Para Isabel Parra es sumamente virtuoso que el Museo Violeta Parra esté ubicado en Vicuña Mackenna, cerca de Plaza Italia.

“Me gusta que esté en este sector, popular y no cuico. Término medio. Para mucha gente es su lugar favorito. Me hubiese gustado tener un patio más grande para desarrollar más actividades, pero costó tanto hacer este museo que estoy feliz”, dice la presidenta de la fundación que lleva el nombre de su madre sobre el espacio que mañana cumple tres años.

Por ello, y en el día del natalicio 101 de Violeta, Isabel y la directora del museo, Cecilia García-Huidobro, inaugurarán tres obras inéditas en Chile de la hermana de Nicanor: un óleo, una arpillera titulada “La Brujita” y un papel maché.

Donación que realizó el crítico de cine y y escritor suizo Freddy Buache en marzo. Piezas mostradas únicamente en el Museo de Artes Decorativas del Louvre en 1964, siendo luego custodiadas en Ginebra por Marie-Magdeleine Brumagne —esposa de Buache—, amiga de Violeta y realizadora del documental sobre la artista: “Violeta Parra, bordadora chilena”.

“Es de una generosidad enorme. Es un regalo a Chile, que es lo que hicimos también con la obra de Violeta; la donamos al Estado”, explica Isabel. “Yo volví del exilio casi en los 90 y he estado trabajando porque sentía que era necesario un museo de Violeta. Esperamos 20 años por este museo, ojalá no esperemos lo mismo por el del tío Nicanor”.

—Son 14 o 17 las obras de Violeta que estaban en las casas de Nicanor Parra de La Reina y Las Cruces, que reclama, ¿qué ha pasado con esto?

—Van en buen camino. Eso te puedo decir. Eso es para otra entrevista.

“He salido con el

corazón dolido de ahí”

A raíz de una vida dedicada a la música popular: cantando con su madre desde los siete años, siendo solista de una veintena de discos —“Cantando por amor” (1962), “Ni toda la tierra entera” (2003)— y a dúo con su hermano Ángel Parra; es una de las candidatas al Premio Nacional de Artes Musicales 2018. Reconocimiento que abrió las postulaciones el viernes para ser entregado a fines de octubre.

Días antes de cantar nuevamente con Inti-Illimani este viernes en el Paseo Bulnes, y conmemorar los 30 años del triunfo del No; Isabel celebra el Premio Nacional de Historia que recibió Sol Serrano y también el de Literatura a Diamela Eltit. “Acá se piensa más en otros que en otras. Acepté este dolor de cabeza de prestarme a esta postulación para que esto cambie. Recogiendo las palabras de Diamela, es una humillación para las mujeres. Imagina cómo se trató de mal a la Gabriela, cómo se dejó sola a Violeta. Chile es un país de machos, y este premio de seguro lo crearon hombres. Además, con excepciones maravillosas como Margot Loyola o Vicente Bianchi, se ha dejado de lado la música popular en el Premio, la que se mira en menos. La Violeta nunca se hubiese ganado el Premio Nacional”.

—¿Hubiese postulado?

—Yo creo que no, los hubiese mandado lejos. No estaba en su ADN estar detrás de premios. Nadie trabaja para ser premiada, uno hace su pega no más. Yo tomé este rol de gestora porque alguien tenía que hacerlo, me encanta la obra de Violeta, la admiro increíblemente, pero si no fuese su hija, no hubiese movido un dedo. Es mucho trabajo ir contra la corriente. El mundo funciona de otra manera, no funciona para hacer centros culturales. Vengo trabajando desde los siete años. Si me gano el Premio, primero haría dos fiestas, una modesta y una apoteósica jajaja, y me tomaría un año sabático. Necesito urgentemente descansar. Debe ser herencia de mi mamá, trabajadora infatigable. “Ya van a ver, ustedes van a ver lo que va a pasar”, nos decía cuando con mi hermano queríamos que descansara.

—¿Su cansancio tiene que ver con el levantamiento del museo?

—Todo fue complejo, lo primero fue el dónde. Quisimos hacerlo en Carmen 340, donde existía la Peña de Los Parras; nuestra casa desde 1965 hasta el Golpe. Allí cantaron Violeta y Víctor Jara. Cuando volví del exilio en 1987 mi proyecto fue instalarnos en esa casa con mi hermano Ángel y hacer el centro cultural. Pero él tenía otros intereses con su parte de la casa y decidimos vendérsela al PC que pretendía hacer la fundación y biblioteca Gladys Marín. Quedamos tranquilos porque la iban a proteger, pero no fue así. Se la vendieron a los curas de la Universidad Silva Henríquez. Y ahí está como oficina de extensión. Con unos letreros chiquititos que hice yo colgando: “Peña de los Parra”.

—¿La ha visitado?

—He salido con el corazón, que ya lo tengo partido en dos por una operación, dolido de ahí. Cuando les pregunté a los encargados por qué vendieron esa casa sin decirnos, me dijeron: “Es que estábamos muy encerrados por los edificios”. Es impresionante lo que pasa en Chile. Pensamos que el partido iba a cuidar la casa para la historia de Chile, pero nos equivocamos. Los curas nos podrían regalar la casa para hacer cultura.

—¿Por qué la derecha y la Cultura parecen tan disonantes?

—Antes de la UP no existía la división tremenda entre artistas de derecha y de izquierda. Éramos amigos de Los Cuatro Cuartos, del “Chino” Urquidi, gente que apareció después con la derecha. Antes del Golpe había una convivencia, nos guste o no, no nos veíamos como enemigos. Con el Golpe Militar se radicalizó. Mataron a Víctor Jara, tomaron preso a Ángel. Los milicos llegaron a la peña buscando armas porque éramos todos terroristas. A la del Nano, no. Él era mi primo, tenía una peña en San Isidro y era de derecha. El tío Nicanor decía que era la peña de la DINA. Hay Parras y Parras.

Una arpillera, un papel maché y un óleo (en la foto) fueron donados desde Ginebra.

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