La primavera, como si fuese un destino, ya espera en todas las rutas de la Zona Central. No es un lugar al que se llegue tras muchos kilómetros, pues florece en todas partes.

Es que de inmediato, un mínimo color, una forma, provocan asombro y misterio ante la vida que se renueva. La primavera regocija al viajero interpelándolo en lo más humano que tiene: su cuerpo y una sensibilidad que esta vez lo trasciende. Por eso, el colorido escenario natural le desata los deseos de caminar, y lo hará hacia las flores que orillan el camino.

No hay que ser botánico para detenerse en la Cuesta de las Chilcas a mirar el enigmático chagual de flores azul turquesa que se alza para el democrático y profuso goce público. Emblema del pequeño pueblo Enrique Meiggs, su cercanía amistosa al camino y su puntualidad en florecer promueven un sentimiento de pertenencia, la sensación de que somos parte de una comunidad. Entonces, el acto de ir hacia él se transforma en algo familiar. Eso se celebra con un pícnic o elevando volantines sobre los bollenes.

Por los caminos de la costa

Húmedos y “ventoleros” son los senderos que corren paralelos al mar y al cordón vegetal que por allí crece. Entre Los Molles y Pichidangui, por ejemplo, hay bellas especies, algunas raras y escasas, como la puya violácea, el lúcumo silvestre, el cactus chilenito. En la Quebrada del Tigre —entre Zapallar y Cachagua— un premio es ver bellotos centenarios y olivilllos viejos enredados con voquis y cóguil.

Los lugares rocosos con tierra vegetal son fértiles y atractivos. Ya han florecido gran variedad de oxalis: amarillos, rosados, azulinos, son algunos de estos vinagrillos. También la doquilla, varias cactáceas, y para maravillarse están los chaguales de flores amarillas. No hay que evitar una cuidadosa subida a los dunales o caminar por las planicies costeras (Longotoma, Los Coyles...) con muchos arbustos pequeños de huingán, romerillo, chochos y, por supuesto los primeros huilles, maripositas (Schizanthus) y amancay...

Hay varias rutas costeras. Desde Algarrobo, el sendero de Mirasol a El Yeco; la Quebrada de Las Palmas o la del Estero de San Gerónimo. En éste se podrán ver dos especies de árboles no muy comunes: el naranjillo y el corcolén.

Colinas costinas

Son centenares las laderas altas que miran hacia el mar recibiendo sus brisas. Aquí, el aroma de la salvia blanca ya se deja oler. Desde el camino se ven los densos amarillos de la manzanilla cimarrona y la maravilla del campo. Si se busca entre los peñascos se encontrará alguna orquídea, capachitos (calceolarias), gorritos de enano (tropaeolum)…

Por las quebradas, peumos y arrayanes. En los cerros altos fáciles de visitar, como el Roble (desde Tiltil), el Chacha (desde El Melón o Nogales), La Campana o el Caqui, que sobrepasan los dos mil metros, en laderas que no miran hacia el mar se desarrollan bosquecitos muy interesantes de peumos, lingues, robles, litres.

En las colinas asoleadas, sobre el tapiz herbáceo que trajo el invierno, han florecido las gramíneas, los huillis, azulinos, alstroemerias.

Son clásicas las rutas entre Cabildo y Las Palmas; Alicahue y Chincolco. Espectaculares son los senderos que ofrece el Parque Nacional La Campana, sea desde Ocoa o desde Olmué.

Entre ambas cordilleras

En el valle central hay menos vegetación silvestre pues aquí se desarrolló el poblamiento humano y su agricultura. Sin embargo, como también hay primavera, una antigua jardinería de curiosas especies florece y estalla en cada pueblo, en casi todas sus embanderadas y humildes casas.

Los caminos de Petorca y La Ligua deparan bellas sorpresas. En los secos lechos de sus ríos se divisan conjuntos de sauce llorón, sauce chileno, maitenes… En las quebradas florea el fragante barraco y alguna patagua. También herbáceas como la cola de zorro, el nomeolvides del campo, mentas y yerbabuena.

Las plantas de orillas del camino resisten y en primavera son hasta heroicas: hinojos, achicorias de flor azul, belén-belén, cardo de Castilla. La especie más querida, por cercana, seguirá siendo la Eschscholzia californica, el popular dedal de oro. Desde ella, los niños podrán recibir la más básica, gráfica e inolvidable lección de botánica: sépalo, estigma, ovario, estilo, estambre y pétalos.

Subiendo la montaña

Nada cuesta llegar a la amable precordillera de San Felipe y la de Colina. En Santiago tenemos el Cajón del Arrayán, con sus quebradas como El Maqui y la Yerba Loca. También, con flora única —altoandina—, esperan Valle Nevado y El Morado.

Tras los 1.500 metros de altura aparecen, muy parcos, el colliguay de cordillera, el guayacán y muchas especies de clavel del campo. No hay que apurarse, pues aquí todavía hace frío y la primavera llega más tarde.

No hay caminos sin primavera. Las flores silvestres o cultivadas nos despiertan un instinto “inmemorial”. Hacia el sur, el norte o el litoral, cualquier ruta lleva a un hallazgo. El descubrimiento de una forma, un color, un aroma... “proporcionan” al viajero; es decir lo hacen consciente de su medida, de su estatura humana, regresándolo a una naturaleza que no debe perder nunca.

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