Yo tenía 18 años. Recuerdo haber visto el titular del diario La Segunda: “Murió Jorge Teillier”. Eran las 3 de la tarde en Independencia. Para mí fue un personaje clave”.

Comencé a armar un libro que iba al revés, pero que con un espejo se podía leer al derecho. Para mí fue entender un nuevo concepto de tipo de libro”.

Hace siete años que perdió el contacto con Chile y no parece lamentarlo. De paso en Santiago por el 18 de septiembre, radicado en Inglaterra donde trabaja como investigador para la Universidad de Cambridge, actualmente se gana la vida haciendo clases de geografía económica y realizando proyectos sobre el estudio del emprendimiento en la época victoriana. Nada raro para un personaje tan misterioso y elusivo como el poeta Piero Francesco Montebruno Bondi (1977).

Cuenta que tuvo que ocultar su pasado literario para postular a becas en las universidades más prestigiosas del mundo: “Estaba en camino hacia el doctorado. Era complicado enseñar mis obras porque hay cartas de recomendación de por medio y yo no quería aparecer como un poeta, sino que como un economista serio que respondía a los lineamientos académicos”.

Doctorado en London School of Economics, médico cirujano titulado en la Universidad de Chile, ex alumno de psicoanálisis y catequesis de Armando Uribe Arce, último amor de Stella Díaz Varín, admirador de la obra de autores como Ezra Pound, Rodrigo Lira y Juan Luis Martínez, cronista y corresponsal de The Clinic (cubrió el atentado contra las Torres Gemelas), traductor de la versión expurgada de La Tierra Baldía de T.S. Eliot, pero ante todo poeta y autor de libros inclasificables como “Escrito, “Dionysus/Ger” (Premio Mahfud Massís), “Wachit@” y “Canciones para una banda de rock”, Piero Montebruno es una referencia opaca de las letras chilenas.

Por estos días, en su faceta de artista, está exponiendo la muestra “Chulos chunchules chilenos” en la galería D21, cuyo guión original fue escrito cuando era un joven recién salido de la adolescencia. En 2003, con el dibujante Felipe Raveau, realizo una performance que consistió en registrar visualmente un castramiento simbólico hecho por la madre del poeta bajo la mirada de la Premio Nacional de Artes Visuales, la fotógrafa Paz Errázuriz. Proyecto perturbador, el trabajo de Montebruno interpela al espectador crudamente y pone en escena una colección inquietante, repleta de objetos biográficos, mostrando al autor desfigurándose y amarrado entre chunchules, ojos de bueyes, fetos y genitales masculinos conservados en formol.

Envalentonado con la inédita acción de arte y dado que su madre es doctora y anestesista, en un arresto de entusiasmo le pidió que lo emasculara. “Me pareció que lo más lógico era que ella hiciera la disección de la gónada masculina ya que es algo bastante simple”.

Muy leído y mateo, en ese tiempo, primera mitad de los 2000, frecuentaba al abogado, poeta y Premio Nacional de Literatura Armando Uribe Arce, quien se interesó en el proyecto poético. Pero le aconsejó desestimar la intervención quirúrgica. “Me dijo que solo un loco era capaz de castrarse. Como estaba interesado en el inconsciente y el psicoanálisis, creía que era importante sublimar el acto de forma artística. Ahí me di cuenta de que debía generar un acto simbólico, transformando la castración en un acto creativo”.

—¿Te sirvió cultivar una relación de amistad con Uribe siendo tan joven para publicar tu famosa traducción de “La Tierra Baldía”, de T.S. Eliot, “El Eliot de Otro(s) Poeta(s)”?

—Sí, por supuesto. Yo le pregunté a él si pensaba que sería interesante publicar la parte expurgada de “La Tierra Baldía”, porque se trataba de una traducción súper política. Yo puse el negativo de la traducción original, lo que quedó afuera, y saqué a la superficie lo que fue omitido, censurado, mutilado. En ese libro publiqué lo que Ezra Pound tarjó y sacó. Eran este tipo de cosas las que le interesaban a Uribe. En cualquier caso, más que una traducción, el texto es una performance, una acción de arte, como la mayoría de mis trabajos.

—¿Crees que ese libro prefigura tu trabajo posterior?

—Totalmente, todo lo que yo he hecho, o casi todo, tiene una visión violenta y visceral, pero sobre todo he intentando hacer cosas que no se hubieran hecho nunca antes.

—¿De dónde surge tu interés por la poesía?

—Yo creo que es algo que viene conmigo.

—¿Y cuál es tu relación actual con ella?

—Escribo todavía un poco, pero el grueso de mi obra lo hice entre el 98 y el 2004.

—¿Cómo entraste a la poesía?

