Una casa con historia

Hablar de una casa, cualquier casa, supone adentrarse en muchos planos y rincones. El de sus dueños y quienes la levantaron, el de la vida, hábitos, y sueños guardados en su interior, el de su pasado aún sobreviviente, y, no menos significativo, sus “atmósferas” también, lo que permitiría que estas casas o casonas persistan, a pesar de todas sus vulnerabilidades, su siempre posible olvido y desaparición.

Ahora bien, no deja de ser llamativo que, no obstante la creciente preocupación por la conservación patrimonial que ha llevado a que se preserven y restauren caserones valiosísimos, el análisis que suele acompañar estos esfuerzos se quede corto, y no se ahonde en las respectivas historias de estas residencias. Libros de arquitectura se refieren a casas, por cierto. Se hacen levantamientos de planos y maquetas a modo de ilustraciones didácticas. Se las compara y distingue con las de épocas anteriores. En otras palabras, se las retrata, si bien, casi nunca, se las relaciona con los dueños y sus otros habitantes. Tampoco se nos remite a sus largas y, con frecuencia, accidentadas trayectorias hasta llegar al presente; es decir, no se ahonda en las muchas “vidas” de estas casas, crucial para entenderlas (…).

La casa Yarur Bascuñán de Vitacura (actualmente el Museo de la Moda) es especial. Es una casa grande, basta mirarla; me atrevería a decir incluso que no existe otra en Chile, ni de sus proporciones, ni de su clase, ni de su época, que se la compare. Es una casa de ya cierta edad, ha sobrevivido más de medio siglo y no pocos riesgos de desaparición o desgaste (de hecho, está como nunca de bien tenida, en estado óptimo de conservación). Desde los tempranos años 60 ha permanecido en manos de una sola familia, una extravagancia cada vez más infrecuente, incluso entre los sectores más conspicuos de la alta burguesía chilena, supuestamente conservadores o tradicionalistas, pero quienes no preservan. Es más, se trata de una casa de no cualquier familia, sino de uno de los grupos económicos más pujantes del país vinculado a la industria textil, la banca y filantropía. Obra conjunta, además, de sus dueños y sus arquitectos-constructores (Bolton, Larraín, Prieto y Lorca), aun cuando a estos últimos se les haya ignorado, lo cual no deja de ser extraño. Uno de los hombres más ricos de Chile —Jorge Yarur Banna— les pide que hagan su casa, pero para la historia de la arquitectura chilena pareciera que no existieran. Una incógnita que este libro intenta dilucidar (…).

Una casa de estilo contemporáneo moderno, por el cual se opta conscientemente, tanto de parte de los dueños como de los arquitectos, y eso que a ambos nadie los hubiese calificado de osados, de avanzada o revolucionarios, ni qué decir a contracorriente de lo que se esperaba para Chile entonces, no al menos en un comienzo. Otro ángulo, éste, que se presta a análisis. Nos ubicamos al inicio de una de las más convulsionadas épocas de la historia política y social del país. Curioso, por decir lo menos, pues, que los responsables de levantar la casa adhirieran a una visión modernizadora, renovadora o reformista, la que, en parte, habría de ser sobrepasada durante esa década, siendo ellos mismos, incluso, objeto de fuertes recriminaciones políticas y sociales posteriores por todo lo que representaban: todo lo que simbolizaban del Chile, de repente, repudiable según sectores cada vez más radicalizados. Sin embargo, a la casa —uno de los máximos símbolos sino la personificación misma del poder de los Yarur— no se la abandonó (…).

De hecho, Jorge Juan Yarur Bascuñán, único hijo de Jorge Yarur Banna, logra —tras considerables dificultades personales— retomar el manejo de sus bienes y decide, en 1999, convertir la casa en el núcleo de una nueva empresa de índole distinta a las de sus mayores, aun cuando afín a un espíritu filantrópico y a una creatividad que viniéndole de antes, volverá a plasmar en el Museo de la Moda. Obra, ésta también, vinculada al mundo textil. En nada ajena, pues, a lo que había sido la historia familiar desde hacía varias décadas. Con lo cual a la casa se la reorienta, deja de ser residencia, y se vuelve eje de una novísima institución que, con el correr de los últimos años, ha resultado ser no menos única. El valor de sus adquisiciones —una colección de nivel mundial—, el profesionalismo de su área de conservación, la calidad de sus exhibiciones, la acogida de un público que capta su nexo con nuestra historia reciente, también sus publicaciones, y, por cierto, la mantención del inmueble hasta el día de hoy, hablan por sí solos (…).

