En los ocho años que Paula Miranda (28) lleva en su silla de ruedas eléctrica jamás ha tenido una caída. “Aunque soy aguerrida, soy bien miedosa para andar”, comenta la estudiante de cuarto de psicología en la universidad Viña del Mar. Es cuidadosa en cada giro y la mayor parte del tiempo la acompaña su marido, Mauricio Torres, con quien se casó cuatro años después del accidente automovilístico que la dejó tetrapléjica en 2011. Paula no puede mover sus manos, pero tiene sensibilidad en todo su cuerpo. “Mi lesión a la medula afectó la parte motora y no la sensitiva; incluso puedo ser mamá, pronto nos pondremos en campaña”, cuenta.

Las calles empinadas del tranquilo barrio en Quilpué, donde vive, no son el mejor circuito para una silla de ruedas. Sin embargo, los espacios de su casa están acondicionados con una rampa a la entrada, otra en el pasillo e incluso tiene un jacuzzi especial. Paula dice que el apoyo de su familia ha sido “clave” para recuperarse. Su marido la traslada a diario, la lleva y la va a buscar a su universidad. “Nueve veces al día cargo la silla al auto que pesa 76 kilos; una vez contamos 18 veces entre subidas y bajadas”, comenta Mauricio.

Esta última semana de noviembre, Paula está coordinando los detalles de tres desfiles de moda que organizó para apoyar a la Teletón con su agencia de modelos inclusiva Paula Miranda (para hombres, mujeres, niños, con y sin discapacidad) que creó hace un año. Su pasión por la moda viene desde chica y se acentuó tras su participación en el concurso internacional Wheel Chair World que se realizó en Polonia en 2017. “Tras competir, noté que no existía una iniciativa donde la inclusión fuera para todos; por eso formé una agencia y una academia no solo para discapacitados”, explica.

Asimismo, cuenta que su agencia realizará el primer Miss Chile inclusivo en el centro cultural de Quillota (14 al 16 de diciembre) con diez jóvenes de regiones. “Quiero romper con los estereotipos de belleza; yo me siento muy bien conmigo aunque esté en silla de ruedas”, admite con un cintillo rojo que contrasta con su pelo rubio.

Enfocada en “mostrarle al mundo la discapacidad”, Paula da charlas motivacionales en colegios y universidades. “La discapacidad no puede seguir escondida, somos normales, pero nos ven como si fuéramos alienígenas”, cree.

Durante catorce años esta joven hizo gimnasia olímpica (también voleibol, atletismo y fue scout) en su colegio, Sagrados Corazones de Valparaíso. Este “fanatismo deportivo” se mantiene: es velerista paralímpica y hace tres semanas llegó de Hiroshima donde compitió en el mundial de vela. “Esa ciudad, por la bomba dejó muchos discapacitados. Había botones a mi altura en todos los ascensores y todos los baños estaban acondicionados”, cuenta.

“Pensaron que había muerto; mis amigos no me pescaron”

Antes del accidente, Paula cuenta que era una joven un poco “loquilla y carretera” que estudiaba en segundo año de educación física en la Universidad Viña del Mar. Los fines de semana era barwoman en discotecas y “tenía un millón de amigos”. “Me creía superhéroe, como todos mis amigos, manejaba con trago y tomaba piscola”, cuenta.

La noche del 11 de marzo de 2011, se juntó con un grupo en la casa de una amiga en Reñaca. Más tarde partieron en tres autos al centro de Viña y, como Paula había tomado mucho, dejó su auto en Reñaca. Primero llegaron a un pub en San Martín y después con tres amigas se subieron al auto de un joven (conocido de otros amigos) para irse a una discoteca en Agua Santa. “Fui súper pava, porque estábamos a cinco cuadras del local, era caminable”, cuenta.

Lo único que recuerda, segundos antes de que el auto donde viajaba como copiloto (sentada en las piernas de otro ocupante), es la luz roja. “Para, huevón —grité—; el conductor en vez de frenar, aceleró”. El auto de Paula iba por la calle Arlegui y alcanzó a otro que venía por Ecuador. El impacto lo recibió ella: a los ocupantes de ambos vehículos no les pasó nada. “Iban tres atrás y tres adelante sin cinturón; el chico que iba conmigo me sujetó; podría haber salido disparada por el parabrisas”.

Despertó por instantes, hasta que perdió la conciencia. “Como pensaron que me había muerto mis amigos no me pescaron y peleaban entre ellos. ¡Mataste a la Paula! Yo estaba en el piso preocupada de que no me atropellaran; sentí un hormigueo en el cuerpo y caché que algo en la columna había pasado, luego me fui a negro”, relata.

La llevaron al hospital Gustavo Fricke y la primera radiografía arrojó una lesión medular. “Me quebré la columna produciéndome una tetraplejia nivel C4”. La doctora les advirtió a sus padres que Paula entraría en estado de shock, que le daría un paro cardíaco y que lo más probable era que muriera. Lo único que quedaba era trasladarla, si es que alcanzaba a llegar viva, al hospital Van Buren en Valparaíso, que tenía especialistas en neurología. “Mi papá dice que el trayecto entre ambos hospitales parecía un funeral, por lo lento que íbamos por mi gravedad y por la terrible situación”, repasa.

