“¿Es aceptable asociar la prohibición del nombre de Jaime Guzmán con apellidos de verdad innombrables como Pinochet, Contreras o Krassnoff? ¡No!”.

Alfredo Joignant

Un nuevo episodio contencioso de memoria tuvo lugar hace dos días: la Cámara de Diputados rechazó por una amplia mayoría un proyecto de ley que buscaba erradicar y borrar del espacio público cualquier alusión, mediante nombres de calles o plazoletas, a Jaime Guzmán.

Un proyecto feroz: borrar “por decreto”, en este caso por ley, la referencia pública a una figura polémica no sólo es chocante, sino que es estúpido (a tal punto que el diputado socialista Fidel Espinoza votó —con razón— en contra, y varios de sus colegas de partido se abstuvieron, lo que muestra una altura moral de esta izquierda razonable).

No tengo dudas de que Jaime Guzmán fue un productor de ideas abyectas, lo que hace de él una figura reprochable. No sólo porque sus ideas permearon la Constitución de 1980 en el clímax del delirio fundacional (recordemos el artículo 24 transitorio y el infame artículo 8 de su articulado permanente, que prohibía la existencia de partidos que se inspiraban en doctrinas que reivindicaban la lucha de clases), sino porque el líder del gremialismo adhería por razones “prudenciales y prácticas” al sufragio universal. Aun más: en sus “Escritos personales”, Guzmán reconocía que el fundamento prudencial de la democracia permite perfectamente optar, en determinadas circunstancias, por la dictadura, en un verdadero oxímoron: “Porque entre la anarquía y la dictadura, desde tiempos inmemoriales los pueblos han optado siempre por la dictadura” (p.113).

Todas estas disquisiciones son pueriles: redactadas en formato de apariencia culta y rococó, ignoran todo acerca de las lógicas sociales y políticas que rigen el funcionamiento de este extraordinario invento que conocemos como sufragio universal (cuya energía legitimadora, irónicamente, se está debilitando). Es cierto: Guzmán murió poco antes de que irrumpiera la literatura de sociohistoria del sufragio universal y la historia conceptual de lo político de Rosanvallon. Pero cada uno es hijo de su tiempo y termina prisionero de sus palabras: Guzmán fue un demócrata limitado, sin pasiones democráticas, aunque electo como senador mediante el sufragio universal del que no estaba convencido.

¿Son estas aberraciones ideológicas motivos suficientes para erradicar del espacio público el nombre de Jaime Guzmán? La respuesta es no. ¿Es aceptable asociar la prohibición de su nombre con apellidos de verdad innombrables como Pinochet, Contreras o Krassnoff? ¡No! Amalgamar a uno con otros es incursionar en el relativismo del horror. Las ideas de Guzmán me repugnan, y me cuesta entender que puedan provocar admiración. Pero estas ideas, pueriles, son ideas que, pudiendo haber inspirado diseños institucionales y prácticas de dominación, no son sinónimos de los horrores de Pinochet, es decir de una dictadura que Guzmán nunca pudo nombrar como tal.

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Ignacio Madero Cabib, Ph.D.

COES-FACSO

Núcleo Milenio para el Estudio de la Vulnerabilidad (MLIV)

Envejecer en Chile

Chile ha experimentado un envejecimiento paulatino: la población mayor a 65 años ha crecido 5% en los últimos 28 años (6% en 1990, 11% en 2018). Este proceso tendrá un punto de inflexión en los siguientes 12 años. Según estimaciones de la Cepal, en 2030 las personas mayores (PM) en Chile serán más que los jóvenes menores de 14. Por ello, es fundamental comprender el contexto de las PM en el país.

Respecto al mercado laboral, la proporción de PM activas es de 24%, mientras que el promedio OCDE es sólo del 14%. El informe final de la Comisión Bravo indicó que los trabajadores de 65 o más años reciben un salario en promedio equivalente al 67% de lo que recibe el resto de la fuerza laboral, mientras que en los países OCDE es el 86%. Aquí hay un primer desafío: aunque existen algunas iniciativas locales, Chile no cuenta con un subsidio u otra política pública de empleo orientada específicamente a PM, como ocurre con jóvenes.

