Una vez a la semana,

Katherine Martorell Awad

deja a un lado el estresado celular de subsecretaria de Prevención del Delito y toma en sus manos un taco de

billar.

Su oficina está en un edificio a un costado de La Moneda, pero ella prefiere ir a Quinta Normal (comuna donde fue concejala entre 2012 y 2016), a su salón de pool favorito.

—¿Por qué tan lejos?

—Casi no quedan salones de pool; están en extinción. La verdad es que ya no se juega mucho. Y al que voy me encanta, porque es a la antigua.

En una de las paredes de ese salón, un cuadro de Marilyn Monroe observa a las mesas del reposado juego, mientras los jugadores miran fijamente una bola a punto de dar un golpe de precisión. A Kathy no le gusta el Bola 8: “Es lo más fome que hay. Porque eliges los números del 1 al 8; el otro del 15 al 8, y el que mete primero la 8, gana”. Ella prefiere la estrategia, “estar haciendo geometría con la bola blanca, para sacarte los pillos. Eso es mucho más entretenido”.

—¿Y Kathy se saca el pillo con las autoridades de repente?

—(Carcajada). ¡Todos nos sacamos los pillos alguna vez! Siempre hay que sacárselos bien.

Esta afición, que realmente relaja a la abogada —“te evades de la preocupación diaria”— y que cuenta con algunos partners en la subsecretaría, no la aprendió en su familia, donde sí adquirió otros hobbies más arriesgados: el año pasado se compró su primera Harley-Davidson.

Pero continuemos con el pool: “Yo jugaba con Natalia Compagnon y Sebastián Dávalos”, dice con picardía. “Estudiábamos en la Universidad Central. Él, Ciencias Políticas; la Natalia era compañera mía en Derecho y después se cambió de carrera. La Natalia jugaba muy bien”.

El grupo de universitarios iba a un salón a la vuelta de la casa de estudios y a otro llegando a la calle San Ignacio, por el Parque Almagro. “Nos hacíamos todos amigos, compartíamos el mismo patio. Yo era política (en Renovación Nacional) y Sebastián también, en el PS, tenía un movimiento más renovado. La Natalia era de las pocas mujeres que jugaban pool, íbamos mucho... Y recuerdo perfecto cómo se inició ese romance en la universidad”, dice. No da detalles. La amistad no continuó, como muchas después de la universidad cuando se pierde el contacto. “Es que además la Natalia se fue a Ciencias Políticas y esa carrera se cambió”.

La “Leona” y la “Thatcher”

Habla con mucho cariño de su familia, pero también es un tema sensible el explicar que en ella confluyen dos visiones de la vida: la planificada y la libre.

—Mi familia es paisana, bien árabes, achoclonados. Mi abuela, Norma Awad, hoy es la matriarca, la líder. Si bien tiene una carga del mundo árabe más antiguo, es muy fuerte. Cuando falleció mi abuelo, hace once años, ella daba la comunión. Muy católica y conservadora, pero con esta visión de sostener ella su familia siempre. En momentos clave de mi vida, ella ha estado al 100% para levantarme.

—¿Por ejemplo?

—Cuando iba a ser candidata a concejala, yo tenía mucho miedo, como todos, y además tenía todo para perder esa elección. Mi familia más directa no me apoyó mucho... en realidad nadie me apoyó, la única que se la jugó fue mi abuela.

—¿Cómo es tu mamá, Angeli Awad?

—Una mujer también fuerte, de las personas que siempre logran lo que quieren, pero nunca va al choque. Sabe cómo lograr sus objetivos. Es entretenida, trabajó toda la vida y ahora está feliz jubilada.

—¿Y tu papá?

—Mi papá es Agustín Martorell. Hago la distinción, porque mi mamá se volvió a casar; mi papá también. El es un gallo súper libre, motoquero, entretenido, ahora vive solo, está jubilado, se divorció recién de su tercer matrimonio... es un alma libre. Con esas dos visiones salí yo. Tengo un poco de cada uno. Me encantan las motos como a mi papá, tirarme en paracaídas, cosas para sentirse libre.

—Y de riesgo.

—El riesgo es relativo. Soy súper cuidadosa, la moto es para salir a pasear, nunca para andar apurado. No es peligrosa, el peligroso es el que la maneja. Saber mecánicamente cómo funciona es fundamental, así estás al tanto si hay un factor de riesgo.

—Háblame de tu moto.

—Es una Harley, una 883, exquisita. Te la muestro. —Y Kathy parte rauda a buscar su celular. Muestra una foto de ella, menuda, junto a la moto.

—¿Cuántos kilos pesa?

—120 kilos; yo 48. Es maravillosa, blanca además. Se llama Leona. Y mi auto es la Margaret Thatcher.

—¿Cómo así?

—Porque es un auto inglés del año 2005, un Rover que era de mi abuela, burdeos. A todos mis autos les he puesto nombre.

Kathy sigue buscando imágenes en el celular. “Mi papá siempre me saca fotos y las guarda... Esta es la primera mía, mía. Mírala, si es preciosa”, y la contempla con devoción. “Con mi papá motoqueamos toda la vida”.

—¿Qué rutas?

—Los Andes, por ejemplo. Pero cuando yo andaba de mochila —y hace el gesto del copiloto que va atrás del conductor— íbamos a todas partes, a Mendoza. Desde que tengo uso de razón, mi papá me subía a la moto. Me encanta.

—¿Cuándo aprendiste a manejarla?

