. Lo que no ha cambiado son sus generosos ríos Peuco, San Francisco y Angostura. Más discretos, corren los esteros Troncó, el Picarquino y el Viedma. Por voluntad y mano humana el canal Lucano, nacido en Machalí, ordena la potencia del riego a través de 50 kilómetros, regando 5.700 hectáreas.

Temporada de frutas

A nueve kilómetros de San Francisco de Mostazal está La Punta, al pie del cerro La Carmelita, rector del pueblo y también de un fundo que devino en parque. Al llegar se sabe parte de su historia. Por ejemplo, que la señora Filomena Cifuentes de Venegas, en 1947, donó el templo.

Que a la gran casa y parque del antiguo fundo, se puede llegar (y “mirar de lejos”) por una avenida asfaltada, tras 3.5 km. Un edificio, al frente del templo, fue parte del convento de los Padres Josefinos.

Es como una enciclopedia esta plaza que topa con “la punta” baja del cerro y que, además, es el escenario natural para un Festival de la Canción que desde 1923 se celebra cada año allí.

En un extremo de la calle Santa Filomena, un añoso peumo dialoga con la aportonada entrada a dos magníficas casas coloniales, resabios de la hacienda. Allí funciona la administración del canal Lucano. Se nota esmero en su cuidado, sobre todo por el vigor de unos rosales que seguramente son retoños de los que uno de los patriarcas Correa traía desde Europa. Bajando por la calle Conde de la Conquista y hasta su esquina con José Toribio Medina (las principales) ya se tiene una grata idea de la magnitud urbana de La Punta. La acertada arborización, con quillayes en sus veredas, promete una sombra criolla y la bullente visita de miles de abejas, tras su polen.

La economía local también se deja adivinar desde algunos paños agrícolas, insertos en la traza urbana. En uno, se venden plantas de cebollas; en otros, hay hileras de arándanos o parronales. Un cartel invita a sumarse a los equipos de trabajo de algún huerto. Se necesitan cosecheros, embaladoras, seleccionadoras, etiquetadores… para la temporada de cerezas. En enero vendrá la de carozos y desde marzo a julio, las pomáceas. Y, así, temporeras y temporeros van dándole ritmo laboral a una comunidad que es tan perseverante como los antiguos rosales de la calle Manuel Rodríguez. No todo será trabajo.

Algo de juego hay en la selección de los extraños colores que se han elegido para pintar las casas; rosados muy fuertes, morados, amarillos ocres… Ya se fue septiembre, pero no las banderas, ni las “domaduras” anunciadas en un cartel.

En dos horas se recorre La Punta. Su planta, más o menos de dos circunferencias concéntricas que se tocan, está recorrida por pequeños callejones (Los Morenos, Marchant, Oscar Castro, Los Jofré...) que las cruzan. Muchos sitios vacíos, con caballos pastando, picaderos y alguna ruina. Si alguna vez el geógrafo Riso-Patrón explicó La Punta como una hacienda de 675 há. de riego, 52 de viñedos, 10 há. de bosques (sin nombrar los cerros), poco dijo de este perseverante poblado, anterior a la hacienda, y que le daba fisonomía al episódico y bucólico modo de poblar Chile.

Cosas recordadas seguirán siendo que el afamado arquitecto Alberto Cruz Montt, ya muy alejado de la tipología colonial, allí construyó (entre 1890 y 1905) la ecléctica casona hacendal. O el que su parque de 10 hectáreas fue realizado por el célebre paisajista francés George Dubois. Que a ese mismo parque, desde 1980, se le agregaron 30 hectáreas más… Curioso fue que esos paisajes artificiales se ocuparan como set de “Nucingen Haus”, la adaptación de una novela de Balzac que, para el cine, filmó el gran Raúl Ruiz. Todas, cosas que muy poco tienen que ver con el día a día de los eternos habitantes de La Punta, destino de un bus salido desde Rancagua.

LEER MÁS