Pensaba en lo

terrible que sería traer un ser al mundo. A partir de eso, escribí desde el punto de vista de un hombre”.

Josefina González tiene 34 años y es una factótum cultural a tiempo completo. Artista visual, jurado del Fondart, actriz en películas independientes, columnista, creadora de los fanzines “Mundo absurdo” y compositora del disco “No todo se trata del amor pero casi todo” (2017, Infinito Audio), este año publicó “Cómo cuidar de un pato” (Overol, 2018), una comedia teatral sobre un personaje joven en crisis, Larry, sobrepasado por las exigencias de la paternidad primeriza.

Residente del barrio Matta Sur, vive en una casa antigua con aire de novela gótica, ruinosa, entre animales (conejos y gatos) y un parrón que cubre el desordenado pero bonito patio que sirve de espacio para realizar la entrevista.

Hija de una antropóloga médica y un músico de folclor devenido en realizador audiovisual, su educación temprana estuvo salpicada culturalmente porque transcurrió entre Santiago, Temuco, Australia y Estados Unidos, donde terminó el colegio en una escuela pública en Tucson, Arizona, especializándose en artes performativas.

Fanática del cine de terror, va al sicólogo todas las semanas y toma ansiolíticos desde los 22 años. Reconoce que le cuesta más lidiar con la vida práctica que con el arte y que por eso prefiere subirse a un escenario antes que al metro de Santiago.

Josefina no cree en la separación entre arte y vida, piensa que la idea del peligro personal como expresión artística es clave y que el humor le sirve para combatir la depresión y el miedo. “Es un miedo patológico; pero no lo quiero idolatrar porque, si no, nunca se me va a pasar. Cuando tuve los primeros ataques de pánico me alejé del miedo. Le tomé distancia. Ahora lo estoy empezando a incorporar a mi obra”.

—Eres multifacética. ¿Qué buscas?

—Tengo una amiga que me dice que hay que enamorarse de la vida propia, y yo quisiera tener una vida memorable. Me he dedicado a no ser especialista en nada. En el fondo, soy especialista en mi propia historia y por eso le doy como caja a la autoficción. Ahora quiero entrar a picar narrativamente en los terrores fundamentales de mi vida. Yo estudié arte y el ambiente de las artes visuales me pateó la guata porque me pareció impersonal. Me chupa un huevo la solemnidad. No quiero ser una persona seria para la sociedad.

—Igual pasaste por la academia.

—Fui 5 años ayudante de Juan Pablo Langlois en el Arcis y recuerdo el ambiente como de una pretensión repugnante. Lo que pasaban en la escuela eran cosas como (imposta la voz e imita con sorna) “territorio y espacio”, tratando de abarcar todas las temáticas pero sin decir nada personal. Ahí entendí que la academia le tiene terror a mostrar los errores y por eso hice un camino distinto. Yo aspiro a que se noten todas mis falencias porque mi único patrimonio real es la memoria.

—¿Cómo armas un día cualquiera?

—Me invento una manera de funcionar distinta todos los días, pero generalmente trato de levantarme temprano y hacer primero las cosas rutinarias como responder mails. En la tarde intento dedicarme a cosas más creativas. También ayudo a mi papá colaborando con él para los trabajos que hace para Canal 13 Cable. A la par voy armando mis columnas semanales para la editorial Saposcat y ahí me quedan unos fragmentos sueltos que me sirven como material para otras cosas, como, por ejemplo, el nuevo fanzine “Mundo absurdo #3”. Igual todos los días anoto cosas, ya sea en el celular o en mensajes de voz que me mando a mí misma.

Dolor y comedia

Experimentando con el crossfit hace un par de años, en el gimnasio del hijo de Marcelo Barticciotto, Josefina González tuvo un accidente deportivo y le diagnosticaron disección arterial. Cuenta que estuvo más de dos meses en cama y ahí decidió escribir su celebrada comedia teatral, “Cómo cuidar de un pato”. “No tenía nada que hacer y estaba desesperada. Escribí la obra y de ahí nunca más paré. Ahora por fin se confirmó que será montada en el teatro por el dramaturgo Jaime Riveros”.

—¿Qué quisiste contar?

—El rollo de la maternidad. Era una época en que estaba reflexionando sobre ese tema de manera pavorosa y pensaba en lo terrible que sería traer un ser al mundo. A partir de asumir esa incapacidad, escribí el relato desde el punto de vista de un hombre. La dramaturgia te permite construir personajes incorrectos y yo invento personajes para decir cosas mías que no quiero que nadie más sepa.

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La Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados aprobó ayer el proyecto de ley que busca cambiarle el nombre al Aeropuerto Internacional de Santiago, que pasaría a llamarse “Pablo Neruda”, en honor al Nobel de Literatura.

Y aunque la iniciativa aún debe discutirse en la Sala de la Cámara, de inmediato originó un encendido debate en las redes sociales.

Muchos aplaudieron la medida, como el escritor Pablo Simonetti, o el periodista Bernardo de la Maza: “No tengo nada con Comodoro no sé cuánto, pero me parece fantástico”.

Sin embargo, varios lo criticaron, hasta recordando a su hija Malva, a quien habría abandonado en España.

Y para varios, el honor se lo merecía más nuestra otra Nobel. “Nuestra primera premio Nobel fue Gabriela Mistral. Pero es mujer...”, tuiteó Mariana Aylwin. Algo que replicó la comunicadora Lucía López: “¿Por qué no Gabriela Mistral?”.

“Ya casi todo se llama Gabriela Mistral, empezando por el GAM”, le respondió Rafael Gumucio. “Neruda ha sido por su militancia sistemáticamente ninguneado cuando es uno de los tres poetas más importantes del siglo XX en cualquier lengua”.

Curiosamente, una de las voces de mesura vino por parte de Sergio Melnick: “Que tal si lo dejamos como está, o volvemos a Pudahuel que no molesta a nadie. Por qué la política tiene que meterse en TODO”.

O como apuntó el influyente tuitero @elquenoaporta: “Arturo Merino Benítez, Pablo Neruda, Marcelo Ríos, Mandolino, Chiqui Chavarría, Enrique Maluenda… Pónganle el nombre que quieran, igual la mayoría vamos a seguir diciéndole Pudahuel”.

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