Una casa moderna

La casa Yarur Bascuñán permite adentrarnos en muchas facetas: en el nivel de sofisticación y cosmopolitismo que tenían los sectores altos chilenos de la segunda mitad del siglo XX, en las posibles fuentes de esa estética, sus modelos de vida y estándares de lujo, en la privacidad que valoraban, en el tipo de vida que hacían los dueños de casa, en cómo se podría diferenciar esta privacidad de la de otros sectores sociales, no sólo respecto a Chile (…).

La casa Yarur Bascuñán es equiparable a casas de gente pudiente en otros lugares de América, incluidos los Estados Unidos, que se percibían a sí mismos como adelantados a su tiempo, precursores de un nivel de vida que bien podría extenderse a otros sectores en una economía de posguerra en auge. De ahí la opción por un estilo de vida moderno contemporáneo, a tono con patrones de consumo, con modelos de éxito y “buena vida”, si bien propios del establishment de aquel entonces, supuestamente no inalcanzables por clases medias profesionales dedicadas al trabajo, ahorro, y a una vida ordenada; no con el mismo grado de refinamiento quizás al de esta casa, pero, sí, partícipes de un espíritu crecientemente transversal que comienza a difundirse. Esto es, el American Way of Life de la posguerra, y cuyos prototipos eran la arquitectura modernista de California, el llamado estilo “Mid-Century Modern”, el diseño europeo (escandinavo, italiano, y en menor medida francés, a no ser por la moda femenina en que la haute couture parisina seguirá primando, dando paso también al prêt-à-porter muy de las boutiques a las que acude la élite chilena), en fin, las distintas diversiones y el soñado confort igualmente asociados a una Norteamérica pujante. Visto así dicho contexto, claro que importa, y no poco, el que la casa fuese de un banquero (Yarur Banna); además de progresista, hijo de un prominente industrial (Juan Yarur Lolas); también un hombre avanzado para su tiempo; ambos trabajólicos; y cuyas vidas dan cuenta de cómo hay que desenvolverse en una sociedad todavía pausada, de lento empuje empresarial (…).

La casa Yarur en Vitacura tiene la virtud de coincidir con su contexto desde sus inicios, con la salvedad que éste no va a ser enteramente chileno, ni va a durarle mucho (vendrán el impacto de Cuba, los gobiernos de Frei Montalva y la Unidad Popular). Se trata de una casa que anticipa formas y modalidades de vida que dejarán de ser extrañas o foráneas; por tanto, con el tiempo, dejó de vérsele como un espécimen u objeto sin identificar recién aterrizado. Otra cosa, sin embargo, fue lo que le sucedió a esa primera época de la casa, cuando a ésta se la edificó —fines de los años 50 y comienzos de los 60—, y que terminaría acabando, no mucho después, en algo muy distinto. No es que la casa haya pasado de moda —fue su época inicial la superada y por eso la casa aparece encarnando propósitos e ideales que sí quedaron en el camino—; tampoco es que su propietario y constructores fallaran al no prever lo que vendría después. Nadie en su momento, en Chile ni fuera, pudo imaginarse en qué desembocaría el mundo entero en menos de una década (los años 60). Con todo, la casa se mantuvo en pie, intacta, y, bien lo sabemos, en un Chile sísmico (no sólo por los terremotos), pocas cosas se sostienen. Que, además, se la siguiera habitando como si nada, habiendo ocurrido un sinfín de trastornos entremedio, exige que se la explique: que se la sitúe en el tiempo, como también a destiempo de esos inicios (los anacronismos valen en historia) (…).

La casa Yarur es coincidente con ese espíritu y estética internacional. Podría haberse encontrado en cualquier barrio de muy altos ingresos de California, Nueva York o Connecticut, más a tono en esos lugares que en Santiago de Chile incluso. Como tal, es una apuesta contemporánea concordante con un mundo lleno de expectativas, de razonable pronóstico optimista, al que se daba por hecho que continuaría; en el fondo, un mundo, por sobre todo, seguro de sí mismo. Fenómeno que, en efecto, prevalecerá en sociedades más estables y desarrolladas. No así, en cambio, en Chile, no al menos con igual grado de certidumbre (…).

