La escenografía es una gigantografía de “El origen del mundo”, una famosa pintura de 1866 que muestra el primer plano de un sexo femenino.

marcela gonzalez

El Teatro Municipal está lleno. Entre el público se ven distintos grupos de personas: matrimonios y adultos mayores, también jóvenes universitarios, y mucha gente de entre 30 y 40 años, en pareja o solitarios. “Anda harto lolo hoy”, le comenta una señora a otra.

Me acerco a un hombre con lentes de marco grueso que se pasea por el vestíbulo tomando una copa de champaña antes que empiece la función. Me cuenta que vino solo, que no es asiduo al Teatro y que vino especialmente a ver “Lulú”, de Alban Berg. Me acerco a un segundo solitario de frondosa barba. Me habla de dodecafonismo y libertad sexual, pero al igual que el anterior, no quiere dar declaraciones.

Jorge Encina es fanático de la ópera. Lleva 50 años abonado y ya ha visto “Lulú” en dos oportunidades, la última en el Metropolitan. “Sin embargo espero sorpresa absoluta. Es una ópera sumamente difícil de dar. Leí que Juan Pablo Izquierdo no la va a dirigir, porque no se la pudo. Tenía que ensayar 3 horas diarias de tarde y mañana y el físico no le da. Y musicalmente, no tiene melodía. No hay nada que tú puedas salir cantando”, dice. Su esposa, Ana María Risopatrón, me cuenta que se conocieron en esta misma butaca, hace más de 40 años, cuando vinieron a ver “Sansón y Dalila”. “Esta ópera no me tinca mucho. La temporada ha estado pero pésima”.

Hernando Morales viene con su familia. “Hemos leído que es una ópera bastante moderna, fuerte y transgresora en algunos aspectos. En la parte propiamente musical, personalmente no tengo ninguna referencia. Sé que es absolutamente atonal, así que espero sorprenderme”.

Polémica obra maestra

Prólogo. En un circo presentan a Lulú enjaulada, como una venenosa serpiente. El comienzo de la obra está lleno de simbolismos de la mujer como lo prohibido, como el origen de las desgracias del hombre.

El primer acto empieza con un pintor que retrata a Lulú y poco a poco intenta aprovecharse de ella, comenzando entre ambos un juego de provocación y negación que termina con ella quitándose su pantalón y cometiendo adulterio. En una segunda escena, han pasado años de ese suceso. El retrato está colgado en medio de la escenografía y no es precisamente de su rostro: es una gigantografía de “El origen del mundo”, una famosa pintura de Gustave Courbet, de 1866, que muestra en primer plano una vagina.

Con la aparición de la pintura aparecen también los primeros susurros y risas nerviosas entre el público, que se incrementan cuando el pintor y Lulú se manosean en el escenario. Tocan el timbre y el pintor se levanta a abrir la puerta. Lulú lo espera masturbándose. Otros cinco hombres y una mujer se involucran amorosamente con Lulú antes del intermedio, siempre alrededor de “El origen del mundo”.

—Es claramente una provocación, ¡pero qué burda!

—Espantoso.

—Interesante, pero un poco grosero.

—Completamente absurdo y de mal gusto.

Los comentarios de la gente que se para de sus butacas son lapidarios. En el intermedio, se oyen incluso con más franqueza. Dos señoras comentan indignadas:

—¡Es revolcarse en la basura! De locos, ¡todos son locos! Tenemos el abono para que nos estafen con esto.

—¿No estaban acostumbradas a este tipo de música?

—¿Pero cómo alguien se va a acostumbrar a esto? ¡A la basura!

—¿Se quedarán hasta el final?

—Sí. Para eso vinimos y la veremos completa. Aunque dudo que mejore.

No todos tomaron la misma decisión. A la vuelta del intermedio se ven varias butacas sin sus ocupantes. A pesar de eso, el Teatro se ve casi lleno. Eso sí, el palco Presidencial y el Municipal están vacíos.

Aunque la segunda parte es notoriamente distinta a la primera tanto teatral como musicalmente, las provocaciones sexuales continúan todo el tiempo, generando temerosas risitas y murmullos entre el público, y una que otra carcajada que de vez en cuando se escapa de algún palco.

La obra termina pasadas las 11 de la noche, luego de cuatro horas y el telón se cierra ante un público que, a pesar de las risitas y murmullos de pasillo, aclama efusivamente y durante varios minutos al elenco, directores y músicos de “Lulú”. A los aplausos in crescendo se suman los “¡bravo!”, los chiflidos y finalmente las ovaciones de pie de varios de los asistentes, mientras otros pocos se quedan sentados, mirando con extrañeza y aplaudiendo con cordialidad.

Entre los que aclaman están Jorge Encina y Ana María Risopatrón. “Está muy bien dada. ¡Impresionante! Ella (Lauren Snouffer, Lulú) es extraordinariamente buena”, me dice Jorge.

“Extraña, excéntrica. Justo estábamos discutiendo qué se fumó el autor para componerla (se ríen). Pero es coherente dentro de su locura”, opina Alejandra Raffo. “Extraordinariamente exótica, casi divertida. Leímos en el diario que era medio atonal y qué se yo, pero no me esperé que fuera tan extraña ni tan difónica. Nos ha sorprendido absolutamente y la hemos disfrutado mucho”.

—¿En Chile estamos listos para obras de este tipo?

—Yo creo que hoy sí, cada vez más. O sea, yo misma me sorprendí cuando salió el cuadro. Y al final se neutraliza, es increíble como uno después ya ni lo mira. Creo que igual logra, sorprendentemente, hacerte entrar en esta cosa sicótica. Yo por primera vez me río en una ópera.

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