En el Van Buren el pronóstico seguía siendo devastador. “Tendría que estar conectada a un ventilador mecánico de por vida con cero movilidad en todo mi cuerpo, excepto los ojos”. Durante 20 días estuvo conectada a un ventilador artificial y tuvo cuatro paros respiratorios. “Había perdido toda la musculatura del cuello hacia abajo y la lesión abarcó las zonas respiratorias, luego vinieron siete meses hospitalizada y un duro trabajo de rehabilitación”, explica.

—¿Perdonaste a la persona que manejó en estado de ebriedad al momento del accidente?

—Nunca tuve problemas con él ni con sus amigos, aunque ellos se alejaron, pensando que podría interponer algo en su contra. Millones de veces yo también manejé con trago, así de rápido e incluso de Viña a Quilpué; podría haber matado gente y a todos los amigos que iban conmigo. Gracias a Dios, fui yo la víctima.

“Tengo dolores todo el tiempo, pero estoy acostumbrada”

El año del accidente Paula reconoce que fue el más difícil y todo fue “paso a paso”. Los tres primeros meses la meta fue sacar el ventilador mecánico para que pudiera respirar sola. “Caminar no era tema”, dice.

Tras salir del Van Buren usó una silla neurológica durante tres meses que afirmaba su cabeza. “Cuando me pasaron la silla de ruedas normal, dije: “qué bacán ahora puedo ver mi pelo, porque la silla neurológica me lo tapaba”, cuenta riendo.

A finales de 2011 estuvo un año en rehabilitación en la Teletón de Valparaíso. Hacía ejercicios de elongación y rutinas tres veces a la semana (8 a 4 de la tarde). “Me dieron esperanza, pude comenzar a mover un poco mi brazo derecho; aprendí a sentarme y a comer”, recuerda.

Luego vinieron “agotadoras” sesiones de kinesiología en la clínica Bicentenario en Santiago y hoy una terapeuta va a su casa. “Tengo dolores que están todo el tiempo; el único momento en que desaparecen es cuando duermo, pero estoy acostumbrada”, cuenta.

—La conferencista argentina Rosario Perazolo (en silla de ruedas) dijo en una charla TED que una de las “ironías” más grandes es que la miran y le comentan: “eres inspiradora”.

—Sí, me pasa mucho y también que voy con mi marido y le dicen: “eres un hombre maravilloso”. Yo los miro y digo: ¿Es un hombre maravilloso solo porque yo ando en silla de ruedas? Me han dicho de todo, desde ángel hasta que estoy bendita, es increíble que no nos vean normales. Podría ser una criminal, pero como estoy en una silla de ruedas me ponen aureola de santa (ríe).

—Aunque que te defines como una mujer fuerte, debe haber momentos en que te derrumbas.

—Sí, he llorado harto; hay veces que me da impotencia no poder ayudar a mi marido cuando está haciendo cosas en la casa. Pero nunca he sentido que mi vida se ha acabado. Mi situación no es más difícil por mi silla de ruedas, se me hace más complicada cuando hay algunos que no entienden la inclusión.

—¿Cómo futura psicóloga podría tener un aspecto positivo estar en una silla de ruedas?

—Por supuesto, para mi carrera la silla de ruedas es un plus gigante. Que alguien entre a mi consulta con depresión y me vea en una silla, de inmediato lo hace sentir mejor, pues entiende que hay cosas peores en la vida. Además, como psicóloga es una ventaja trabajar con discapacitados porque lo he vivido y se genera empatía con el paciente.

—Rachelle Friedman, cuadripléjica, escribió una columna con frases que jamás deberían decirse a quienes están en silla de ruedas. Una de ellas es: “Tuve que salir en silla de ruedas cuando me rompí una pierna, sé lo que pasas”. Otra: “Solo me estacionaré (en el sitio para discapacitados) por un minuto”.

—La situación de alguien que ha estado en una silla de ruedas un mes es incomparable con casos como el mío, de ocho años usando una silla, que es parte de mi vida. Y veo todos los días gente que se estaciona en zonas para discapacitados. Una vez un gallo nos chocó, porque con mi marido le pedimos que saliera de ese lugar que estaba reservado para discapacitados.

—¿Te molesta cuando te preguntan por qué estás en silla de ruedas?

—No me importa contar mi historia. Como ando en silla eléctrica, para los niños es como una moto y les encanta. En el supermercado a veces voy con cinco niños atrás, que me siguen con curiosidad, pero los papás se urgen, los toman en brazos y se los llevan. Les dicen que no me pregunten nada, pero yo feliz les explico por qué ando en esta silla.

—¿Por qué crees que en Chile es un tema tabú hablar de discapacidad?

—Es que estamos a años luz de una inclusión social; en Chile se acuerdan de la discapacidad con suerte una vez al año con la Teletón. En los colegios, la discapacidad debería abordarse naturalmente; que se les explique a los niños que la discapacidad es parte de todos nosotros.

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