Siendo mujer, uno nunca ve de frente. Siempre observamos el mundo a escondidas”.

Ahora, a los chicos jóvenes les dan créditos por treinta años, tienen autos y casa. El dinero tiene valor y para el delincuente aún más. En nuestra época no era así”.

La semana pasada, Valeria Sarmiento se reencontró con “Mi boda contigo” —su primer largometraje de ficción, basado en la novela homónima de Corín Tellado— después de 33 años. Fue en el marco de la retrospectiva que le dedicó la Cinémathèque Française.

“No la veía desde 1985 y me sorprendió. Me reconcilié con ella”, cuenta al teléfono desde su departamento en París, horas antes de viajar a Chile para formar parte de un coloquio y un ciclo que, desde el lunes, se lleva a cabo en Santiago por iniciativa de la Universidad Alberto Hurtado, el Archivo Ruiz-Sarmiento y la Cineteca PUCV. En noviembre participará además en el Festival Puerto de Ideas.

“Soy bastante tímida, así que las actividades públicas no me seducen mucho”, confiesa. “Pero me hacen sentir querida”.

Con una carrera paralela a la de Raúl Ruiz —con quien trabajó como montajista hasta su muerte, en 2011—, Sarmiento ha probado ser una cineasta con imaginario propio. Su filmografía consta de 24 títulos —entre documentales, películas de ficción y trabajos para televisión— que tienen en común la inquietud formal y el interés por el mundo femenino. En el cortometraje “La dueña de casa” (1975), por ejemplo, retrató el Golpe desde la intimidad de un hogar. En el documental “El hombre cuando es hombre” (1982), filmado en Costa Rica, recogió comentarios de machos que explican sus abusivas formas de seducción, y en películas como “Amelia López O'Neill” (1991) o “Rosa la china” (2002) jugó con los códigos del melodrama buscando siempre la forma de subvertirlos. Su última obra “El cuaderno negro”, estrenada en el Festival de Toronto, es una precuela de la aclamada “Misterios de Lisboa”, que realizó junto a Ruiz en 2010. Se proyectará este viernes, a las 19:00 horas, en el Centro de Estudios Avanzados y Extensión PUCV (Antonio Bellet 314).

—¿Cómo nace tu amor por el cine?

—Fue en Valparaíso, cuando era una niña. A mi padre le gustaba mucho ir al cine. Yo estaba en el colegio y me veía tres películas a la semana. Después, un poco más grande, me arrancaba al cine Condell y me veía dos películas continuadas. Vi “Hiroshima mon amour”, Bergman, Fellini, Michael Curtiz, Hitchcock, Douglas Sirk,…

—Imagino que amabas los melodramas de Sirk…

—Claro, yo lloraba mucho con sus películas.

—¿Ahí supiste que querías ser cineasta?

—Primero entré a estudiar Filosofía en la Universidad de Chile, pero cuando estaba en segundo año empecé a darme cuenta de que no era lo mío. En ese momento se creó la Escuela de Cine de Viña del Mar; me inscribí, pero ya en segundo año me di cuenta de que no había medios. Ahí conocí a Raúl y comencé directamente a trabajar en cine.

“Los defectos se mantienen”

—En 1990, cuando Raúl hacía “La telenovela errante” tú filmabas “Amelia López O'Neill” en Valparaíso. ¿Cómo fue ese reencuentro con Chile?

—Esa película fue pensada para Valparaíso pero yo quería hacerla en Lisboa, porque no sabía si iba a poder filmarla en Chile. Volví justo cuando había ganado el NO. Me tocó la subida de Aylwin en la mitad de la filmación. Aterricé en Valparaíso con un equipo francés y otra parte de la producción era chilena. Fue muy difícil porque los chilenos tenían muy poca experiencia en ese momento y los franceses son muy exigentes en el trabajo. Se agarraban de las mechas. No fue fácil.

—La película comienza con un bellísimo recorrido por la ciudad en bicicleta.

—Me interesaba recrear el Valparaíso que yo conocí de niña, el de los años 50, cuando acompañaba a mi mamá de un cerro a otro, íbamos a ver a una modista o a una tía abuela vieja. Fue la primera vez que comencé a trabajar en la idea de eliminar un color primario para dar una sensación de irrealidad. Tratamos de eliminar el azul de la ropa, de los interiores. Lo hice también en la última película.

—Eso me hace pensar en cierta “mirada oblicua” que, según dijiste alguna vez, lo aprendiste de Raúl.

—Sí, pero hay otro motivo. Creo que, siendo mujer, uno nunca ve de frente. Siempre observamos el mundo a escondidas. Eso siempre está en mis películas.

“La telenovela errante” y “Secretos” siguen funcionando como reflejos de Chile. ¿Por qué crees que pasa?

—Porque los defectos se mantienen. “Secretos” está construida con historias que escuchábamos cada vez que veníamos a Chile. Las fuimos recolectando y después Raúl escribió el guión.

—¿Qué ha cambiado para bien y para mal en Chile?

