En 1992, a sus 15 años, Juan

Francisco Galli —hoy

subsecretario de Fuerzas

Armadas, cargo donde no hay precisamente espacios para

desordenarse— era un

apasionado hincha de Colo Colo; tanto, que hasta se colgaba

de las rejas cuando se trataba

de apoyar a su equipo.

Fue eso lo que le jugó una mala pasada: en medio de un partido se quedó enganchado de un dedo. Y pese a los esfuerzos médicos, terminó perdiendo una falange del meñique de la mano derecha. “¡Un desastre!, tuve que andar enyesado más de un mes con el dedo amputado metido en la guata”, recuerda. El tratamiento al que fue sometido tras el accidente fue doloroso e incómodo.

“Fue algo traumático, pero al final me sirvió mucho para tener el cuero duro... Y el haber perdido un dedo, lo único que me impide hacer ¡es la posición invertida!”, dice a carcajadas el abogado, como en varias ocasiones de esta entrevista.

Lo ocurrido no fue suficiente para alejarlo de su pasión. Y en su primer año, como estudiante de Derecho en la Universidad Católica, volvió a una cancha, pero no de jugador; nunca quiso ser futbolista. “No sé por qué, pero a alguien se le ocurrió decir que yo era árbitro y me pusieron en un clásico de la universidad: tercer año versus cuarto año, que eran rivales históricos. De pronto me vi: un novato, arbitrando el partido más importante, a quien acababan de agarrar a cachamales en el cerro Santa Lucía, a quien habían tirado a la piscina con la cabeza de chancho”, dice sobre su mechoneo.

Como se hizo famoso con la hazaña, pensó: por qué no ser árbitro de verdad. Así que decidió estudiar en horario vespertino en el Instituto Nacional del Fútbol (INAF) y de esta manera fue parte de la segunda generación que egresó como juez profesional. También tuvo que poner su rol de hincha en el congelador: “No podía ser colocolino, ni del chuncho, ni de la Católica, de ninguno”.

Galli comenzó su nuevo oficio en la ligas menores, hasta donde su mamá —la cirujana maxilofacial y profesora universitaria Adriana Basili— llegaba para acompañarlo. Todos la miraban, porque a diferencia de los padres de los jugadores, ella no exclamaba por nada: “En un partido sub 13, que tenía cero interés para la gente salvo para los familiares los jugadores, me gritaban cosas. De pronto se dieron cuenta de que había una señora que no gritaba ni por los goles de unos, ni por los de los otros, y en el entretiempo, una persona le preguntó a qué equipo iba a ver. Ella les respondió: ‘No, yo soy la mamá del árbitro' y todos terminaron riéndose”.

Al subsecretario le tocó incluso arbitrar a figuras de la selección dorada chilena, “a varios”, dice, como “Mark González, que estaba en la sub 13 de la Católica cuando yo arbitraba; a Arturo Vidal que estaba en Colo Colo; a Gary Medel. Incluso a Medel hasta lo eché un vez en una semifinal de Sub 17. Y eso casi me cuesta el ascenso”.

Galli se explaya: “Era un partido entre Católica y Palestino, Gary Medel jugaba por Católica y de repente quedó la embarrada, me llama mi asistente y me dice que el número 3 le pegó un codazo a otro. Entonces tomé la decisión: expulsé a Gary Medel. Fue todo un escándalo en la cancha de Quilín... pero ¡cómo iba a saber yo que después iba a ser el gran Gary!”.

Después de ocho años arbitrando, dejó su afición cuando se fue a estudiar a Londres. “Allá engordé 11 kilos, que todavía no bajo, y no volví a arbitrar nunca más”.

Algunos de sus compañeros en el INAF continuaron, como Roberto Tobar (categoría FIFA) y Carlos Rumiano (hoy en la Primera B).

“Bajaba dos kilos y medio por partido”

—El árbitro siempre recibe muchos improperios. ¿Eso le puso el cuero duro?

— Yo disfrutaba arbitrando, nunca sufrí. Además, cuando uno está dentro de la cancha está tan concentrado, que uno no escucha. Y a los jugadores uno los puede sancionar, dar tarjeta si pasa algo serio.

—¿En serio no escuchaba los insultos?

—Se siente un ruido ambiente, pero nunca pude identificar al que me garabateara. Al final, no pescas mucho lo que está pasando afuera de la cancha. Es una actividad súper exigente y yo ocupaba un monitor cardíaco y me medía: Uno corre en promedio unos 13,5 kilómetros por partido de 90 minutos, con un promedio de pulsaciones de 168 cuando lo normal son 70 pulsaciones. Es decir, pura exigencia cardíaca. Y bajaba entre 2 kilos y 2 kilos y medio por partido, por pura transpiración. Es ultra exigente, por el desgaste físico y por la concentración. Tienes que estar metido en la jugada, atento para pitar y cobrar.

El subsecretario remarca que “el arbitraje enseña a tomar decisiones muy rápidas que, para quienes están jugando, son muy importantes, como cobrar un penal, una falta o decidir quién es expulsado”.

—Después de aquello, los trolleos que usted puede vivir en redes sociales ni siquiera le deben importar.

