Las imágenes de Álvaro Oyarzún se escapan a lo que podríamos considerar “digno” de pintar. Un trozo de cuerpo de un animal incierto, una gigantesca excavación en medio de la ciudad, unos moluscos por ahí encontrados en un rincón, un sitio eriazo, la entrada a un autopista, un estacionamiento, el piso vacío de un edificio para oficinas, una carretera, la fachada de una casa, una playa plagada de veraneantes, la habitación de una residencial.

Aunque están realizadas con mucho virtuosismo pictórico y tienen un fuerte poder de seducción, sus escenas no se parecen a las de la “gran pintura”, sino todo lo contrario. Además, los formatos suelen ser pequeños, así como los talleres donde trabaja. “Prefiero la discreción de una pequeña pintura a la elocuencia obscena de la monumentalidad”, dice. Las suyas son situaciones insignificantes, menores, pero que de algún modo habitan en nuestro inconsciente, que forman parte de un imaginario chileno indefinible, pero reconocible.

Oyarzún es admirador de Nicanor Parra: así como la antipoesía es la carne cruda de la poesía, sus “anti-pinturas” son una expresión genuina, salvaje y cotidiana. A veces sus cuadros son un poco repulsivos; otras, íntimos y tiernos; pero siempre raros, sorprendentes e irónicos. Hay en ellos un cuestionamiento sobre su propio modo de mirar y representar el entorno. De ahí el título de la exhibición que está pronta a montar en el Mavi: “El autodidacta: La pintura como una contraimagen”.

Lo que el artista problematiza es su contradictorio lugar como un pintor chileno, obsesivo, que no pasó por estudios universitarios. Ha exhibido en Chile y en Europa, ha insistido en la pintura, pero siempre se ha sentido incómodo. Por eso ha entrado y salido de galerías, ha vivido en Santiago y afuera (10 años en Francia y ahora en Viña), ha renegado del sistema y, cada tanto, vuelve. Le complican las modas inventadas, el despliegue de ferias y bienales, las galerías que intentan adueñarse del artista, los precios que suben y bajan al ritmo del capricho, los famosos sin mucho talento y los fracasados talentosos. “El autodidacta es un indagador, experimentador y recolector del mundo visible. Es la figura de aquel que aprende solo, al descampado”, dice.

—Tú has persistido en la pintura, a pesar de que hoy en día no es la vedette de las bienales.

—Me interesa, justamente, porque siempre está pasada de moda. Hoy, la pintura no es portadora de ningún sentido relevante. Pero tiene recursos que son más perversos, puede comentar la realidad, ficcionarla y manipularla con mucho más libertad. De todos modos, estar en la pintura es una forma de resistir, de perseverar, ¿para luego resignarse?...

—Una forma de resistencia absurda.

—Sí, absurda y trágica. Ahí se dispara el sentido.

—En tus obras hay muchos paisajes chilenos, que podríamos pensar como antipaisajes, cosas raras, incluso feas.

—Es un ámbito real que existe, pero que está invisibilizado. Los sitios eriazos, los lugares negados, indignos para el arte. Yo pinto como podría pintar un autodidacta, como alguien que se hace el naif, el leso, pero se da cuenta de que todo es una tragedia. Creo que mis pinturas comentan cosas de Chile; son como un contraveneno a la impunidad grotesca de lo real, a tanta tontera. Y por otro lado, dan una idea de lo que se puede hacer con la pintura hoy en día, es decir, muy poca cosa. Pero algo es algo. La pintura no puede ser solo un objeto negociable, un producto que se transa en el mercado, pero tampoco hay que darle mucha importancia. Yo la veo como una pequeña posibilidad de sobrevivir al presente.

—No suena muy esperanzador…

—No sé. Me veo como una persona optimista. Tengo una pareja que me hace feliz, todos los días salgo a pasear, veo el mar, vivo tranquilo. La pintura puede ser una actividad reconfortante, como también un infierno. Como sea, es el ejercicio mental y físico que amuebla mi tiempo. De los tipos de artistas del presente, el pintor es un personaje trágico, pues su conocimiento ya no puede situarse en la velocidad contemporánea del arte. Sin embargo, la pintura se comporta muy bien en el sistema ferial del mercado. Aunque desprovista de aportar sentido, esta no decae como producto negociable. Hay una imagen romántica y heroica que es insostenible. Se habla del “riesgo”, de la “audacia” del arte, pero hace rato que no es así. Lo que ahora sucede es una integración. El artista no está ni en contra ni a favor, sino que simplemente integrado, y desde esa comodidad dispara.

—Nelly Richard dijo que sobraban artistas y faltaban críticos. ¿Qué opinas de eso?

—No estoy muy de acuerdo. También sobran los críticos. Todos hablan, todos opinan sobre arte, y eso produce una cierta degradación. No hay espesor alguno, es una forma donde la banalidad arrasa con el sentido. Entonces, no solo hay ausencia de buena crítica, sino que también de buenas operaciones artísticas, es correlativo. Nunca antes existieron tantos comentaristas de arte como hoy.

“Hay un resentimiento brutal”

—¿Qué te pasa con la actual proliferación de activismos indignados?

—Es curioso, porque me gustaría identificarme un poco, pero después digo “preferiría no hacerlo”, como un Bartleby. A uno le gustaría imaginar que hay cierto idealismo, que se abren otras posibilidades de estar en sociedad, pero rápidamente se vuelve poco atractivo, porque están llenos de lugares comunes, todos hablan de lo mismo, es poco creativo. Además, la crítica es banal. Agota el exceso de frustración constante. Hay puras patadas y faltan buenas jugadas. Hay un resentimiento brutal. Pero no siempre es así, de pronto una sombra que eclipsa el camino, uno se tropieza y aparece el humor. Palabra clave para seguir existiendo.

—Pero a ti te ponen puros likes en Facebook, a la gente le encantan los monos que publicas.

—Porque no soy famoso. Tal vez me perciben como un poco loser, y por eso me quieren.

—Después que hagas tu muestra en el Mavi ya no te van a querer…

—No creo. Porque hay una diferencia entre los artistas famosos y los artistas importantes, que hacen cosas que generan algún sentido. Yo prefiero ser de los segundos. El artista famoso siempre es un poco sospechoso, a alguien se jodió, obviamente. A mí nunca me ha resultado atractivo el personaje famoso. Creo que cuando hay poca consistencia atrás, las personas comienzan a construir andamios de cosas falsas. Hay personas que son pura imagen personal, como el hombre político actual.

—Susan Sontag dice que solo existe lo “falso” y que lo verdadero vendría a ser aquello “verdaderamente falso”.

—Claro. Pero en el caso de la pintura, no es así. Mis pinturas no son morales; por lo tanto, ni falsas ni verdaderas. Estas son reales nada más, sin aspavientos. Una pintura discreta y sencilla, como parafraseando a la Violeta. Confío en que en la calidad de lo pequeño pueda aflorar una poética de los afectos.

—Te iba a decir que no solo pintas rápido, sino que también hablas a toda velocidad. ¿Piensas rápido también?

—No. Pienso mal, entonces me atropello.

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