CLAUDIO CORTES

Nacido con apellido musical de caja chayera, hijo de Wilson Cuturrufo y María Elena Contador, de ascendencia diaguita e integrante de una familia religiosa, tercero de cuatro hermanos músicos, hincha acérrimo de Coquimbo Unido (apostó 100 piscolas por el campeonato que perdieron en 2005 contra Unión Española), casado con la productora Magdalena Cousiño, padre de 3 hijos, autor de 11 discos, productor de festivales musicales, gallina de los huevos de oro para los clubes de jazz locales, solista de excepción e improvisador genial, Cristián Cuturrufo es el trompetista más famoso del país.

Alegre, pícaro, chucheta, bueno para la talla, gozador, amante de los asados y gran cocinero, a fines de 2016 se radicó en la Comunidad Ecológica de Peñalolén porque le gusta vivir “en una provincia dentro de la ciudad”.

A sus 46 años y en perpetuo estado de alerta creativa, el prolífico músico se prepara para grabar “Socos”, su álbum más personal.

Una copa y un piano

El “Cutu”, como es conocido entre sus amigos, dice que “Socos” estará compuesto por 6 temas: Socos, Cocktail, Asso-Kam, Cacharrito, Porcinology y Coquimmambo. El álbum será grabado por su banda estable compuesta por Eduardo Peña, Beto Durán, Carlos Cortés, y tendrá como invitados a Cristián Momo, J.C. Blues, Patricio Pianola y Edgardo Parraguez. “Es un disco setentero al máximo. El sonido es un Funky Cool, medio melancólico y contemplativo, con toques latinos y piano Rhodes, ideal para escucharlo tomando un Campari tónica al atardecer”.

—¿Qué es lo que te entusiasma tanto de este disco?

—Porque se trata de una edición limitada y vintage, un objeto de colección con una foto increíble de la playa Socos de Tongoy en su interior. Voy a mandar a imprimir mil copias en vinilo a Europa. Es una movida que me dio mi vecino Don Macha (Aldo Asenjo, de Chico Trujillo)”.

La grabación en cinta análoga se llevará a cabo en el estudio del mismo “Macha” y está presupuestada para el 2 de septiembre. “Elegiré la toma que más me guste, igual como lo he hecho con mis otros discos, sin pinchar nada arriba. “Socos” va a quedar con olor a leña”, dice.

Este sábado harán el ensayo-parrilla para grabar el disco y probarán el repertorio en un ritual en el que participarán todos los músicos. “En el intermedio vamos a hacer un gran asado y bien compuestos por los efectos, volveremos a tocar los temas en la tarde. Ahí lo quemamos”.

El lanzamiento está programado para el jueves 6 de diciembre en el Teatro Italia y será presentado en locales en Santiago, Valparaíso, Concepción y Coquimbo. “Quienes adquieran las primeras 300 copias (por adelantando, a través de la web) tendrán derecho a asistir gratis al concierto de estreno”, promete.

Parafraseando a John Lennon, dice que su música es de una simpleza compleja y que se siente cada vez mejor tocando su Flugelhorn, el tenor de las trompetas. “A veces mi señora me reta, pero de repente me digo a mí mismo: ¡puta que estoy tocando bien!”.

Nostalgia de la ruta

Socos, pampa que está a la altura del Parque Nacional Fray Jorge en la Cuarta Región, es el lugar en la carretera donde Cuturrufo siempre se detiene antes de llegar a Coquimbo.

—Johnny Cash decía que su viaje favorito era el último kilómetro antes de volver a casa. ¿Qué opinas?

—Me pasa algo parecido. Socos es la pasada más bonita que hay antes de llegar a la casa. Es la puerta de entrada y salida para llegar al lugar que más quieres. Y cuando te vuelves a Santiago, es la nostalgia porque te vas de la zona donde te criaste.

Bendita génesis popular

A los 7 años empezó a tocar música en veladas familiares. “Poníamos una cortinas colgadas con clavos, mi papá nos presentaba como los hermanitos Cuturrufo y tocábamos un show para mi abuela con temas de Congreso y Los Jaivas”.

En esa época los 4 hermanos ya tocaban instrumentos: Cristián tocaba bongó, Marcelo flauta dulce, Carolina cantaba y Rodrigo, guitarra. “Interpretábamos todo el clásico de la bendita génesis popular que tenemos”.

Su padre, acordeonista y reconocido músico del norte chico, dirigía una orquesta llamada Los Mascott que interpretaba boleros, tangos, cumbias y chachachás.

El disco duro de Cuturrufo se fue complementando con el mestizaje de su formación bifronte: clásica (como estudiante en la Escuela de Música en la Serena) y popular con su familia. “Tocaba Mozart en las Orquesta Sinfónica en la Serena y cumbia con mi viejo”.

A los 17 mientras estudiaba becado en la Universidad Católica, aburrido de la formalidad musical que reinaba en el Campus Oriente, un día se fue caminando por la calle Regina Passy hasta el antiguo Club de Jazz ubicado en Macul.

Cuando llegó al local le negaron la entrada. Choreado pero sin resignarse a quedar afuera, fue a comprarse un cambucho de papas fritas y se sentó en la vereda con su trompeta preguntándose cómo diablos podía hacer para tocar con la flor y nata del jazz capitalino.

En eso apareció el doctor Alberto Maturana (músico y organizador de festivales musicales) y Cuturrufo le espetó patudamente: soy de Coquimbo y toco jazz. “Él me pescó del brazo y le dijo al portero: este chico viene conmigo”.