En efecto, no resulta para nada descabellado vincular genéricamente la casa Yarur con la casa californiana, toda vez que nos encontramos con paralelos que insinúan bastante más que una mera influencia superficial. Por ejemplo: la domesticidad como fenómeno altamente apreciado, la valoración del confort y la informalidad sin que por ello se renuncie a refinamientos o lujos, que en nuestro caso vendrían a ser tanto más, llevados a un nivel difícil de superar. Una lista de complementos específicos —desarrollados y perfeccionados por la casa californiana, en tanto arquetipo de la arquitectura doméstica de posguerra— vuelve patente esta afinidad. Espacios donde acomodar varios automóviles (garajes para cuatro vehículos); amplios sectores de servicio óptimamente equipados (cocinas con su más al día línea blanca, patio de cocina, lavandería, reposteros y bodegas); aclimatación ambiental (chimeneas, calefacción central y aire acondicionado); espacios recreativos varios (jardín, piscina y camarines, sala de proyección); diferenciación entre espacios domésticos y recibos, por un lado, y las áreas de servicio, por el otro; espacios separados para cada uno de sus habitantes (suites separadas con, además, walk-in closets y baños propios, escritorio y salitas-living, dormitorio de invitados); suma preocupación por el diseño de interiores (nada dejado al azar, integrándose a mueblistas a cargo de la decoración); arquitectura de jardines (paisajismo profesional); múltiple la variedad de materiales, colores y texturas…, ¿qué hace falta en la casa Yarur? Nada (…).

Precisamente, es aquí donde hay que situar la casa Yarur si se la quiere entender por lo que es y no lo que, según algunos presumiblemente debió haber sido; situarla, concretamente, en uno de estos giros o coyunturas estilistas que se producen de tanto en tanto. Esta casa, de hecho, es inclasificable, no se atiene a sustento teórico alguno (ninguno de sus arquitectos mostró interés por la academia). Obedece más a una apariencia moderna que se quiere alcanzar que a un fundamento conceptual moderno detrás. Es una casa que puede dar la impresión de haber sido “dibujada a lo moderno” en un tablero de dibujo, no tan distinto a cuando se las dibujaba neoclásicas por arquitectos beauxartianos (y recordemos que Bolton, Larraín, Prieto y Lorca lo fueron y, en cierta medida, lo seguirían siendo en esta casa, recurriendo a un vocabulario no clásico). Responde a cierta imagen que se tiene de lo moderno antes bien que a una adhesión incondicional que, por lo demás, nunca abrazaron en su trabajo, neoclásico o no. Se aprecia demasiado virtuosismo, incluso lúdico: una suerte de estilización de lo moderno, como para que convenzan que estaban siendo graves en su modernismo recién asumido; en ese sentido lo de ellos es manierista, algo teatral o escénico. Si, incluso, la casa invita a ser analizada más en clave estética que arquitectónica estricta. Lo fundamental en ella, por tanto, no es cómo se rige por cánones de la arquitectura moderna, sino cómo sus arquitectos se ajustaron al gusto cambiante de una clientela crecientemente exigente (…).

El punto es digno de nota porque sitúa la discusión sobre la sensibilidad por lo moderno en otro plano que desde donde se suele enfocar. No desde la creatividad pura vanguardista sino motivada por otro tipo de factores. Desde luego, gustos personales, iniciativas no estrictamente arquitectónicas y, aunque relacionadas con la arquitectura, mediatizadas, socializadas, por otras vías o canales con que suele vincularse. En el fondo, por modas y por esos otros circuitos en que la moda se hace presente —el cine, la televisión, la publicidad glamorosa, el consumo, el turismo cosmopolita, y el consiguiente mimetismo contagioso que se promueve y difunde vía estos circuitos—. Una conjunción de estos otros móviles parece haber hecho posible la casa Yarur de Vitacura, y la terminan por explicar tanto por lo que es y cómo es. Además prefiguran su eventual conversión en museo, y si eso no fuera de por sí suficiente, en un museo de la moda. Una razón más para destacar a esta casa como singular y extraordinaria.

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