Cuando presentamos a Lemebel al Premio Nacional, Diamela Eltit se bajó al saber que él tenía cáncer. Jamás olvidaré ese gesto.

Si viene un cliente y me pregunta por una novela que a mí no me gustó, le digo que no se la lleve”.

Nacido en San Rosendo, hijo de un vendedor y una dueña de casa, poeta jubilado (autor de tres libros: “La Manoseada”, “Poemas de Paco Bazán”, “Mandar al diablo al infierno”), alcohólico con la botella sellada, amigo íntimo de Pedro Lemebel hasta su muerte, agitador cultural de la escena ochentera, editor del sello Bajo el Volcán, donde Claudio Bertoni tradujo por primera vez a Charles Bukowski en Chile en los 90, solterón irredento, coleccionista de arte, tallerista de escritores jóvenes, pero ante todo lector a tiempo completo: Sergio Parra (1963) es la cara visible de la librería Metales Pesados y uno de los libreros más respetados del país.

Flaco, risueño, entusiasta y conversador, eternamente terneado con la misma vestimenta, trabajador y profesional, fanático de las películas sobre vaqueros y detectives, devoto de la obras de Louis-Ferdinand Céline, Sam Peckinpah y Bob Dylan, culto y popular, partidario de la cultura de la amistad (Fabián Casas le dedicó el libro “La voz extraña”), Parra es un tipo obsesivo con las rutinas y los hábitos.Se despierta todos los días a las 7 de la mañana, lee, toma desayuno y llega a las 9 de la mañana a barrer la librería, “para que nunca se me olvide de dónde vengo”.

Analógico y demodé, escribe a mano, plancha su ropa por las noches como terapia psicológica, ve religiosamente los noticiarios, y luego lee hasta bien entrada la madrugada. Utiliza celular solo para hacer llamadas telefónicas, no tiene mail personal y contesta correos electrónicos dictando a terceros, porque no se lleva bien con la tecnología.

Afirma que la forma más fácil de pillarlo es de lunes a domingo en su librería, ubicada en José Miguel de la Barra, a pocos metros del departamento donde vive solo. Ha planificado toda su vida con el propósito de tener tiempo para leer y por eso rutina es de un ascetismo funcional: “En mi casa hay dos tazas, dos platos, dos sillas y nada más. El resto son libros y arte”.

40 años y sin pega

Cuando abrió Metales Pesados, en 2003, “estaba por cumplir 40 años y sin pega”, pero como había trabajado en editoriales y librerías, ya conocía los trucos del oficio y se había desempeñado en todos los eslabones de la cadena del libro.

Cuenta que un día su amiga Paula Barría, preocupada por su eterno temor a la cesantía, le preguntó qué quería hacer y él respondió que quería abrir una librería.

Barría, economista y actual directora de Ediciones Metales Pesados, lo escuchó con paciencia, se ofreció como socia y lo alentó para que buscara un lugar para arrendar.

Parrita, como lo conocen los amigos, cuenta que “caminando por José Miguel de la Barra con Pedro Lemebel vimos que se arrendaba este local y anotamos el teléfono”.

Mientras aún fantaseaba con la idea, recibió el llamado de Paula Barría, para decirle que había firmado un contrato de arriendo.

Apurando un café recuerda que, “como yo era conocido en el mundo editorial, sabía que no me podía ir mal con la librería porque tenía muchos amigos: ¿Cómo podía ser que por lo menos la mitad de mis amigos no me comprara un libro?”.

Barajando títulos para bautizar el local en un bar de Bellavista y tras bajar dos botellas de Jack Daniels junto a un lote de camaradas, dio con el nombre cuando le preguntó al arquitecto cómo sería refaccionada la librería y este le dijo: “toda metálica”.

Ebrio de felicidad y alcohol llamó por teléfono a Barcelona a su compadre Yanko González, autor del poemario “Metales Pesados”, y consiguió el permiso para utilizarlo.

Parra dice que se demoró 25 días en poner en funcionamiento la librería que el próximo 22 de septiembre cumplirá 15 años de existencia.

—Esta librería lleva el nombre del texto de un poeta amigo tuyo y es conocida por ser un lugar de encuentro de escritores. ¿A qué se debe?

—Eso es una de las cosas más agradables de escuchar del trabajo que uno hace. Cuando vienen amigos de fuera de Chile de visita me dicen que se vienen directo a Metales Pesados. Todos los escritores pasan por acá.

—Dame un par de nombres.

—Ricardo Piglia, Enrique Fogwill, César Aira, Beatriz Sarlo, Fernando Vallejo, Julián Herbert, Rodrigo Rey Rosa, Horacio Castellanos Moya, Paul Auster, Tobias Wolff, Coetzee; la lista es larga.

—¿Y chilenos?

—Por ejemplo, Diego Zúñiga entró siendo un escolar a la librería por primera vez. Te diría que casi todos los narradores jóvenes vienen a Metales Pesados y somos amigos.

—¿Qué le otorga este local al sector de Bellas Artes?

—Es que es la librería del barrio. Siempre estamos aquí, de lunes a domingo, con un libro para recomendar. La atención es lo más importante y eso ha permitido que la librería tenga un público fiel y que sea querida. Pero sobre todo, creo que se mantiene con vida por la gente que la visita. Metales Pesados funciona porque los amigos la disfrutan.

—¿Te gusta recomendar libros?

