Se podría decir que es el mejor escritor chileno que nadie conoce. Talentoso, ocurrente, con un sentido del humor que lo ha acompañado hasta la vejez, Jorge Guzmán (87) se ha movido entre la literatura y la academia en una carrera que tiene ya 60 años de trayectoria. Doctor en Español y Lenguas Románicas de la Universidad de Iowa, se ha casado cuatro veces y vive hoy con su mujer actual en el balneario de Santo Domingo. Es miembro del directorio de Lom Ediciones, lo que lo obliga a leer manuscritos y recomendar o descartar su publicación.

Tuvo una juventud movida. A los veinte años congeló sus estudios de Literatura en la Universidad de Chile y se fue a Bolivia, donde tuvo una fábrica de muebles. “Quería hacer un poco de aventura, no tenía un peso, y lo más lejos que pude llegar fue Cochabamba”, sonríe. Un boliviano casado con chilena fue su mecenas. “Tenía una fábrica medio paralizada, y me dijo que si yo le hacía andar algo le hacía un favor”, recuerda. Ahí estuvo dos años y hasta ganó un poco de plata. Pero hizo un viaje a Chile, aquí se enamoró, decidió quedarse y volvió a estudiar.

Su carrera literaria empezó a los 26 años con “El capanga”, un cuento que se nutre de alguna manera de sus años en Bolivia y que recuerda a Horacio Quiroga, Juan Rulfo, García Márquez y Borges, si es que esa mezcla es posible. Para algunos es el mejor cuento chileno que se ha escrito. Cuenta la historia de un hombre que es amarrado a una cruz de madera y lanzado al amazónico río Mamoré. El cuento narra lo que piensa y siente el protagonista crucificado boca arriba a merced de la corriente y termina sin que el lector sepa si el hombre morirá en el río —destino casi seguro— o si logrará salvarse.

Hijo único criado por su madre —el padre murió cuando él era muy chico—, Guzmán ha incursionado literariamente en temas muy actuales, como el protagonismo creciente de la mujer, la enraizada aspiración de los latinoamericanos por ser blancos y el menosprecio a los pueblos indígenas.

Su libro más reciente, “Cuerpos”, es una colección de cuentos eróticos publicada en 2014.

—Diamela Eltit ganó el Premio Nacional de Literatura, qué le parece.

—Me alegro mucho por ella. Se lo merece.

—¿Algo más?

—No sé qué más podría ser.

—Usted era también candidato y lo ha sido en varias oportunidades. ¿No le gustaría habérselo ganado usted? ¿No le da un poquitito de…?

—No, no me da nada. Ni me quita ni me pone. Claro que me gustaría habérmelo ganado; pero no, la Diamela es importante.

—En términos de carrera literaria mi impresión es que usted ha sido un personaje más bien tránsfuga, ha producido en forma esporádica. Sus obras son interesantes pero pasaron 26 años entre su primera y su segunda novela…

—Mire yo escribí mi primera novela, Job-Boj, que salió el año 67 con Seix Barral. Y luego escribí una segunda novela que afortunadamente nunca se publicó.

—¿Por qué afortunadamente?

—Porque era re mala. Un amigo me dijo que era como estar mirando por el ojo de la llave en las intimidades de la gente.

—Eso suena entretenido, no malo…

—No, no era buena

—Y qué pasó con ella.

—Está guardada. En un cajón.

Blancos, indios y mestizos

Guzmán guarda buenos recuerdos de sus ya lejanos años como profesor del Departamento de Estudios Humanísticos de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, donde enseñaban entre otros Nicanor Parra y Enrique Lihn. “Varios éramos izquierdistas y yo también”, recuerda, “y cuando llegó el golpe...”

—¿Parra era derechista?

—Parra era izquierdoderechista —bromea— No, Parra era izquierdista, pero escribió un poema contra la UP que le costó caro.

—¿Y qué pasó cuando llegó el golpe?

—Que en el Departamento los colegas derechistas nos cobijaron cuidadosamente a todos los izquierdistas.

—Volviendo a la literatura, usted escribió finalmente una segunda novela, Ay mama Inés, donde le dio protagonismo a Inés de Suárez por encima de Pedro de Valdivia.

