Bárbara Larenas no tenía ninguna cercanía con el cáncer. Ni un pariente ni un amigo enfermo. Su primer encuentro con un oncólogo fue para la investigación de “Amar a morir”, la próxima teleserie de TVN. No imaginaba que comenzarían a cruzarse ficción y realidad.

“¿Cómo preparas a tus hijos para quedar huérfanos?”, plantea la historia que protagoniza Felipe Braun, un viudo al que le descubren un agresivo cáncer.

La guionista de 40 años, fotógrafa de profesión, entró fascinada a este mundo. No alcanzaba a terminar con “Dime quién fue”, la anterior producción, cuando se embarcó en este proyecto. “Conocían mi mano. Me contaron la idea del cáncer del protagonista, pero querían una mirada luminosa y yo dije ¡vamos!”, cuenta en su acogedor living en Providencia, junto a la chimenea donde instaló el altar que mantiene un incienso encendido.

Es madre de tres hijos, Nicolás (20), Matilde (9) y Julieta (7). Llevaba tres semanas escribiendo la nueva teleserie cuando, el 6 de febrero pasado, la llamaron de la clínica para decirle que había salido mala su endoscopía.

Los síntomas comenzaron en septiembre de 2017, con problemas para tragar sólidos tipo pan o arroz. “Yo era buena para comer y pesaba 59 kilos”. De un momento a otro, no pudo tragar más. “La sensación era de tener un nudo en la garganta, de mucha pena. Yo lo asocié a mi estrés, a que estaba angustiada, pero pasaba el tiempo y el nudo no se iba. Trabajar me costaba mucho, pero como soy ruda, creía que me la podía. Llegué en octubre al doctor y me diagnosticaron una disfagia. No había hora para endoscopía y, además, me tenía que cambiar de casa”.

Pronto comenzó a tener problemas con los líquidos. Bajó muy rápido de peso. En busca de explicaciones, siente que su “primer error” fue dejar pasar el tiempo. Hizo crisis en diciembre, cuando ya pesaba 50 kilos. “Mi gente sabía para entonces que yo después de comer tenía que dormir siesta. Estaba tan intoxicada, que me quedaba dormida de pie. Me dormía frente al computador. A veces me pasaba el día durmiendo y trabajaba toda la noche, completamente intoxicada”.

Apenas tuvo los resultados en sus manos, ella googleó el tumor que le detectaron. “Cuando llegué al gastroenterólogo, él me decía que no era bueno, se daba muchas vueltas. ‘¿Es cáncer?', pregunté. ‘Sí', me dijo. Lloré. Muy poco”.

Estaba con su ex pareja. Relata: “Hice catarsis y me paré. Soy muy ejecutiva. Esto es un tumor, hay que operar y chao. Fui donde el cirujano y ahí me llevé el segundo golpe: no es operable. ¿Qué significa eso? ‘Que hay un tiempo'. El AUGE me dio solo terapias paliativas. Me dieron por muerta”.

“La mamá está luchando”

A Bárbara le hablaron de seis meses de vida al principio, cuando comenzó una admirable lucha en su propia historia. Recurrió a Carolina Goic, la senadora que superó un cáncer linfático, amiga de Samuel Guajardo, el padre de sus hijos. “Me tiene mucho cariño. Me mandó a ver a sus médicos y me dio mucha orientación”, cuenta la guionista.

Llegó a la Clínica Las Condes donde el cirujano Carlos García le explicó su caso. Su tumor está ubicado en la parte alta del estómago, en la unión con el esófago, había traspasado las paredes, pero no había alcanzado ningún otro órgano. Se operó el 14 de febrero con laparoscopía, le sacaron tres litros de líquido. “Cuando me abrieron se dieron cuenta de que estaba peor. Y me dicen que eran tres meses los que me quedaban”. Al día siguiente empezó con quimioterapia.

Ella decidió contarlo en el canal y recibió todo el apoyo. “Me preguntaron si quería seguir trabajando. ¡Por supuesto! ¿Quién mejor que yo para hablar de cáncer? Justamente, le podemos dar realismo. Con esa mirada luminosa que querían, porque yo no me voy a morir”.

Adaptaron la historia del protagonista para que su cáncer también sea gástrico, para que siguiera un tratamiento muy similar al de Bárbara.