—Chica, pero me compré mi moto ahora, y obviamente haciendo todos los cursos que corresponde. Nunca uno debe comprar la moto sin tener la licencia. —Y parece que el pensamiento materno se presentara de pronto: “La planificación la heredé de mi mamá”.

Kathy no es paracaidista, pero ama lanzarse en tándem y “ver el mundo hacia abajo. También tirarme en bungee. Todo lo que es sentirse libre”, insiste.

—Pero hablando de pool, ¿cuándo se ha chantado la bola blanca en la vida de Katherine Martorell?

—En general, siempre pienso que cuando las opciones están, hay que tomarlas, porque no se repiten.

—¿Y en lo más personal?

—Mira, creo que la vida que llevo sería difícil si yo tuviera hijos o un marido, una familia. La rapidez con la que vivo el día a día no es algo que me permitiría ser mamá como a mí me gustaría hacerlo, que es estando mucho más presente. En ese sentido, más que chantar la bola blanca, he postergado bastante la vida personal, pero porque yo he privilegiado esto otro que me hace muy feliz. Muchas mujeres se postergan como una decisión consciente, pero porque en Chile no existen todavía las condiciones para que podamos tener roles de alto liderazgo y también tener la tranquilidad para estar con los hijos. Y una pareja también. Las parejas son demandantes en sí mismas.

—Varios políticos relatan que les cuesta encontrar pareja, quien “pague el costo” de su ritmo de vida.

—Es que además es un camino de harto egoísmo, porque te estás desarrollando a ti misma, porque a ti te gusta lo que estás haciendo. El servicio público es maravilloso, pero a una le gusta hacerlo. Es egoísta, porque tú estás dando lo mejor de ti en eso y en nada más. Y eso tiene un costo... No sé si al final todas las cosas terminan pasando igual, pero hoy día tengo una pareja que entiende este ritmo, porque le gusta, porque es parte de, y no sé si podría funcionar si no fuera así.

—Kathy, ¿cómo es tu familia?

—Tengo un hermano que es hijo de padre y madre; tengo un hermano que es hijo del marido de mi mamá, pero que es como si fuera un hermano, porque nos criamos juntos, vivió con nosotros siempre; y tengo una hermana que es hija de mi papá, pero tiene otra mamá.

—Los tuyos, los míos, los nuestros.

—Sí, y yo soy la mayor.

Lady en un mundo de hombres

—Eres la primera mujer en este cargo, que se creó en 2011. ¿Cómo te relacionas con las policías?

—Las policías son instituciones de obediencia, y por lo menos conmigo han sido sumamente acogedoras. Pero sí existe un universo en este cargo que es bien de hombres. Hablaba con el subsecretario Ubilla: “¿Tú te das cuenta de que tú eres subsecretario y yo soy la Katherine?”. El otro día lo conversaba con otras colegas subsecretarias y también pasa. Y una, lamentablemente, a veces tiene que golpear la mesa cuando no es tu estilo.

—¿En qué contexto has tenido que golpear la mesa?

—En distintas reuniones o situaciones. Me ha pasado con otras autoridades. O sea, desde el “mijita”, y yo respondo: “No soy tu hijita; soy subsecretaria”. Es una lata tener que hacer eso, porque no es mi ánimo, pero si uno lo dice una vez, no se vuelven a equivocar.

No siendo el objetivo central de su cargo, desde esta plataforma Kathy ha tomado contacto con las carabineras. Cuando trabajó en Entel (fue directora de Sustentabilidad y Comunidades 2015-2017), vio el tema de género “en una empresa en que desde los directores hasta la primera plana ejecutiva eran hombres. Empezamos a investigar y te das cuenta de que cuando hay un cargo directivo, de 10 requisitos, los hombres pueden tener 3 y postulan; las mujeres, para atreverse tienen que tener al menos 8. Las mujeres tenemos miedo a postular, a embarazarnos, a la crítica. Tenemos que pasar muchas barreras, y es obligación de las que estamos en una situación de mayor liderazgo abrir ese camino”. Por lo mismo, reclama: “Me carga cuando hablan de la inclusión. ¡Cómo nos van a incluir, si nosotras somos más que los hombres!”.

En el sufrimiento se crece

Kathy tenía 9 años cuando se separaron sus padres. Dice que fue impactante, “como para cualquiera al que se le separan los papás. Pero más que eso: Yo soy la hija mayor de mi mamá, y esta hija que prefirió dejar de lado la posibilidad de casarse y se dedicó a la pega, y que quizás sentía que ser mamá no es una opción mientras tenga este estilo de vida, es lo que para mi mamá ha sido más fuerte. Sí tengo episodios de la vida súper duros, como todos. Pero no es lo importante”. Y pasa a la solución: “Levantarse. Soy como un mono porfiado. Me pueden tirar al piso muchas veces, y me voy a volver a parar”.

—Esta alma libre que está en tu vida, que es tu padre, ¿qué te dice?

—Está orgulloso de mí, se siente identificado conmigo. Mi mamá aprendió a quererme siendo distinta. Ella es una guerrera también. No tuvimos una vida fácil.

—¿Se puede saber por qué?

—Cuando mis viejos se separaron, mi mamá se quedó sin ni uno. Nos tuvimos que ir a vivir a la casa de mis abuelos. Mi mamá se volvió a casar, me costó mucho aceptar eso. Nos costó rearmarnos. Sufrí harto cuando chica.

—¿En el sufrimiento se crece?

—Es absolutamente cierto, y otra cosa muy importante: aprendes a escoger las batallas. Y uno aprende a priorizar. Algunos a eso le llaman madurez.

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