—Es lo que más me gusta. Soy un vendedor. Me gusta conversar y vender libros.

—¿Y cuál es tu método de venta?

—Dos cosas fundamentales. La lectura de libros (leo todo lo que sale de narrativa y poesía chilena), y creo que soy un buen lector de la sociedad chilena. Siempre trato de buscar libros que de alguna forma hablen de lo que está pasando en el país.

—¿Qué libro es útil para entender el Chile de hoy?

—“Matadero Franklin”, de Simón Soto. Ese libro da con un punto que se había olvidado y creo que tiene que ver con la construcción social de Chile y con cierta educación sentimental masculina.

—¿Cuál sería esa?

—La formación masculina que aparece en la novela explica muy bien cómo hemos sido educados los chilenos del bajo pueblo. Hemos tenido una educación dura, del robo, la pillería, del salvarse día a día; todo eso está ahí. “Matadero Franklin” es la novela del año y es una radiografía de la construcción social chilena.

—¿Qué es lo que busca un lector en Metales Pesados?

—Los lectores siempre buscan encontrarse con un libro y el intermediario de ese encuentro es el librero. Muchas veces llegan personas a la librería a darse vueltas sin saber bien lo que están buscando, frustrados porque les han recomendado libros con los que no engancharon.

—¿Y cómo les recomiendas libros?

—Cuando alguien viene acá a preguntar por un libro, nosotros nunca nos acercamos a un cliente. Acá se saluda, pero nunca preguntamos qué anda buscando. Dejamos que la gente se pasee y luego nos acercamos ofreciendo ayuda. Después de un par de preguntas y un poco de conversación, surge la recomendación de un libro. Aparte, siempre recomendamos cosas que nos gustan, que nos han impactado como lectores.

—¿Qué libros te gustan a ti? Admiras mucho a Céline.

—Las novelas que me gustan tienen que estar atravesadas por la calle, el cuerpo, la política, la desesperación, la rabia, la envidia, el rencor; todo lo que compone al ser humano. “El viaje al fin de la noche”, de Céline, me cayó a los 19 años y me voló la cabeza. Ahí me encontré con un personaje que de alguna forma era yo: un junior trabajando en una tienda de confección, lavando baños, enamorado de una mujer, viviendo en una pieza miserable. Era yo en toda mi miseria y dignidad.

—¿Cuándo sugieres lecturas a tus clientes eres siempre honesto?

—Si viene un cliente y me pregunta por una novela que a mí no me gustó, le digo que no se la lleve. Yo jamás recomiendo un libro que no me haya gustado. Es demasiado el horror que me produce que ese tipo llegue a su casa y lea un libro pésimo. No podría cruzarme con él por la calle.

—Se dice que en Chile no se lee, pero Metales Pesados nunca está vacía.

—La gente joven lee. El cambio que hubo en la política cuando ingresaron tipos como Jackson y Boric afectó a los jóvenes, que vieron una posibilidad de participar en la vida civil a través de la lectura. Pienso que los nuevos líderes han dado ese tipo de señales.

—¿ Y qué opinas de los nuevos narradores chilenos?

—Hemos tenido la suerte de estar frente a una gran generación de autores jóvenes chilenos, tanto de mujeres como de hombres. Hoy en día, los escritores son rápidamente traducidos a otros idiomas y yo creo que eso hizo también que la narrativa chilena tuviera más lectores. Ahí se produce una conexión interesante. Alejandro Zambra, Diego Zúñiga, Paulina Flores, Lina Meruane, Nona Fernández, Camila Gutiérrez, son escritores muy buenos y les están hablando a los lectores sobre un país que ellos reconocen. Eso no ocurría antes, o sucedía menos.

—¿Quiénes fueron los últimos autores de la anterior generación en producir este fenómeno de pertenencia?

—Pedro Lemebel y Alberto Fuguet, que son los dos extremos. Lemebel le abrió las puertas a una gran diversidad de lectores y Fuguet fue muy influyente para muchos narradores actuales.

—¿Cuál es tu candidato al Premio Nacional de Literatura?

—Diamela Eltit. Cuando presentamos a Pedro Lemebel al Premio Nacional de Literatura, ella se bajó de la postulación cuando supo que Pedro estaba enfermo de cáncer. Jamás olvidaré ese gesto de grandeza y cuando este año comenzó a circular su nombre como candidata inmediatamente la apoyé.

—¿Por qué crees que se lo merece?

—Porque es una gran escritora, pero también porque ha sido una formadora de la literatura chilena contemporánea. Buena parte de la narrativa escrita por mujeres en Chile a partir de fines de los años 80 ha sido marcada por Diamela Eltit. Ella ha sido una gran influencia como narradora y ensayista. Es una persona que piensa la sociedad desde un punto de vista muy personal y crítico.

—¿Cuál es el balance de estos 15 años al frente de Metales Pesados?

—Lo principal es mi agradecimiento infinito a Paula Barría. Es la socia perfecta y sin ella, Metales Pesados no existiría. Recuerdo que una vez estábamos con Paula y entró un caballero que me preguntó si podía ingresar a la librería. Se sentó al fondo, miró los mesones emocionado, después se paró y nos dijo: mi hijo está haciendo un doctorado en Canadá y le gustaba mucho venir a esta librería. Siempre me hablaba de Metales Pesados, por eso vengo a recordarlo.

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