La transición a la jubilación también presenta retos: en Chile, la edad efectiva de jubilación es de 67,2 años (mujeres) y 71 años (hombres). Considerando que la expectativa de vida es 86,6 años (mujeres) y 84,6 (hombres), la jubilación dura en promedio 19,4 y 13,6 años, respectivamente. Las bajas pensiones son un problema ampliamente conocido: el estudio “Desiguales” de PNUD Chile señala que, sin considerar el aporte previsional solidario, el 72,5% de los jubilados reciben una pensión “bajo el mínimo” (inferior al 70% del salario mínimo).

La discapacidad, la dependencia y las labores de cuidado son algunas de las prioridades de la salud en PM. El 38% de PM reporta algún tipo de discapacidad en grado parcial o severo; 51% reporta ser además dependiente, y 62,8% tiene una condición de salud permanente y/o de larga duración (Estudio Nacional de la Discapacidad). El cuidado de PM es frecuentemente desarrollado por familiares (muchas veces mujeres), que enfrentan riesgos psicológicos y físicos.

El envejecimiento acelerado presentará enormes y nuevos desafíos en términos laborales, financieros, culturales y de salud. Es clave que las carencias del contexto actual se aborden adecuadamente. De otro modo, el cambio de la pirámide demográfica conducirá inevitablemente a mayores desigualdades. Para esto, será de enorme utilidad observar la manera en que otros países similares al nuestro han enfrentado estos desafíos.

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“Los grandes autores deben ser leídos de atrás hacia adelante. Las últimas obras son los reequilibrios de la carga”.

Fernando Balcells

Diamela Eltit merece ser leída, incluso por aquellos que no soportan su intensidad por más de dos páginas. A ellos les recomiendo dejarse llevar por las imágenes de una poética que abre bajo nuestros pies el mundo en el que estamos parados. Ella es esencial para entrar en la mente y en las historias de los que no tienen lugar; tránsfugas y otras figuras del lumpen chileno. En su último libro, “Sumar”, los hace vivir como nonatos, emergentes impedidos de emerger, tumores en la mente de los perseguidos, maltratados perpetuos, errantes y vagos liberados por la desesperanza. La de Diamela Eltit es una escritura negra sin ficción; es la deriva del ojo por la propia oscuridad de los cuerpos

Los grandes autores deben ser leídos de atrás hacia adelante. Las últimas obras son los reequilibrios de la carga; el oficio de un saber que se empalma con los programas del inicio y los recomienza en una lucha parecida a la del herrero. La obra se hace flexible, se dobla y toma formas inverosímiles sin romperse. Aun en el arrepentimiento más errático, es mejor leer de atrás hacia adelante. La huella originaria permanece, pero la escritora se ha dejado llevar por un placer de escribir que en los comienzos está contenido. Sugiero desprenderse de la estructura tradicional y leer a Diamela Eltit desde su último libro, “Sumar”, remontando hasta llegar a “Lumpérica”.

Este último es el ejercicio de la novela desplegada en su mínimo de relato y su máximo de imaginario. En la plaza, L. Iluminada, «la luz eléctrica la maquilla fraccionando sus ángulos… Sus labios entreabiertos y sus piernas extendidas sobre el pasto —cruzándose y abriéndose— rítmicas en el contraluz… La burlan, la usan, la desquician… Ya qué más quieren si todo lumperío refulge».

Leer no es informarse sino asistir —con la presencia de un fantasma—, desde adentro, a lo que sopla sus vidas, a un encuentro de esos seres que llamamos impropiamente marginales a falta de asumir su cercanía.

L. Iluminada, ni alumbrada por un farol callejero ni contraída por una visión mística, sino fuente ella misma de la luz intermitente que nos come los ojos. Pequeños arañazos que rasgan nuestra mirada sobre el cuerpo de personajes y lugares chilenos que no conoceremos jamás si no pasamos por esta lectura. «Soñaba que era un ojo corroído por una tristeza excesiva». “Lumpérica” se ha escrito veinte veces desde entonces.

«Paciencia es la palabra más común, la más alegre que conocemos». Eso dice Aurora Rojas en “Sumar”, su teatro de intensidades más reciente. Toda la obra de Eltit presenta un mundo que apenas se asoma para ser de inmediato reprimido o ignorado. Los ambulantes, los personajes de este libro, hablan desde una escritura ambulatoria, una marcha infinita que jamás llegará a término porque negaría, en el éxito, «esa fuerza imbatible de lo minúsculo».

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