“Soy valiente, soy fuerte, hoy mi foco es cambiar la percepción del tiempo. Cuando uno escucha ‘disfruta la vida', ‘vive el presente' (sonríe)... No saben lo que es eso. Esto que estoy viviendo yo es vivir el presente. Yo no hago planes para más allá de dos semanas”.

Con el oncólogo Luis Cereceda comenzó con quimios que duraban 50 horas cada una. Cada 15 días. “Tenía unos dolores espantosos. Me empecé a trabajar con medicina alternativa, flores de Bach, terapia psicológica, etc.”.

Su gran amiga Connie Achurra, quien se ha dedicado desde su tribuna televisiva a la alimentación saludable, se encargó de ayudarla con alimentación alcalina. “Y empecé a conectarme hacia arriba. Aprendí a meditar. Aprendí el autocuidado”. Recurrió a los monjes de Brasil también.

En la teleserie le proponen al protagonista hacer una lista de cosas que no ha hecho nunca. “Yo hice mi propia lista, de a poquito he ido cumpliéndola. Hay cosas que me dan risa porque ya no son prioridad. Desde subirme a un juego de Fantasilandia, hasta llamar a tal persona para decirle algo o abrir las puertas a la reconciliación”.

—La última quimio fue hace poco más de una semana. ¿Cómo ha sido el proceso?

—El momento más duro fue la primera quimioterapia, cuando les di la noticia a mis hijos. Mi hijo se bancó todo desde el primer momento, pero las chicas no. Me asesoré con un equipo psicológico de la clínica. Les dije que la mamá estaba enferma. La mayor es súper optimista, evade, pero la chica hace las consultas rudas. “¿La gente se muere de cáncer?”, me preguntó. Fue muy fuerte. “Sí. Hay gente que se muere; hay gente que no. La mamá está luchando para que no”. Y les mostré la manguerita de la quimio, que era por donde estaban atacando con bombas nucleares a este alien que se puso muy pesado. Lo entendieron perfecto.

“La caída del pelo

es tomar conciencia”

Junto a Samuel llevó a sus niñas a terapia y las vieron enfrentar con habilidad los primeros golpes de la enfermedad. “El ha sido fundamental”, acota Bárbara. Su familia también. Es su madre quien la acompaña y contiene a tiempo completo.

Después de seis quimioterapias se hizo el primer PET (el examen con el que miden la evolución), en mayo. “Ahí supe que el cáncer se había escapado. Agarró una vértebra lumbar. Hicimos cinco sesiones de radioterapia para atacar esa vértebra. Y decidí partir con inmunoterapia. Pero empecé a acumular líquido otra vez. Estaba retrocediendo. Me enfoqué en la meditación. Y volvimos a las quimios”.

—¿Estabas trabajando en la teleserie en ese entonces?

—Sí, todo el tiempo. En algún momento paré de escribir porque se me nublaba la vista, se me dormían las manos. Es un efecto secundario que se llama neuropatía, todavía me queda un poco. Cambié la piel completa de mis manos y mis pies. Si no iba a las reuniones era porque estaba hospitalizada. Y mandaba audios. “¡Anoten antes que se me olvide!”, decía yo, porque la quimio te borra. En uno de esos audios está registrado el día en que se me cayó el pelo, que fue heavy.

—Dicen que la caída del pelo es un golpe emocional determinante.

—La caída del pelo es tomar conciencia de que estás enferma, pero lo que realmente me importaba era el impacto que iba a tener en mis hijas. Yo tenía el pelo hasta acá (dice y muestra la altura de su codo), decidí empezar a cortármelo de a poco. Se me empezó a caer a mechones a lo largo de cinco días, pero en la caída final fue cuando mi hija menor me dice “no quiero que te mueras”. Horrible. Eran las 8 de la mañana y yo miré mi almohada y vi mi pelo ahí. Llamé al papá para que se la llevara urgente. Entré a la ducha y terminó de caer. Esa noche me pelé. Hice un video jugando con mi cabeza, para que ellas me vieran contenta. Estaba cansada sí. Era fome porque teníamos planes y yo hacía mi máximo esfuerzo y no podía. En nuestra familia los compromisos se cumplen y es fuerte decirles que no puedo verlas el fin de semana porque estoy en la clínica. “A la mamá hay que quererla como es no más”, dicen a veces. Me abrazan mucho. Hoy pasan más tiempo con el papá que conmigo, por razones obvias.

—El 30 de mayo tuviste un show a beneficio con Yerko Puchento, Titae Lindl y otros.