—Para bien yo diría que hay más mujeres haciendo cine y eso me pone muy contenta. Por otro lado, ¿sabes qué me impresiona? Que cuando nosotros éramos niños, y hasta que yo me fui, el dinero no tenía valor. Cuando mi padre jubiló, fue la primera vez que tuvo plata para comprarse una casa. Ahora, a los chicos jóvenes les dan créditos por treinta años, tienen autos y casa. El dinero tiene valor y para el delincuente aún más. En nuestra época no era así.

—¿Sientes responsabilidad con el inmenso trabajo de Ruiz?

—No es fácil con un hombre que hizo 120 películas, 120 poemas y un diario de 1.200 páginas. Es una responsabilidad enorme.

“Hoy hay un desprecio

hacia la mujer”

—En 1972 registraste a las bailarinas del Bim Bam Bum en el desaparecido “Un sueño como de colores”. ¿Qué te interesó de ese mundo?

—En esa época era común terminar la noche, en Santiago, en locales como el Tap Room o el Mon Bijou, y yo observaba a esas chicas que fascinaban a los hombres. En la UP todo el mundo hacía documentales sobre los obreros del cobre o de las minas, pero yo quería filmar una película sobre estas mujeres que se exhibían con tanta fascinación. Los negativos estaban en Chilefilms cuando llegó el Golpe. No quedó nada.

—¿Cómo reaccionó el entorno de la UP frente al proyecto?

—No había cabida para las cineastas mujeres. Éramos solamente tres que tratábamos de hacer cine: Angelina Vásquez, Marilú Mallet y yo. Un día presentamos un proyecto de tres cortometrajes a Chilefilms y nos dijeron: “No, compañeras, primero hagamos la revolución y después nos preocupamos de sus problemas”. Así nos postergaron. Pero el cineasta húngaro Miklós Jancsó se interesó en el documental. Visitó Chile en 1972 y le mostraron todas las películas de obreros. El pobre estaba aburrido, porque venía de un país socialista y quería ver otras cosas. El dijo que mi película era la que más le gustaba. Fue un gran apoyo, porque lo dijo delante de los jerarcas de Chilefilms. Para mí fue fantástico.

—Lo primero que filmaste en el exilio fue “La dueña de casa”, un cortometraje sobre el Golpe. ¿Qué te llevó a hacerlo?

—Dejar un testimonio de actitudes que había observado como ver gente celebrando con champaña el 11 de septiembre.

—Años más tarde vino “El hombre cuando es hombre”, un documental sobre el machismo que aportaría hoy al debate sobre violencia de género.

—Mandé un proyecto a la Televisión Alemana y no me lo aceptaron; mandé un segundo proyecto y tampoco me lo aceptaron y el tercer proyecto, que inicialmente se llamaba “El Macho”, fue aceptado. El director me dijo: “al tercer intento usted nos convenció de que realmente quiere hacer cine porque, como es la mujer de Raúl Ruiz, era lógico pensar que usted quería imitarlo”.

—¿Y por qué elegiste Costa Rica para filmar sobre machos?

—En esa época no nos daban visa a los chilenos para viajar. El único país que me la dio fue Costa Rica. Yo tenía un amigo guatemalteco que me dijo: “¿cómo vas a ir a allá? Si ahí son todos maricones”. Pero lo que encontré son los mismos ejemplares que en toda Latinoamérica. Después tuve problemas porque la embajada de Costa Rica en París reclamó cuando pasaron la película en Televisión Francesa. Dijeron que yo le había dado la palabra a delincuentes y putas.

—Es interesante la idea de dejar que ellos narren el machismo en vez de que sean las mujeres…

—Yo les decía “estoy haciendo una película sobre el romanticismo latinoamericano” y así los hombres se descubrían. Estaban orgullosos de su machismo y lo relacionaban con ser románticos.

—¿Ves ese machismo hoy en día o se ha disfrazado?

—Siempre existe. Lo que pasa es que ahora se mezcla con misoginia. La gracia que tiene el machismo —porque tiene cierta gracia, si no la película no hubiese funcionado tan bien— es que la mujer se convierte en una especie de reina a la que el macho le hace los homenajes. Es un ritual muy animal. El problema es que eso ha ido deslizándose hacia la misoginia y hoy siento que hay un desprecio hacia la mujer.

—¿Qué pasa en el mundo del cine? Hoy por lo menos hay más mujeres haciendo películas…

—Creo que lo que ha cambiado son las escuelas. Gracias a ellas las mujeres pueden valorarse como directoras. Si entraran a través de los sindicatos, como ocurría antes, sería muy difícil que lograran trabajar.

—¿Cómo era la complicidad creativa que tenías con Ruiz?

—Era algo cotidiano. Él me decía “por favor, móntame la película, no seas mala. Es plata para la familia”. Y yo le decía “Raúl, ayúdame con los diálogos para este guión”. Y así. El tenía bastante confianza en mi trabajo. Cuando yo me deprimía, cuando las cosas no me salían, él me decía “Valeria, tú eres una cineasta”. Yo le agradezco mucho todo eso.

—El montajista Galut Alarcón dijo que podía sentir su presencia en la sala de edición cuando montaba “La telenovela errante”. ¿Te pasa lo mismo?

—Yo no soy tan espiritualista, pero te cuento que sigo soñando con Raúl. Trato de mantener una relación cotidiana con él.

Valeria Sarmiento y Raúl Ruiz se casaron en 1969.

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