Aun cuando los nombres se contradigan, la Quebrada del Pobre —hoy un camino— es la antigua ruta natural para llegar a La Engorda. El contraste es porque a esta quebrada no se le ve pobreza por ninguna parte. Al contrario, pura prosperidad en las casas que la flanquean y, sobre todo, una riqueza de intangibles, pues durante todo el recorrido está alumbrada por la primavera y sus flores. Tampoco es pobreza ver cantar a una turca (Pteroptochos megapodius) en la cúspide de la vara de un cerco, ni observar las evoluciones de dos halcones (Falco peregrinus). Para terminar con la contradicción hay que decir que La Engorda, hoy, tras las sequías y la poca agua del río Petorca, no puede engordar a sus animales.

Todo comienza a un kilómetro de La Ligua, a los pies del imponente cerro Pulmahue (1.160 m). Se trata del antiguo caserío de Valle Hermoso. Desde aquí subiendo lentamente las laderas de su máxima quebrada, tras unos diez kilómetros se llega al valle del Petorca, en lo que fue la antigua hacienda de Longotoma. Un camino que solo conocieron y recorrieron los lugareños sin otro afán que el de comunicarse y encontrarse entre ellos; pues allí están, emparentados, quizá desde tiempos precolombinos. Hoy está asfaltado, numerado y es recorrido por un pequeño bus blanco.

Alguna vez, todos estos parajes de una gran hacienda fueron vendidos —incluso con aborígenes— por doña Catalina de los Ríos (la terrible Quintrala) a Juan Roco Campofrío de Carvajal, venta que heredaron sus interminables parientes. Por casi un siglo, allí se sembró trigo, sobre todo cáñamo y se crió una discreta ganadería. Tras la abolición de la encomienda indígena y la consolidación de los “pueblos de indios”, la hacienda debió ceder un lugar propio para los aborígenes.

Es el momento en que nace el Pueblo de Roco; hasta hoy, la comunidad donde se inicia este camino.

Terrazas y lluvias

Fue muy difícil sobrevivir en medio de campos estériles en el verano y díscolos en el invierno. Durante el siglo XVIII, fueron mineros del oro del cerro Pulmahue. Ya estaba el camino que hoy recorremos. Es que en su extremo norte está el Valle de Petorca. Un valle ganadero y religioso con el que debían comunicarse. Además, los petorquinos debían acudir a La Ligua, pues era el único centro administrativo regional. Quizá se llamó Quebrada del Pobre, pues esa era la condición social de sus habitantes. Aparte de ser una quebrada, menos había un trazado que alineara ordenadamente sus casas. Es posible que sus heredades estuvieran dispersas y era solo la topografía la que daba un orden a la ocupación residencial del suelo.

Un origen maravilloso: encontrar y establecer un camino entre colinas y los portezuelos más bajos capaces de comunicar un valle con otro. Puro instinto y cultura del lugar. Sobre todo, está la hipótesis de que los iniciadores de este sendero podrían haber sido los incas, grandes ingenieros caminantes, que sabemos avanzaban por estos montes.

Aun ahora, recorriéndolos, pueden verse las huellas de terrazas de cultivos que alguna vez sirvieron para sostener siembras. Más recientes, con emoción, se ven cuadrículas sin vegetación, de hechura humana; son “las lluvias”, porciones de terrenos en las alturas, habilitadas para siembras de rulo, sin riego, entregadas a la eventual y bienaventurada agua de lluvia.

En ellas, durante el siglo XVIII y hasta la medianía del siglo XX, se sembraron habas, arvejas, garbanzos, chícharos, lentejas… con resistentes semillas que, por supuesto, hoy no existen.

Lo silvestre y lo salvaje

Ruinas de ancestrales casas de adobes con cubiertas de teatina salen al paso. Algunas aún se usan. Una hermosa pastora de ovejas saluda al viajero y continúa lenta su labor de siglos. En los lugares que alguna vez fueron habitados permanece la flora hispana o chilena de amapolas, vincas, varitas de San José…, además de la benéfica ruda y su conjuro.

En medio de su abandono, la flora nativa de chaguales, huilles y amancay volvió a nacer creando unos magníficos conjuntos florísticos. De verdad, la primavera con sus prados de scholtzias borra toda posibilidad de que este camino sea triste o de que se niegue a nuevos tiempos.

Hay un tramo que solo sube y se le llama Cuesta del Pobre. Es exagerado, pues no es pobre y ni siquiera cuesta subirla. Las quebradas nacidas desde sus orillas son magníficas, suaves. A veces, amarillas cuando hay yuyos; azules cuando hay rábanos. Inconfundibles cuando el anaranjado anuncia los dedales de oro que se posan por sus faldeos.

Es imposible imaginar cuántos miles de pequeños caminos existen en Chile. Los hay de contrabandistas, de Libertadores, de la fruta, de cuatreros, de la sal, de ramales del Camino del Inca… Este, de Valle Hermoso a La Canela y La Engorda, amable, sencillo, lleno de flores, hace el vívido patrimonio del caminar entre el valle de La Ligua al de Petorca, un trecho minúsculo.

Desde lo alto del Portezuelo El Guanaco ya se ve la cuenca del Petorca, con su Canela y la Engorda. Allá abajo, nebuloso, está el débil serpenteo del río, y en el viajero se incuban las ansias por recorrer ese valle.

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