A unos cinco kilómetros de cercanía de Los Andes existe un antiguo e intrincado villorrio llamado Pocuro. A él se llega, al menos, por tres caminos nacidos desde Calle Larga. El más bello es La Pampilla, que desde un costado de la plaza comunal comienza a serpentear y en un “abrir y cerrar” de ojos se encuentra con la avenida Pedro Aguirre Cerda, la columna vertebral de Pocuro. Esta recibe al visitante con una especie de escenografía hecha de muros a la calle, asientos en los frontis de las casas, sobrecimientos y zócalos de piedra a la vista; todo, participando de un mundo construido en adobes, piedras y amabilidad.

Sin que nadie se lo indique, el viajero tiende a detenerse ante un magistral cruce de caminos que desde el borde del cerro La Cruz llevan a El Patagual, a Los Andes y a Pedreros. En esta bifurcación se alza muy pregnante el gran volumen de una casona roja, de frontis curvo y monumental entrada. Su zaguán lleva, además, a otra casa, de tipo colonial, que hay en su patio interior.

Alguna vez, esta vivienda (desde 1938) fue una Escuela Granja. Y la residencia patronal chilena, que está en su patio interior, fue la casa natal de quien sería Presidente de Chile, Pedro Aguirre Cerda.

Todo el conjunto, en 1979 fue declarado Monumento Histórico y hoy es sede de un activo Centro Cultural, un Museo Interactivo y —en dependencias contiguas— un Observatorio Astronómico abierto al público. Este aprovecha las 270 noches estrelladas y generosas que el lugar tiene durante el año.

Poblado de arrieros

Pocuro ya existía en tiempos prehispanos. También fue suelo de incas.

Allí, en la sierra de Mercachas, que está al este y cuyas cumbres nevadas son sus alturas más visibles, existe una fortaleza que sirvió de pukará a los “hijos del Sol”. Durante el periodo hispano, por el lugar pasaba el Camino Real de Cuyo. Este, venido desde las Provincias de El Plata (Argentina) con destino a Santiago, tenía por hitos varios cerritos-isla, dispersos y tan comunes en este valle de Santa Rosa.

Desde el cerro de La Virgen, en Los Andes, el sendero se desprendió hacia el sureste, en donde lo encontraron otras colinas, las de El Patagual y Pocuro. Camino de arrieros, con intenso tráfico, allí estuvieron las hospederías, los herreros, la venta de pasto y los carreteros. Todo, en “perfecto desorden” pues el lugar nunca tuvo una planta en damero. Hasta hoy, si se quiere recorrer Pocuro, ojalá que sea caminando sus calmos recovecos. En todo caso, si se lo compara con el imparable tráfico de Calle Larga, Pocuro es un remanso de quietud entre cerros y alfalfales.

Los caseríos que lo rodean se integran y se hacen parte del todo urbano. Las Tomillas, la Caldera Vieja, la Caldera Nueva, el Pedrero y el Estero son algunos de los “rincones” a su alrededor. Ido el Camino Real (en 1792, tras la fundación de Calle Larga), Pocuro quedó entregado a sí mismo. Alejado de las influencias que llegaban, siguió construyéndose con pircas de piedra, tapiales, casas con tabiques de quincha y muros de adobe. Hasta hoy, esa presencia le da una gran unidad visual al espacio circundante. Más que un trazado en el suelo, son estos materiales —barro y piedra— los que “amarran” y construyen la imagen pocurana.

Majestad épica del paisaje

Al frente del Centro Cultural Pedro Aguirre Cerda, escondida tras un cerco de espinos y orillando un parronal, se entrevé difusa una columna rematada por un busto que provoca intriga. Se trata de un homenaje a Domingo Faustino Sarmiento, el gran hombre público y educador argentino que aquí pasó años de exilio. En todo caso, su recuerdo está muy presente en la tradición local, ya que incluso Gabriela Mistral lo veneraba y desde tal sentimiento pensó que Pocuro “merece la peregrinación” de mucha gente. Lo mismo le sucedía a la Mistral con Pedro Aguirre Cerda, a quién conoció y visitó unas tres veces (1930), además de alabar “la majestad épica del paisaje” pocurano, aun cuando los textos de geografía se cuidaran poco de anunciar el lugar. Esta “aldeúcha” (así le llamó Gabriela) hoy sigue resonando.

Además de los nombrados, aquí también nació José Joaquín Aguirre, destacado médico y educador. Al fondo (o al final) de una hermosa calle flanqueada de pimientos y una casa colonial abalconada y con doble altura, está una más pequeña en la que —según cuenta una señora del lugar— el gran novelista Jorge Inostrosa escribió parte de “Adiós al Séptimo de Línea”.

Si el viajero compromete su visita desde la vista y la conversación, Pocuro se le aparecerá como una vívida enciclopedia rural. Es que aquí, de todo nace una gran lección. Su Centro Cultural, su Observatorio Astronómico, sus habitantes, arquitectura, sus historiadores, profesores, su templo de piedra a Nuestra Señora de Las Nieves (1945), sus uvas cabernet, franc y syrah, todo lleva a una esencial ilustración de lo chileno. Lección respetuosa que debe prolongar la vida de este lugar tan pedagógico, amable y verdadero.

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