A los 24 años, Gastón Muñoz ha logrado posicionarse como un intelectual que vino a revolver las aguas del arte chileno. Hijo de la diputada Pamela Jiles y del fallecido dirigente mirista del cual heredó su nombre, este teórico y curador ideó y montó una muestra que denuncia el desolador panorama del VIH en Chile y acusa a los políticos de no querer darle solución.

Pensador transexual —cuenta que está tomando hormonas femeninas, pero que no cree en los géneros—, las acciones de Muñoz vienen sorprendiendo en los últimos años por su erudito rigor, que mezcla crítica, juego e ironía para perforar temas duros desde una perspectiva estética. De hecho, trabaja con Federico Galende, doctor en Filosofía, investigador posdoctoral de Conicyt y profesor de la Universidad de Chile, en áreas de investigación y enseñanza en la misma casa de estudios.

En sus escritos, conversaciones y curadurías, el cuerpo se destaca como el soporte fundamental donde se depositan los abusos del sistema económico y cultural. Muñoz ha sido muy activo y ha realizado distintas exhibiciones como curador, publicado textos y participado en conversaciones y encuentros que cruzan arte, política y corporalidad. Ahora está curando la muestra “Arte y cuerpo seropositivo en el Chile contemporáneo”, que se exhibe hasta el 16 de noviembre en el Museo de Química y Farmacia, a metros de la Plaza Italia.

—Elena Caffarena, jurista y política que luchó por la clase obrera y la emancipación femenina, era abuela de tu madre. ¿Cómo influyó ella en tu formación?

—Íbamos todos los domingos a su casa y yo era su favorita. Ella fue, sin duda, una influencia importante en mi formación afectiva e intelectual, una feminista que incidió en el país.

—¿Y qué te pasa a ti con que tu mamá que sea controvertida y atípica?

—Me encanta. Amo su performance. Lo que pasa es que en la cultura chilena cualquiera que se exprese y sea distinto es considerado ridículo. Y hay un temor tremendo a la diferencia. Considero que mi madre tiene mucho humor y que la risa es subversiva. Pero, en definitiva, puedo decirte que no se me ocurre con qué otra madre me podría haber criado, porque me enseñó la rebeldía, la confrontación y un sentido de justicia que tiene que ver con defender a los abusados. Mi madre me cultivó también a nivel intelectual y artístico. De chica conocí a personajes como Pedro Lemebel, la Kena Lorenzini, y a todo tipo de pensadores vinculados a la izquierda y el feminismo, como el intelectual mirista gay Ruy Mauro Marini. Lo que soy se lo debo a mi madre y al mundo que me proporcionó.

“Todos los lugares son políticos”

—Pamela Jiles ha dicho que la farándula televisiva es un espacio político. ¿Qué piensas de eso?

—Estoy de acuerdo. Todos los lugares son políticos. Obviamente, mi madre y mi bisabuela son personajes performativos, en el sentido de que se manifiestan en el mundo desde su cuerpo, plantean una estética de la rebeldía, estén donde estén. Ambas jugaron siempre con los géneros, se vistieron de hombre, etc. Eso hizo que yo nunca tuviera problemas con ser transexual, que fuera algo natural, desde chica. Pero, además, el mundo intelectual y académico, al que pertenezco, es igual de farandulero. Allí también hay redes de influencia, pitutos, relaciones sexuales y amorosas que van armando un campo cultural.

—¿La TV puede ser un campo de batalla?

—En todas partes hay juegos de poder. Mi madre ha usado la televisión para amplificar su voz. De algún modo, yo y ella hacemos lo mismo pero invertido: ella pone la crítica en la tele y yo pongo la tele en la crítica. Pienso que todos los canales son válidos para realizar una performance que incomode a los códigos dominantes y para inyectar pensamientos de izquierda y feministas. El gran problema de la izquierda ha sido marginarse de los medios de comunicación y de sus formatos faranduleros, que son espacios donde realmente puede transmitir un ideario a las grandes masas. Es ahí donde se disputa el poder y donde hay que activar las disidencia.