—Es divertido, porque efectivamente aprendí que en la cosa pública a veces este juego es medio rudo y hay que acostumbrarse a no tomarse las ofensas con tanta importancia y a valorar más las alabanzas. Sobre todo en estos días en que las redes sociales han tomado una fuerza desconocida hasta ahora. Mi señora (Marina Jungue, con quien tiene dos hijas y un hijo) a veces me pregunta cómo aguanto esas cosas. Me pasó mucho en la campaña del Presidente Piñera, fui su administrador electoral y muchas veces llegaban críticas que uno sabe injustas, que sabes falsas, pero hay que tener cuero duro y no darles importancia.

—¿Se refiere al caso de los choripanes, cuando el Servicio Electoral hizo observaciones por los casi $4 millones que declaró en ese ítem?

—(Se ríe de nuevo) Es verdad. Pero es parte de la pega. El Presidente me dio el mandato como administrador electoral de que no hubiese ni $1 que se gastara en campaña que no fuera rendido en forma transparente. Y sí, gastamos en choripanes y rendimos choripanes. Eso es garantía de total transparencia.

—Pero, ¿usted tiene cuidado ahora sobre lo que escribe en Twitter?

—Lo tengo desde siempre. Quizás por estar en lo público desde hace tiempo, soy muy consciente de que lo que uno diga o escriba en el día de mañana puede ser mal interpretado o usado en tu contra. Trato de ser consciente de que lo que escribo es algo de lo cual no me voy a avergonzar el día de mañana.

—Eso fue lo que le falló al ex ministro de Cultura Mauricio Rojas.

—Es distinto. No todo el mundo piensa o tiene que pensar que llegará a ser funcionario público, ya sea porque no tiene vocación o simplemente porque no se proyectó así. Pero insisto, tampoco tenemos que pensar que las personas que se dedican a lo público son personas extraordinarias en lo moral o lo intelectual. Son y somos chilenos como cualquier otro, que se equivocan, que viven su vida, y que en su intimidad retan a sus niños y los castigan, y que cuando los niños lloran se desesperan igual que cualquiera en su casa. Por lo tanto, el nivel de exigencia debe ser razonable, no de héroes, ni de santos.

¿Dónde está Galli?

El abogado ingresó a Renovación Nacional el año 2011, cuando el actual ministro Cristián Monckeberg lo emplazó con un “¿hasta cuándo la independencia?”. Ya venía participando en el partido de Chile Vamos, en unas amenas tertulias políticas que se hacían en el clásico restaurante El Parrón, de Providencia. Y sus referentes políticos eran “el mismo Presidente Piñera y Andrés Allamand. Recuerdo que mi primer libro político fue uno de Allamand”.

Sin embargo, fue en el gobierno de Ricardo Lagos cuando comenzó a trabajar en el servicio público, recién egresado de la UC. Un pequeño aviso en el diario, que decía “ministerio del área económica busca abogado”, lo atrajo y él envió su currículo.

La cartera era Hacienda, entonces dirigida por Nicolás Eyzaguirre. Pero Galli no trabajó con él. “Después del primer año, lo hice directamente con Marcelo Tokman, quien era asesor directo del ministro. Tokman era muy bueno”, dice.

—¿Cómo fue esa experiencia?

—Siempre digo que mi corazón está en Hacienda, porque fue mi primer trabajo, muy formador, con profesionales de calidad y con vocación de lujo.

En 2006 y hasta el 2008 estudió un máster en Administración Pública en el London School of Economics and Political Science (MPA). Sobre esos años, cuenta: “Ahí yo era el distinto, el que hablaba mal el idioma, el migrante, el sudamericano, un gallo que para el europeo era medio desconocido. Pero allá son todos distintos. Uno se sube al metro y cada uno habla su idioma, se viste como quiere, hace lo que quiere; pero así y todo hay una convivencia muy rica”.

En Europa consolidó su gusto por las ciudades: “Soy un Santiago adicto, porque encuentro que el centro tiene sus cosas y lo eché de menos cuando no estuve trabajando en el centro. Es distinto trabajar en Apoquindo que hacerlo en el centro. Aquí hay de todo. Uno sale y hay vida. Hay espacios que son islas, como las plazas de bolsillo, o la oferta del Centro Cultural de La Moneda”.

A su regreso a Chile, volvió a trabajar con Tokman, entonces ministro de Energía. “Yo no militaba en ese tiempo todavía en RN, pero Marcelo sí sabía mis ideas políticas y siempre fue muy respetuoso”, recuerda.

Con él estuvo hasta marzo de 2010, cuando con la llegada del primer gobierno de Sebastián Piñera se fue a trabajar con Rodrigo Hinzpeter en el Ministerio del Interior.

Intentó dos veces ser concejal, sin éxito: primero por Lo Espejo (2012) y luego por Vitacura (2016). Todavía recuerdan en RN su video “dónde está Galli”, que emulaba al personaje Walli que andaba perdido en las caricaturas, donde hablaban desde Piñera, hasta su actual jefe Alberto Espina. Sobre esa experiencia, dice hoy que las campañas le sirvieron “para aprender a no generar expectativas demasiado altas, porque cuando se le pide a una persona que confíe en ti para mejorar su vida, tienes que responder a esa promesa”.

ALEJANDRO BALART

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