María José Viera-Gallo (1971) vive en una antigua comunidad de 25 casas a la que llaman Quinta Michita porque alguna vez fue la casa de campo de la familia Castillo Velasco. A pasos del cine Hoyts de La Reina, la escritora reside junta a sus dos hijos en una casa de los años 70 que se conecta con un jardín comunitario, sin cercos, donde pasean niñas en triciclos y cantan los pájaros arriba de un parrón inmenso que cubre el solitario quincho donde realizamos la entrevista.

Guionista de la película “Joven y alocada”, premiada en el festival de Sundance como mejor guion, autora de dos novelas y un libro de cuentos, su último relato publicado es un texto difícil de clasificar —confesional, catártico y extremo—, escrito en conjunto con el poeta Maorí Pérez: “Química y Nicotina”, donde exhibió su intimidad hasta el paroxismo y la emoción fluye como un torrente narrativo en un libro único y jugadísimo.

Narradora precoz, desde que escribía columnas para La Zona de Contacto en los 90 bajo el seudónimo de Anita Santelices, cuenta que se gana la vida haciendo clases en la UDP, dictando un diplomado en la PUC, escribiendo para “El Mercurio” y realizando un taller de literatura autobiográfica para mujeres. “Es tan precaria la literatura como oficio en este país que he pensado en un futuro cercano dejar de publicar, pero sin ningún rollo. Tengo tres libros en proceso, uno infantil con mi hijo menor (ya terminado, sin editorial), y estoy pensando en hacer otra cosa más adelante. Ojalá cine, quizás seguir estudiando literatura afuera, o dedicarme a ser una dueña de casa que lee, no sé. No me siento predeterminada a escribir para siempre”, dice.

—En tu último libro, “Química y Nicotina”, apostaste por una literatura del yo y quería saber si ese interés confesional se aplica a los talleres que dictas.

—Sí. Me interesa cada vez más meterme en temas oblicuos, raros, incómodos, oscuros y problemáticos. Del taller han salido cosas bien interesantes porque vamos leyendo autoras como Jane Bowles o Sylvia Plath, mujeres que llegaron a un punto bien extremo en la escritura.

—¿Por qué no tienes alumnos hombres en tus talleres?

—Los tuve cuando hacía talleres mixtos, pero me parece que los hombres en Chile no están preparados todavía para escribir sobre ellos mismos. No quiero generalizar, pero me costó mucho encontrar un escritor sensible, alguien que no se escudara en máscaras, refugiándose en el ego, sin la necesidad de aparentar o ser el más inteligente de la habitación.

—Me de la impresión que te interesa la inmadurez en la literatura. ¿Es así?

—Me atraen los personajes en crisis, en transición, quebrados, y creo que eso se da en algunas etapas de la vida. En ese sentido, la literatura de formación me parece atractiva porque la inmadurez es justamente cuando hay un cambio en los seres humanos. Cuando las personas maduran se van poniendo rígidas y ahí pasamos a la crisis de la adultez que sería la neurosis como la relata Lydia Davis. Volviendo a la pregunta, creo que las cosas más importantes que a uno le pasaron fueron entre los 13 y los 25 años, cuando estabas construyéndote, por eso me gustan los personajes perdidos.

—¿Te preocupa quedarte pegada en la temática adolescente?

—Yo no creo que uno tenga que quedarse pegado todo el rato en los temas que a uno le son queridos. Pienso que uno debe salir a explorar otras cosas. Pero siento que yo, por lo menos ahora, aún no copo mi imaginario juvenil, y creo que debo volver atrás en búsqueda de muchas cosas que quedaron sueltas y que necesitan aún ser contadas.

“Cerré el capítulo de la literatura romántica”

—¿Rescatas la literatura confesional contemporánea o también de otras épocas?

—No sólo la actual, también de otras épocas. Por ejemplo, hace poco leí “La felicidad conyugal” de Tolstoi. Él escribe sobre el matrimonio y cuenta cómo se pasa del enamoramiento a la adultez y a la burocracia del deseo. Es un libro muy bonito, muy bien observado, dónde se analiza el proceso amoroso y cómo la mujer se va desesperando en ese modelo neurótico. También me pasó algo parecido leyendo a Flaubert. Hay un libro chiquitito que se llama “Noviembre” y que él escribió siendo muy joven. Es un gran estudio sobre los sentimientos masculinos.

—¿Y la literatura romántica, te sigue interesando para escribir?

