ALEJANDRO BALART

Cuando se acercaba la medianoche del pasado martes en el Parque Uruguay, tres hombres cruzaban miradas en su deambular nocturno por Providencia.

Vistiendo el negro, el gris y el café; llevaban a cabo una práctica que se conoce hoy como “cruising”. Su definición: buscar una pareja sexual caminando o conduciendo en un lugar público.

Testigos de ello son quienes duermen en el parque, refugiados bajo cartones; los que brindan en el pasto y los escaños negros junto a la ribera del río Mapocho, los que miran hacia la Torre Santa María.

En el suelo, las colillas de cigarro y las latas de cervezas.

También un preservativo. Ocupado.

Se trata de una práctica que ocurre modestamente en 2018. Que ocurría con una frecuencia mayor en 1986. Y que está incluida en “Cola de mono”, la película que Alberto Fuguet estrena el 21 de agosto en Sanfic, el ya clásico festival de cine organizado por CorpArtes.

“Fuimos a filmar al parque, de noche, y la gente estaba muy molesta porque fuimos a incomodarlos. Unos tipos se fueron como diciendo «yo no quiero salir en esta película». No son lugares donde vaya a entrometerse el cine chileno, no es su escenografía, no es una fonda”, recuerda el autor de “Mala onda” sobre una de las locaciones de la cinta cuya historia arranca en la Navidad de 1986.

Personificados por los hermanos Santiago y Cristóbal Rodríguez Costabal, los también hermanos en la ficción Vicente —estudiante de arquitectura en sus veinte años— y Borja —escolar, de 17 años— viven sus respectivos despertares sexuales en años en una atmosfera que habla de ahogo.

Lo hacen en lugares públicos, como lo es un parque, aunque a escondidas; y lo hacen también en privado, en el seno de un hogar donde Manuel Puig se escabulle tránsfugamente entre los libros.

En palabras de Fuguet: “No filmamos soldados en el parque, ni pacos, ni tiras en las calles, porque si bien es una película que tiene que ver con represión, la represión está en casa, en uno. Ocurría en los 80 con o sin Pinochet. Claro, con él se amplificaba, pero es muy probable que si Allende se hubiese mantenido en el poder hubiese seguido. Chile era un país homofóbico y aislado. La globalización ayudó un poco a cambiar mentalidades de una casa como la de ellos”.

Básicamente es otra arista del ejercicio del homoerotismo en la historia de la ciudad de Santiago. “Me interesa que alguien se identifique —dice el director—, filmar lo que no se ha contado. En la serie «Los 80», esto no se hubiese mostrado. El cine hace varias cosas muy bien, y una de ellas es mostrar a la gente haciendo cosas a solas. Uno puede captar lo que están sintiendo, y creo que eso hace esta película cuando entra a los dormitorios de jóvenes. Un lugar donde si bien se ha escrito un poco, aunque con distancia, no se ha filmado mucho”.

Cauto en compartir con qué materiales literarios y fílmicos dialoga directamente la cinta, menciona algunos con los que podría cruzarse: El libro “El deseo invisible. Santiago cola antes del golpe”, de Gonzalo Asalazar, presentado en el pasado Festival Amor y que aborda el comportamiento en los cines y parques de Santiago en las décadas del 50, del 60 y los primeros años del 70. También las cinta “Cruising” (1980), “Carrie” (1976) y el slasher estadounidense “Viernes 13” (1980).

“Quiero jugar un poco con eso de «Viernes 13», eso que ha estado siempre en el cine: El que tiene sexo tiene que pagar las consecuencias”, considera el director que quisiera, metafóricamente, con este trabajo “traer a Brian de Palma a Chile, y ponerlo a filmar chicos”, y que mostró “Cola de mono” en Estados Unidos hace unos días.

Sobre la recepción del público se siente conforme. Dice que no le corresponde decir si la película se convertirá o no en una pieza de culto. Le encantaría que la gente tuviese el póster, o que consiguiese la música después. “También produce miedo, porque juega al terror. Puede producir fascinación, calentura, temor. Depende de quienes la vean. Si son heteros o no. Y ternura. Muchas personas mayores que yo recordaba cuando vivían en Alabama. La encontraron muy americana, pero también no. El mundo era muy distinto pre internet. Creo que una tarde de sábado en Córdoba no era tan distinta a una en Santiago”.

