En un país con toque de queda, eran una alternativa que proponían los arquitectos como lugar de reunión”.

Liliana de Simone

Apareció otro terreno. Por eso dos caracoles. No es que se hayan propuesto inicialmente hacer uno doble”.

Mario Marchant

Afiche promocional

del Portal Lyon en 1978.

El cambio mayor del Ñuñoa Centro es la reja del banco.

Así lucía el Ñuñoa Centro a poco de ser inaugurado.

El centro comercial Dos Caracoles fue inaugurado en 1978. La apertura del edificio, ubicado prácticamente en la esquina de Nueva de Lyon con Providencia, marcó el boom de estas construcciones. Si hasta antes de su estreno eran dos, en los siguientes años hubo tal frenesí que en 1982 llegaron a ser 26,en Santiago y varias otras urbes. El último fue Los Pájaros, en Bucarest con Providencia, en la época de la crisis económica y de la inauguración del Parque Arauco, que ayudó a sepultar, aunque fuera por un tiempo, el espíritu caracol.

La historia pudo ser bien distinta, incluso desde el principio. Cuenta el arquitecto y profesor de las universidades de Chile y San Sebastián, Mario Marchant, quien ha investigado la tipología de los caracoles, que el primer edificio —que se llama Los Leones— pudo haber estado donde hoy se ubica la Galería España, en el centro capitalino. Allí funcionó hasta su cierre la tienda Gath & Chaves. Dice Marchant que fue el arquitecto boliviano Melvin Villarroel quien intentó convencer a los inversionistas de hacer ahí el primer caracol. Pero ante el rechazo inicial prosiguió con su obsesión y se fue a la esquina de Los Leones con Providencia. Este primer caracol, tan imbuido estaba del desnivel que hasta el piso de las tiendas seguía el declive.

El modelo tuvo éxito. Por eso el agente inmobiliario Osvaldo Fuenzalida, abogado entonces de casi 50 años que se había asociado con Villarroel en ese primer caracol (trajo la idea del neoyorquino Museo Guggenheim), buscó al arquitecto y diplomático Sergio Larraín García-Moreno para desarrollar nuevos proyectos. Larraín era no sólo un renombrado arquitecto, sino un coleccionista de piezas indígenas, tanto que en 1981 sería impulsor del Museo de Arte Precolombino. Marchant sostiene que Larraín no se involucró directamente en el diseño de Dos Caracoles, sino que “fue un gestor e inversionista. Los arquitectos clave fueron Jorge Swinburn con Ignacio Covarrubias”.

Aquí aparece otro hecho que cambió la historia. Dice Marchant que, al inicio, el proyecto sólo disponía de un predio, es decir, sería un caracol como Los Leones, de un espiral. “Después apareció otro terreno y por eso la operación de hacer dos caracoles, porque eran terrenos conectados. No es que se hayan propuesto inicialmente hacer uno doble, sino que se dio la circunstancia por el singular emplazamiento”. Otro detalle lo cuenta Liliana de Simone. En el libro «Metamall: Espacio Urbano y Consumo en la Ciudad» (2015), la académica UC estudió el auge caracol, fase previa a la explosión del Parque Arauco o de la cadena Plaza. “Swinburn sostenía que esta experiencia en torno a un espiral debía ser estética y por eso se preocupó de diseñar el mobiliario y las lámparas de Dos Caracoles. Aún están ahí”.

Dos Caracoles ofrecía 160 tiendas, cada una de poco más de 20 metros cuadrados. “Los locales eran adquiridos por pequeños inversionistas, muchos de ellos jubilados, porque desde la década de los 60 había una ley que otorgaba beneficios al retiro anticipado. En la época del post golpe militar no había grandes grupos económicos dispuestos a invertir en proyectos como los caracoles. Esto llevó a la figura de muchos copropietarios que funcionaban bajo el esquema de la ley de venta por pisos de esa época, que pagaban gastos comunes”, dice Marchant.

Un logo para cada uno

Larraín desarrolló otros cinco caracoles: Ñuñoa Centro (1979), Plaza de Armas (1979), Portal Lyon (1980), Bandera (1981) y Los Pájaros (1982). Todos ellos, dice Liliana de Simone, tenían un logo. “Hubo una innovación publicitaria. Tenían una estética promocionada en los diarios. En un país con toque de queda, estos espacios interiores eran una alternativa que proponían los arquitectos como lugar de reunión”, añade. A eso se suman entretelones que tiene Marchant: en el Portal Lyon, menciona el «pórtico» por Nueva de Lyon, donde hoy hay cafeterías. “Eso fue una negociación que hizo Larraín con la Dirección de Obras de Providencia para ganar superficie en los pisos superiores y hacer el caracol más rentable”.

Marchant destaca como expresión arquitectónica el Ñuñoa Centro, en Pedro de Valdivia con Irarrázaval. Fue construido por Larraín junto a Carlos Bolton, Luis Prieto y Armando Lorca, que también hicieron el de Bandera (además de la casa Yarur que hoy alberga al Museo de la Moda y la casa matriz del BCI). “Como está en una esquina y su envolvente retranqueada, permite que se exprese su volumen helicoide a la Guggenheim”. De Los Pájaros, en cambio, cuenta que como se terminó para cuando se dejaba sentir la crisis del 82, se publicitó con una gran pajarera interior. “El ruido y las fecas lo hacían invivible, así que la sacaron”, explica.

La crisis del 82 golpeó a los caracoles y terminó con su boom. “Una de las cosas que permitió que el retail y los malls sobrevivieran fue su flexibilidad: pueden abrir y cerrar pasillos y sectores, lo que les permite cambiar la oferta constantemente. La tragedia del caracol es que no puede cambiar internamente y quedó relegado a circuitos comerciales secundarios o terciarios, que son a la vez los que no entran en un mall”, dice De Simone. El caracol es un tipo arquitectónico singular chileno, dice Marchant, si bien con posterioridad aparece uno en Ecuador, otro en España y un intento fallido de “exportar” uno doble en Miami.

El 2 de septiembre «El Mercurio» publicó una necrológica de Osvaldo Fuenzalida, fallecido en agosto pasado, casi como una jugada del destino, a 40 años del efímero boom que impulsó. Cuando el dólar estaba a 33,05 pesos.

El Portal Lyon en la actualidad, con la terraza frente a la calle.

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