—No, ya cerré ese capítulo. Con “Química y Nicotina” agoté la fantasía romántica literaria. Igual yo creo que uno siempre vuelve, pero ahora estoy escribiendo algo sobre mi infancia. Como tengo hijos, me conecto mucho con los niños, y creo que por eso volví a pensar en mi infancia como material literario. Mi próxima novela trata sobre mi niñez en el exilio en Italia y la estoy escribiendo a pedazos, sin ninguna regularidad. Es muy fragmentaria, igual que la memoria. Yo creo que será mi novela más autobiográfica.

—¿Qué período temporal recoges?

—Entre los cinco y los trece años. Lo que pasa es que tengo buena capacidad para recrear cosas que sucedieron, pero de las que no me acuerdo tanto.

—La memoria suele ser una zona degradada donde opera la ficción.

—Sí, está repleta de falsos recuerdos y creo que por eso es un terreno fértil donde uno puede construir a partir de esa memoria ficcional. Me interesa rellenar los espacios de la memoria, porque los recuerdos infantiles están plagados de sensaciones, imágenes y presencias de cosas, y creo que ahí todavía no se ha conformado un relato articulado, entonces me parece que es necesario darle una forma. En un momento quise hacerlo a lo Karl Ove (Knausgard) pero después decidí que no.

—¿Por qué?

—Siento que se fue al chancho. Es muy megalómano. Lo mío, lo que estoy intentando hacer, no tiene relación con él porque no creo que haga falta tanta página para hablar de uno mismo. Yo estoy en una búsqueda del fragmento, entonces leo a Silvina Ocampo o a Norah Lange. La verdad es que no es que a uno le sirva un estilo en particular, sino que simplemente se te incuba en la escritura.

—Tu estilo se va plegando a tus necesidades expresivas. ¿Algo así?

—Sí. La novela realista de 300 páginas no me resulta porque estoy medio partida. Ahora prefiero los cuentos, o libros como “Química y Nicotina”, porque me parece que escribir una novela clásica ya no tiene mucho sentido para mí. Es como componer una sinfonía bien hecha; pero, cómo hay tantas y tan buenas, me parece más interesante darle una vuelta a los textos y explorar otras formas. Me interesa transmitir algo más que un buen libro. Me gustan los sobresaltos de emoción.

“Me estaba volviendo loca con los materiales de la memoria”

—Eres más intuitiva que programática.

—Totalmente. Hace poco hice un cuaderno con las anotaciones para mi nueva novela y tuve que hacer un orden porque me estaba volviendo loca con los materiales de la memoria. Abría una válvula y se empezaban a disparar muchas cosas al mismo tiempo, entonces sentí que tenía que darle un orden a los elementos, pero igual yo voy escribiendo sobre la marcha. Nunca puedo programar nada. No me sale. Me aburro.

—Tu eres narradora en un país cargado a la poesía. ¿Para qué que sirve leer novelas?

—Yo creo que una gran novela como “Lolita” hace que tu cabeza cambie. En el sentido que te cuesta mucho juzgar. Te quedas con la narración y no con el juicio. Por ejemplo, yo creo que si un hijo lee cuatro novelas importantes ya está listo para tener un pensamiento crítico formado. La novela te enseña a ver las cosas de una manera no lineal. En ese sentido, es justo lo que no aparece en los medios, ni en las redes sociales, ni en los discursos oficiales. Una buena novela activa otra zonas del cerebro y te ayuda a percibir la realidad de una manera más compleja.

—¿Qué libro de narrativa chilena es clave para entender el país actual?

— “Nocturno de Chile”, de Roberto Bolaño, porque es la novela de la dictadura contada desde el victimario, desde el mal. Bolaño te cuenta el origen de la dictadura desde el 40, y va a la raíz de la hegemonía conservadora que partió en el fundo de la provincia y termina en el fundo gigante que es la dictadura. A través de ese libro ves que todo intento de reformar Chile estaba destinado al fracaso. Es la tragedia de Chile narrada por un cura Opus Dei y crítico literario.

—¿Y uno de no ficción?

—“Correr el tupido velo” de Pilar Donoso, porque es necesario matar al padre, aunque sea literariamente. Esa novela está escrita desde el lugar que mas duele, el del hijo. Para mí, el patriarcado es justamente eso: el lugar de la hija frente al padre artista genio. Siempre quedará con el estigma de ser la hija de José Donoso, pero me parece que ella escribió una novela autobiográfica impresionante.

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