Después de convencer al doctor de sus capacidades musicales en la antesala del club, con el local lleno y justo antes de que comenzara a tocar Daniel Lencina, Maturana se subió al escenario con Cuturrufo, agarró el micrófono y exclamó: “Les voy a presentar a un chico que dará que hablar. Con ustedes, Cristián Cuturrufo”.

El “Cutu” recuerda que interpretó Satin Doll de Duke Ellington y dejó al público corcheteado a la pared con sus improvisaciones: “Esa noche cambió todo”.

Sin temor

Harto de la rigidez académica en la PUC, consiguió una beca para estudiar en Cuba durante 9 meses con Luis Alimañi, integrante de Buena Vista Social Club, donde “hice una pasantía científica de cómo funciona el cuerpo humano para tocar trompeta”.

—¿Qué fue lo más importante que te enseñó Alimañi?

—A no tenerle miedo a la trompeta.

—¿Qué es tenerle miedo a la trompeta?

—Miedo a no sacarle el sonido, a equivocarte, a que te suene una pifia, al error; miedo al instrumento.

—¿Qué le recomendarías a un músico que no siente esa confianza?

—En ese caso le recomiendo que vaya al Easy, se compre un soplete y haga una lámpara con la trompeta.

Retiro espiritual

Cuando volvió a Chile después de la experiencia caribeña, se encerró en la parcela de su padre en Coquimbo a estudiar 6 meses durante 16 horas diarias. “Me rayé. Fue mi retiro espiritual. Durante meses no pisé Santiago y me dediqué a perfeccionar mi técnica musical”

A fines de 1994, volvió a la capital y armó su primer quinteto. “En esa época mi ídolo era Lee Morgan (héroe del Hard Bop) y arrasábamos en todos los festivales en los que tocábamos”.

Ahí empezó a crecer la visibilidad mediática de Cuturrufo y armó sus primeras formaciones estelares con músicos jóvenes y talentosos (Christian Gálvez, Jorge Díaz, Federico Dannemann) que lo convirtieron en un referente del jazz en Chile y lo hicieron recorrer el mundo. “En esa época estaba soltero y tocaba en todos los clubes de jazz en Europa. Vivía temporadas en Copenhague, después pasaba por París y Saint-Tropez, y remataba en la casa de un primo en Estocolmo. Ahí recién me devolvía a Chile”.

—¿Estás consciente de tu popularidad?

—Sí, pienso que tengo un carisma que no es habitué, menos para el jazz. Con el tiempo he sentido que tengo una especie de imán por mi personalidad y por cómo hablo con la gente. Me han dicho que soy el gallo más popular del jazz en Chile, pero yo creo que ese carisma lo he construido con la experiencia que da el tiempo.

—Cuando tocas en vivo lo haces con los ojos cerrados. ¿Por qué?

—Es que ahí me voy a la chucha. A veces he sentido que me voy a desdoblar. De hecho, cuando me bajo del escenario la mayoría de las veces no me gusta hablar con nadie porque quedo hiperoxigenado. Siempre que toco los temas meto quinta a fondo, ya sea para una balada o un bossanova, la entrega es a morir.

Música pagana

Cuturrufo cuenta que tuvo una formación católica, pero que con el tiempo su fervor ha ido evolucionando hacia una especie de sincretismo religioso musical.

—¿Sigues siendo devoto de la Virgen de Andacollo?

—Hace muy poco, para la fiesta religiosa de San Lorenzo, toqué en la misa de las 10 de la mañana con Ankatu Alquinta en guitarra y mi hermano Marcelo en batería. En vez de la típica canción de la misa tradicional, hicimos música experimental, una cuestión más rara que la cresta, pagana, casi blasfema, en plena iglesia de Andacollo. Es una de las experiencias musicales más extrañas que he tenido en mi vida.

—¿Eres creyente?

—Siento que se tergiversó la historia religiosa familiar porque aunque como hermanos fuimos criados bajo la crianza de mi abuela que era católica, apostólica y romana, ahora no estamos ni ahí con la Iglesia. Yo creo en Jesús como uno cree en el Che Guevara. Entonces la relación con la Virgen de Andacollo es más un ritual que una religión.

—Te escuché decir que para ti primero estaban Los Viking 5 y después Miles Davis. ¿Vas todavía a las Fiestas Patrias en La Pampilla?

—Eso nace de la nostalgia por aquellos años cuando uno escuchaba la cumbia de Los Viking 5 en La Pampilla. Lo que pasa es que ya no es un lugar donde uno pueda poner la carpa familiar, ahora es otra cosa. Cuando éramos chicos nos quedábamos hasta el 21 de septiembre, que es el día del remate. Alojábamos con colchones, bombos y petacas y siempre había tres parrillas prendidas al lado de la carpa mientras jugábamos con los primos a pata pelada en la tierra y elevábamos volatines.

Blue Note

El 2015 fue inolvidable para Cuturrufo. El 23 de agosto tocó por primera vez con el grupo “The Chilean Project”. Integrado además por Christian Gálvez (bajo eléctrico), Nelson Arriagada (contrabajo) y Alejandro Espinosa (batería), ofrecieron dos conciertos en el legendario Blue Note en Nueva York.

—¿Cómo fue la experiencia de tocar en La Meca del jazz?

—Es como subir el Everest. Había una cola inmensa para ver a la banda, pero lo más emocionante fue ver mi nombre en el mismo lugar donde tocaron Miles Davis y Duke Ellington.

LEER MÁS