“Yo terminé siendo más tímido”

El texto de Asalazar no incluye otro espacio público: el sauna gay.

“No sé la orientación de todos mis actores. Pero los actores —cuya media es menos de 30 años—nunca habían ido a uno, a este lugar de toqueteos. No es parte del mapa, es muy distante. No es un destino de esta cierta «generación Instagram», por definirla de algún modo. Un mundo pre-aplicaciones, pre-Grindr”.

Le pidió en el rodaje a uno de los dos protagonistas —Cristóbal, sociólogo, quien nunca había filmado algo— que estuviese solo en una habitación, sin hacer nada. “Es una generación que se vuelve loca sin teléfono”, dice el autor de “VHS (Unas memorias)” sobre cómo recreó aquellos días de antaño sin Instagram, sin Twitter, sin cable.

Recuerda: “Me acordé de mí. Estoy seguro de que uno leía mucho más antes. No sé si veía más películas, pero las veía mejor. Esta es mi primera película de época. Aunque hice unos segundos, de los finales de los 80, en «Se arrienda»”.

Fuguet, hoy con 54 años, se sintió un poco intimidado y sorprendido con sus actores a la hora de rodar. Ellos no tuvieron problemas con los desnudos. Le decían que no les importaba “porque se veían minos”. “Parece que ahora es más importante eso que verse desnudos. Me decían que invitarían a sus mamás. «¿Estás seguro?», les preguntaba”.

El único personaje femenino es la madre. La actriz Carmina Riego ve a Malú Gatica en la televisión. Lee “La Beatriz Ovalle” de Jorge Marchant Lazcano y también a Isabel Allende. Prepara cola de mono, la bebida tradicional que se toma en Navidad. De “Cola de mono” se desprende también “cola”, usado denostativamente para referirse a personas homosexuales y al trasero.

“Yo terminé siendo más tímido. Tuve que convencerme a mí de que se trataba solo de pedir. Sin triquiñuelas ni metáforas. Al principio yo no sabía cómo hablarles a los extras. «¿Qué quieres que haga?», me decían. Bueno, mmm, sácate la ropa. Y me decían «bueno, ya», sin problemas”.

“Los hombres están muy dispuestos a ser objetivizados”

En Estados Unidos le preguntaron insistentemente por Cristóbal Rodríguez. Pidieron cerciorarse de que fuese mayor de edad. Por el tono de las escenas.

Los pares de otros países se acercaban a los hermanos-personajes. No sabían si grabarían escenas así.

“Lo que dicen es que si haces esto (desnudos) no puedes trabajar en un canal o en una teleserie. Pero creo que eso ha cambiado muchísimo”, explica sobre los seguimientos de la cámara sobre los cuerpos masculinos en “Cola de mono”.

Se trata de abordar también la vanidad: “Hay una idea que parte de algo que se le reclamaba a De Palma y a Hitchcock: objetivizar a la mujer. Es muy difícil no filmar los cuerpos en el cine. Los hombres, si tienen la oportunidad, están muy dispuestos a ser objetivizados. Ahí están las películas de los 80 o de los 70 con chicos en traje de baño. Tom Cruise hizo su carrera bailando en calzoncillos (“Risky Business”, 1983). Esta es una película que a Manuel Puig le podría gustar”.

Se defiende sobre posibles críticas de cosificación o sobre futuros cuestionamientos. “Tiene una mirada levemente horny, pero yo no encuentro el afiche erótico, y no la hice para escandalizar, es una película que un chico gay podría invitar a su mamá. Si tiene un hijo gay, ¿por qué debería escandalizarse? No son cuerpos en una morgue, no son trozos de carne muerta. Tampoco es una película lumpen. Yo no soy lumpen. Es cosa de ver mis películas y mis libros. Es un mundo que no conozco. No soy Lemebel. Tiene una cuota importante de autobiografía. Y a la vez no”.

El año pasado llegó hasta él la noticia de que estaban rodando “Call me by your name”. Él había leído la novela de temática homosexual. Se asustó. Luego de ver las primeras imágenes, se calmó. “Siendo europea, se acartucharon. Entonces pensé que, con mayor razón, había que hacer lo que teníamos planeado”.

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