Es una cultura caribeña dura, con ritmo en la sangre. Y nosotros somos todo lo contrario: fomes, parcos. La integración ha sido lenta, pero hacía falta”.

Roberto Collío y Rodrigo Robledo estrenan el 30 de agosto.

Un haitiano camina sobre la superficie de Marte en “Petit- Frère”, película codirigida por Roberto Collío (“Muerte blanca”) y Rodrigo Robledo, que conjuga el registro documental con lo onírico para dilucidar la migración haitiana en nuestro país. Es una obra autoral que, tras su paso por el festival suizo Visions du Réel, formará parte de la competencia de Sanfic. Luego aterrizará en salas locales, el 30 de agosto.

Quien espere un reportaje informativo sobre el fenómeno podría sentirse defraudado. Collío y Robledo esquivan tanto el paternalismo como la denuncia obvia para componer un viaje poético y experimental al corazón de la comunidad. Como guía, se inspiran en los textos escritos por Wilner Petit-Frère, un inmigrante que periódicamente publica un boletín en el que ha abordado, por ejemplo, la historia de un perro haitiano que trabaja con Carabineros en La Moneda o las similitudes que tiene, para él, la aventura de mudarse a Chile con los viajes a Marte que propone el proyecto Mars One. En una escena, de hecho, vemos videos de personas que se postulan para vivir en el Planeta Rojo.

“El lugar común en este tipo de documental es la porno-miseria: meter la cámara donde las cosas se caen a pedazos, pero la película siempre intentó ser una especie de antídoto a eso”, reflexiona Collío. “Trabajamos a través de dos capas: la esfera material y la esfera simbólica. La capacidad que tienen ellos de soñar es algo que les devuelve una humanidad que no está en la visión enajenada del santiaguino. Aquí los ven simplemente como personas que buscan cosas materiales”.

“La integración ha sido lenta”

Inicialmente, el proyecto estaba pensado como parte de una serie de TV. “Queríamos abordar los nuevos actores sociales en Santiago, como el colectivo homosexual escolar Las Putas Babilónicas o el fenómeno haitiano. Nosotros mismos partimos de la posición de que no sabíamos nada sobre ellos”, cuenta Collío.

“Un amigo nos acercó a la Organización Sociocultural de los Haitianos en Chile (Oschec) y ahí conocimos a Adneau Desinord, un tipo alto y macizo que llevaba la batuta en todo. Le pasamos una cámara para que él grabara su entorno”, agrega Robledo.

Con el tiempo, los realizadores desecharon la idea del programa para hacer un documental sobre un proyecto inmobiliario que contemplaba la construcción de casas exclusivas para haitianos. Pero Adneau, mentor de esa iniciativa, decidió abandonar las grabaciones por falta de tiempo y puso en contacto a los realizadores con el carismático Petit-Frère.

“Cuando leímos su boletín, nos dimos cuenta de que ahí estaba el guion”, recuerda Collío.

Los directores se sintieron así inspirados por las elucubraciones del inmigrante y también por otros personajes que fueron apareciendo en el camino como un talentoso artista y poeta llamado Selgado, los miembros de una banda instrumental que difunden en nuestro país los sonidos de Haití o un entrañable programa de televisión (ANY TV) que se graba en un departamento.

—¿Qué tan consciente fue la idea de esquivar las lecturas que el público espera de un documental sobre haitianos?

—Collío: Adneau nos decía que lo que le interesaba es que se deje de pensar que los haitianos son pobres en todo sentido. “Nosotros somos pobres materialmente, pero no queremos ser pobres cultural ni espiritualmente”, nos decía. Nos dimos cuenta de que eso era lo verdaderamente importante de contar. Que los haitianos son discriminados ya lo sabemos; la idea era acercarnos a su cultura y sus sueños. El documental tiene siempre las dos aristas de realidad y ficción. Pensar que un documental es información objetiva resulta hoy un poco ingenuo. Además, es megalómano tratar de condensar una cultura en una hora, o dos o tres. No nos interesaba tomar ese camino.

—Robledo: El hecho de que nos inspiráramos en el boletín refleja el espíritu de la película. Siempre fue un proceso colectivo con los personajes.

—El documental muestra una cultura trasplantada que nunca se mezcla con la chilena. ¿Cómo ven el tema de la integración haitiana?

—Collío: Cuando un documental se trata de otro, te conviertes en un inmigrante de vidas ajenas. Estás haciendo un ejercicio de habitar un lugar que no es el tuyo. Cuando yo era chico y miraba la cordillera, sentía que estaba atrapado en una especie de patio. Si nuestra relación es mala con los vecinos próximos, Haití es otro mundo. Es una cultura caribeña dura, con ritmo en la sangre. Y nosotros somos todo lo contrario: fomes, parcos. La integración ha sido lenta pero esto es lo que le hacía falta a la sociedad chilena. Una nueva alegría. En los adultos es más complicado porque ya tienen su propia idea de lo que es el mundo. Pero cuando los niños comienzan a compartir, las barreras van desapareciendo.

—Robledo: Tiene que ver con un cambio generacional. El otro día vi como un viejo empezó a gritarle a un haitiano “ándate a tu país”, pero la gente reaccionó contra él. Eso es interesante. Ahora, si uno se mete a ver comentarios en Internet se espanta, pero es muy fácil ser neonazi en las redes sociales.

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