—¿Cómo es tu relación cotidiana con tu madre?

—No vivo con ella hace rato, porque soy autónoma, aunque a veces pase pellejerías. Pero tenemos una relación de mucho amor. Le tengo una gran admiración. Ella es una jefa de hogar, una mujer trabajadora, generosa, una persona que fue militante comunista, que estuvo presa, que fue torturada, que logró salir adelante, que se ríe, que es bonita, sexy, que reivindica la figura de “la abuela” erotizada, asunto importante en un país donde los viejos son botados a la basura. Una mujer que jamás se haría la cirugía, que asume sus procesos de vida. Y que además adoptó dos niños del Sename, que están en edad escolar y a los que le ayudo a cuidar. No sé. Saca tú la cuenta.

—Es probable que termines en la televisión porque tu personaje va a provocar morbo. ¿Irías a un programa si te invitan?

—Solamente si puedo llegar en pelotas.

Preguntas incómodas

“Miembra de la Red Iberoamericana de Investigadores en Anime y Manga (RIIAM) y Directiva de Arte Contemporáneo Asociado (ACA). Licenciada en Artes con mención Teoría e Historia del Arte por la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Postulante a Magíster en Bioética de la misma casa de estudios. Desde 2013, se desempeña en crítica de arte y de moda y en curaduría independiente, adoptando posturas transfeministas y poshumanistas”.

Así comienza el currículo de Gastón Muñoz.

La exhibición que por estos días presenta en el Museo de Química y Farmacia pretende vincular al público con experiencias y puntos de vista relacionados con las personas que viven con el virus VIH y la enfermedad del sida. La información es contundente. Un informe de Onusida, que este mismo año se publicó —pero no causó mayor pánico— señala que entre 2010 y 2016 Chile es el país latinoamericano que más aumentó el número de nuevos casos de VIH, con un crecimiento del 34%, muy superior al del resto de la región.

“No quiero parecer conspiratorio ni paranoico, pero creo necesario decir que el grave problema del sida no solo ha sido minimizado e invisibilizado por las autoridades chilenas, sino que hay responsabilidades que deberían ser señaladas y sancionadas”, dice el curador, montando una sospecha abierta sobre la actuación de las autoridades, que acusa de negligente y cruel.

Muñoz lanza una artillería de preguntas: “¿Cuándo habrán test rápidos gratuitos en todos los consultorios sin miraditas enjuiciadoras de los funcionarios médicos? ¿Cómo asegurar una buena orientación antes y después del examen que sea entregada por pares? ¿Es necesario ir al casting del spot publicitario «Este comercial salvó mi vida» del Minsal para recibir esta atención básica? ¿Por qué el ministro Santelices rechazó la invitación a la 22a Conferencia Internacional del Sida? ¿Cuál es la postura del Estado sobre la accesibilidad de preservativos masculinos y femeninos, la educación sexual progresista y sobre la implementación de los profilácticos pre o posexposición dentro del sistema público?”. Y concluye: “Las autoridades chilenas están haciendo necropolítica”.

Más allá de lo científico, el problema es cultural, señala Muñoz, por eso mismo atañe al arte. Explica que aunque la enfermedad hace muchos años se ha extendido a amplios grupos de la población, sigue cayendo bajo el estigma que pesa sobre grupos como homosexuales y prostitutas. Un prejuicio que no ha sido suficientemente combatido desde las políticas públicas, dificultando la educación sobre conductas sexuales responsables y también la práctica de realizarse el test.

Desde de esta emergencia, Muñoz monta una exhibición compuesta por ocho obras de fuerte carga poética. Los trabajos —algunos históricos y otros más recientes— transitan entre el video, la fotografía y la instalación, recuperando registros performativos realizados por autores como Lotty Rosenfeld, Víctor Hugo Robles y el Grupo Proceso, y remontando obras recientes de artistas más jóvenes como Felipe Rivas San Martín, Lucas Núñez y Héctor González.

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