—Yo quería escribir sobre Valdivia, Portales y Balmaceda y terminé escribiendo sobre la Inés.

—¿Y por qué pasó eso?

—Porque los libros hacen lo que quieren, no lo que quiere el autor. El autor es una especie de mano que escribe no más.

—Fue uno de los primeros en rescatar el protagonismo histórico de una mujer..

—Las personas más importantes de mi vida han sido mujeres. Y las mujeres siempre han dominado en la familia, y a través de ella, en la sociedad. Las mujeres deciden a qué colegio van los niños, dónde se vive, qué se come, con quién se hace vida social, en qué cama se duerme… y dejan a los hombres discutir y analizar cuál va a ser el destino de la humanidad.

—Otro tema presente en su obra es el mestizaje, tanto en ensayos como en cuentos y novelas.

—Aquí en Chile las personas de sangre puramente alemanas son igual de mestizas que tu y yo.

—Cómo así.

—Es que la mesticidad es cultural, no de sangre. Pero a mí no me gusta mucho la palabra mesticidad, aunque la uso. Prefiero blanco / no blanco.

—¿Por qué?

—Porque mestizo se refiere a la mezcla de dos razas, mientras que blanco / no blanco habla de los valores culturales, de dinero, clase social, los de arriba y los de abajo.

—¿Puede dar un ejemplo?

—Cuando los Borbones se hicieron cargo de la colonia que era Chile inventaron un negocio que era vender blancura.

—¿Vender blancura?

—Un señor que se había hecho rico pero que tenía sangre india, podía pedir que lo reconocieran como blanco. Entonces el rey mandaba un edicto que decía “que se tenga por blanco” y eso le daba derecho a varias atribuciones de los blancos, como portar armas. Seguía tan indio como antes pero era “tenido por blanco”.

—¿Entonces lo blanco no tiene que ver con color de piel?

—Hay una novela de Carlos Fuentes en que hay un personaje ciento por ciento indio que es inmensamente rico y se arruina. Y van a comer con un amigo y hay un incidente con un mozo y el ex rico dice “Mira, yo ayer era un hombre respetable y ahora soy un indio gordo”. Pasó de blanco a no blanco por perder la plata.

Lo importante de eso en la sociedad chilena y en otras sociedades latinoamericanas es el arribismo, que se menosprecie lo indígena, lo moreno…

—Lo pobre, lo inculto, todo eso es lo no blanco.

—Ahora yo no sé si eso pasa en todo el mundo…

—No. En Estados Unidos el negro rico no deja de ser negro, es un negro rico no más.

—Y un negro chileno con plata ¿sería blanco?

—Claro que es blanco. Sumamente blanco.

—En Chile ha habido un cambio en este sentido, se habla de pueblos originarios. Y se dice que los no blancos valen tanto como los blancos.

—Claro, pero se les trata como a indios.

—Está bien, pero ha habido cambios positivos, ¿o no? La perspectiva con que se ve a la mujer ha cambiado. Las minorías sexuales también se ven de otra manera. La sociedad chilena se parece más a las sociedades desarrolladas.

—No es que se parezca más. Es que copió. La preocupación por la igualdad sexual es una preocupación gringa. No es chilena.

—Pero, ¿está mal que lo copiemos?

—No, no. En absoluto. Si a un hombre le gustan los hombres, pues que le gusten, es cosa de él. Y también es bueno que no se pueda hablar mal de los pueblos originarios. Pero no hay un cambio cultural profundo. Aunque sí ha sido notable. Que haya un Presidente indio en Bolivia no es poca cosa.

—Ya que estamos en Bolivia, ¿qué le parece el fallo del tribunal de La Haya?

—Chile debe estar abierto al diálogo, siempre que no implique cesión de territorio. Lo que se suele olvidar es que esto es entre tres países: Perú, Bolivia y Chile. La única cosa buena que hizo Pinochet a mi juicio fue ofrecer a Bolivia esa franja pegada al Perú. Lima no quiso. Y como el tratado de 1904 dice que lo que no quiere Perú no se puede hacer…

—Usted dijo una vez en una de sus clases que “la chispa del roto chileno es un CI de 87”.

—¿Dije eso?

—Sí.

—No me atrevería a repetirlo hoy.

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