—Estaba hospitalizada y nadie sabía. Me había fracturado una vértebra porque el cáncer me estaba comiendo los huesos. Después de pedir muchos permisos, fui como Cenicienta: las horas que durara la morfina. Daniel (Alcaíno) fue el primero en decir yo estoy ahí. Estaba la banda de la teleserie, amigos actores, etc. El 12 de mayo había sido mi cumpleaños, y como eran 40 había que tirar la casa por la ventana. Llegué en silla de ruedas, a lo Kenita (risas). Me paré, subí al escenario y no me senté más. Hasta bailé. A las 2 de la mañana empecé a sentir los dolores y me despedí de todo el mundo, súper agradecida. El efecto iba desapareciendo camino a la clínica, donde estaban todas las enfermeras esperándome.

“Lidiar con la muerte te hace ver la vida de otra manera”

“Tengo un tema con la exposición y hoy ya no es importante, por eso quise hacer pública esta historia. Esto se sana con amor. Es una oportunidad para renacer”, advierte Bárbara.

Ese dinero recaudado se le acabó el 17 de agosto, con el último PET, por lo que ya preparan una “Barbaratón”, para octubre, en el Cine Arte Alameda. Será una maratón de stand up comedy, con Pedro Ruminot, Sergio Freire, Felipe Avello, León Murillo, Edo Caroe, Cristina Peña y Lillo, y tantos de esos amigos que le escriben a diario. “Si me desaparezco un par de días se preocupan, pero me tienen que entender que necesito procesar los resultados”, explica.

Bárbara publica “comunicados” vía Facebook, como el del 21 de agosto, tras el último PET. “En esta enfermedad manda lo malo y en mi caso, se volvió a escapar de las manos. Mi cáncer no respondió a la inmunoterapia, se resiste a las quimios y va en progresión... ¿Cuánto tiempo? No sé. Pero, ¿saben? No me pienso echar a morir. Logré controlar un tumor de estómago al que nadie le tenía fe. Lo mismo voy a hacer con mis huesos. Seré un ejemplo para ustedes y me mantendré en pie, digna hasta el último día de mi vida. No me rindo”, escribió.

La alternativa son terapias paliativas. “Cuando me entregaron el resultado, me acompañaba mi mamá, así es que estaba más preocupada de que ella me viera bien. Ha sido muy duro. Mientras me hablaban, veía pasar por mis ojos a mis hijos... Quería estar sola. Me vine a mi casa. Medité mucho y lloré mucho también”.

Bárbara dio esta entrevista justo antes de volver a hospitalizarse, tras una nueva fractura. “Estaré con mi alma en alto recibiendo buena energía”, redactó en Facebook. El viernes pasado recibió un implante de uréter para salvarle el riñón y dos horas más tarde le pusieron unos pernos en la espalda para descomprimirle los nervios. “Estoy a punta de morfina”, dijo, ya en recuperación. Hablando bajito para controlar los dolores. Confiada porque está en buenas manos y porque se siente amada. “Voy a salir de esto como sea”, asegura en tono categórico.

“¿Sabías que entregué el último capítulo el mismo día que me dieron el PET? Fue bien simbólico. Las últimas escenas las hice en mis últimas quimios. Escribí del protagonista recibiendo ciertas noticias que yo aún no había recibido. Quizás las mismas que yo querría recibir (sonríe), no puedo adelantar nada”, cuenta.

“Tengo claro que esta operación no es para sanar, sino para aliviar el dolor. Es para sanar mi mente”.

—¿Qué te asombra de esta nueva mujer que eres?

—Lidiar con la muerte te hace ver la vida de otra manera. Estoy por primera vez haciéndome cargo de mí misma. Tengo mucha fe en mí, tengo mucha fuerza. En algún momento pensé que la perdía, pero me recupero fácil. Me duele ver cómo a la gente le duele. He sentido miedo, porque yo era alguien que no le tenía miedo a nada. A NADA. Ahora tengo miedo a cómo van a seguir mis hijos (se quiebra y respira profundo)... Me ha costado visualizar mi sueño. Ha sido un aprendizaje increíble. El universo es perfecto, esto es una oportunidad para volver a nacer. Yo merezco ser feliz, eso es mi motor. Quiero vivir y con eso basta. Aunque tengo un pronóstico de mierda, da lo mismo, lo voy a lograr. Y cada segundo lo voy a disfrutar.

FOTOS: CLAUDIO CORTÉS

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