—A mí me interesó fundamentalmente (Ezra) Pound porque es la persona que yo sigo literariamente. Sobre todo “Los cantos”. Te diría que esta exposición es un canto de Pound, un canto a la emasculación. Lo que a mí me interesaba con esta muestra era ver todas las perspectivas posibles de cómo mi madre me emasculaba.

—¿Y eso te lo enseñó ese autor estadounidense?

—No se si me lo enseñó, pero sí lo vi en la obra de Pound. En el colegio leía mucha poesía. Era muy mateo. La literatura me acompañó durante toda mi juventud. Lo leía todo y completo. Desde muy chico comencé a comprar libros y debo decir que era un tiempo donde no había internet. Y eso dificultaba mucho las cosas.

—¿Crees que hizo más complejo tu trabajo?

—Más bien lo puso en su justa medida dada la tecnología que había en ese entonces. Hoy día la barrera tecnológica se ha corrido y por eso cuando hablamos de libros no sabemos de qué estamos hablando porque la literatura como que se terminó.

—¿En qué sentido?

—Con la tecnología e internet, la literatura propiamente tal, o mejor dicho el libro como formato, ha perdido muchísimo interés. A nadie le interesa un libro. El libro ha quedado relegado, por eso creo que mi libro Wachit@, es importante, porque con ese texto mi poesía cambió formalmente.

La invención de la catóptrica

Wachit@ es un libro-objeto de colección, complejo, que reflexiona constantemente sobre cuál es la función moderna de la literatura. El volumen abre con un homenaje al fallecido periodista Guillermo Hidalgo, mediante una serie de mails cruzados, e intenta reconstruir la historia de Chile a través de los títulos de libros apilados que funcionan como poemas visuales, donde la capacidad de relatar algo de forma tradicional ha sido cancelada y cierra con una imagen de Piero Montebruno, fotografiado por Paz Errázuriz, remando en medio del Parque Forestal, inundado por un temporal.

—¿Wachit@ es una despedida de tu producción antigua?

—Exactamente. El libro es de 2011 y es lo que yo denomino poesía de prueba. Es un texto que trae un arroba en el título y mails en su interior. No era usual hacer algo así en Chile hace siete años.

—El 2016 Vicente Undurraga te incluyó en Eclipse Luminoso, un ensayo que escribió sobre la poesía chilena actual. Destacaba en especial tu poema: “Partir, partir, ebrios al amanecer”.

—Lo que pasa es que ésa es una poesía más tradicional y lírica. Para mí es quizá lo más lindo que he escrito. Pero en ese momento yo creo que más bien escribía por presión social de los poetas jóvenes. Recuerdo que los veía declamando y quise contraatacar con una apuesta más radical, doblando la apuesta. Esa era mi idea, una especie de conato, una pelea. A mí me interesaba tirar un discurso nuevo por encima. Escribía mucho y logré hacer esos poemas, pero yo no creo que la poesía debiera seguir ese camino tradicional.

—¿Qué ruta te interesa?

—Me interesa la dirección que propone Wachit@, porque creo que tiene una reverberancia mayor para el tiempo en el que estamos viviendo. O sea, estamos en el 2018 y la poesía lírica tradicional está muerta. Mi pérdida de contacto con Chile es total y por eso quise dejar constancia en ese libro.

—¿Y cuál fue tu salida para escapar de la poesía tradicional?

—Partió con la confección que hice de la catóptrica, un objeto que utilicé en esta exposición para leer algunos de los textos de la muestra.

—¿Cómo nació la catóptrica?

—El 96, cuando murió Jorge Teillier. Yo quería dedicarle un poema con un espejo. Comencé a armar un libro que iba al revés, pero que con un espejo se podía leer al derecho. Para mí fue entender un nuevo concepto de tipo de libro. Al final eso se transformó en algo transparente. En vez de espejo, catóptrica, un dispositivo que hace que el texto levite.

—Pero todo partió como un homenaje a Teillier.

—Yo tenía 18 años y no lo conocí, pero para mí fue un personaje clave. Recuerdo haber visto el titular del diario La Segunda: “Murió Jorge Teillier”. Eran las 3 de la tarde en Independencia y yo estaba entrando a la facultad de Medicina. Para mí fue un impacto enorme, como si se hubiera muerto un familiar cercano.

—¿Qué es lo que te gustaba de su poesía?

—Todo. O sea, si tu lees “Partir, partir, ebrios al amanecer” eso es un homenaje a Jorge Teillier. Yo podría seguir tranquilamente escribiendo así, porque ése es mi lirismo y me gusta que exista, pero mi búsqueda formal va hacia otro lado.

—¿Crees que tu obra actual es hermética para el lector común?

—Bueno, para eso están los textos antiguos. Yo quiero acercarme al lector. Me interesa que los lectores me vayan decodificando y que mi obra se vaya abriendo de a poco a distintos planos de lecturas.

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