“La hija nos revela un personaje privado que es, de modo verosímil, muy parecido al de la televisión”.

Fernando Balcells

La carta de Florencia Villegas en defensa de su padre es un testimonio potente y hermoso. Atestigua el amor y la admiración de una hija talentosa que nos habla de la ética de su padre. Presenta la rudeza de su padre como un legado viril de respeto y enaltecimiento de la mujer.

Florencia da una visión del hombre de familia y del padre que no esta enteramente disociada del personaje público; hosco, culto, impaciente, buen argumentador pero mal profesor. Este no es el ir y venir de Dr. Jeckill y el Sr. Hyde. Villegas es una versión atenuada pero sostenida de Hyde. Quiero decir que la hija no nos está revelando un personaje privado, esquizofrénicamente dulce y domesticado. Su padre es, de modo verosímil, muy parecido al personaje de la televisión.

El personaje público, insisto, no es diferente al hombre hogareño que se nos describe. Esta continuidad nos salva del lugar común que sacrifica una personalidad para conservar la otra. La ruptura que protagoniza tiene que ver con la falta de las mediaciones de la intimidad familiar. Ni los códigos, ni los afectos familiares están presentes en las salas de maquillaje o en el humor de los pasillos.

Dice la hija: «Mi papá es una persona de gustos simples, tranquilo, con un humor oscuro y brutal (a mi gusto, el único tipo de humor que se puede catalogar como tal)». Queda la impresión de que la “lascivia”, el lenguaje agresivo y el mal gusto público de Villegas vienen del traslado, sin mediaciones, de una expresividad que en privado es didáctica, afectiva y viril, a un espacio de relaciones en que lo mismo es desconcertante, ofensivo y machista. Allí donde la hija ve humor y firmeza, una colega se siente amenazada, asediada y sometida a una vulgaridad que ella no ha convocado.

La joven Villegas no cruza los límites, tan tenues y brutales a la vez, entre la virilidad y el abuso. Lo que la hija presenta como los juegos del padre, la coquetería y la pedagogía, son vividas por las mujeres que lo sufren como una afrenta, una agresión sobre seguro.

Su irrespeto pasa por encima de lo políticamente correcto para caer en otro lugar del sentido común, pasando a llevar en el trayecto la sensibilidad de las personas que tiene al frente; en el ascensor o en la audiencia. Villegas es intimidante y agresivo. Él es un hombre de antiguo cuño; de los que solo opinan de cuestiones trascendentales y desprecian las tonteras y las sensiblerías. Su lectura de Hegel no lo preparó suficientemente para la inversión de las valoraciones (por las que seguramente pasó, con Marx, hasta el hastío y el olvido).

Villegas es una víctima de mayo; un hombre de abril declarado obsoleto en julio. Y un padre admirado por sus hijas.

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Juan Carlos Altamirano C.

El lado oscuro

de la red

Soy defensor del empoderamiento y la libertad de expresión que nos brindan las redes sociales. Pero es preocupante cuando se abusa de ello para desinformar y polarizar la sociedad. Facebook, que era un espacio para hacer “amigos” y dialogar, hoy está invadida de propaganda, difamaciones, odio y resentimiento. Igualmente preocupante es que millares de personas globalmente dependamos de un duopolio: Google y Facebook. Ambos son dueñas a su vez de otras tantas empresas que no están sometidas a ningún sistema de regulación y control (salvo en China y otras dictaduras). El reclamo, un derecho básico del consumidor, es inexistente. Por otro lado, la delincuencia cibernética está a la orden del día: estafadores, robo de datos personales, hackeo de tarjetas y cuentas bancarias.

Cuando surgieron las redes sociales aplaudimos que fueran una suerte de servicio público gratis y democratizador. Pecamos de ingenuos. Con nuestro consentimiento, aceptamos que Facebook y Google nos espíen, registren nuestro comportamiento y decisiones, y vendan estos datos —nuestra privacidad— a otras empresas que se dedican inescrupulosamente a manipular los gustos, deseos y creencias de la población. Esto quedó de manifiesto en 2017, cuando los rusos y la empresa Cambridge Analytica usaron Facebook para intervenir en el plebiscito del Brexit y en la elección presidencial en EE.UU. Hasta entonces no había conciencia hasta qué punto una red social, aparentemente transparente y neutral, podía ser empleada para manipular a vastos sectores, polarizar la democracia y propagar el populismo nacionalista. Las bases de la democracia están siendo hackeadas.

Debido a esta intervención sin precedente en diversas elecciones en el mundo, los parlamentos en Europa y EE.UU. están buscando formas de regular las redes y garantizar la transparencia de los procesos electorales. En Chile recién se está legislando para impedir el hackeo bancario. ¿Y dónde están las leyes para proteger nuestra privacidad y evitar el robo de datos? ¿Dónde están las medidas para impedir que las elecciones sean intervenidas? ¿Será que Chile es tan insignificante que no tenemos forma de regular y defendernos del lado oscuro de la red? Estamos indefensos, y no tenemos otra alternativa que navegar por la anarquía total.

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“Es una verdadera paradoja ensayar ser de izquierda desconociendo la lógica conservadora del campo político”.

Alfredo Joignant

“El Frente Amplio está en el peligroso camino de parecerse a una fuerza más en el escenario político”. Con estas palabras, de inusual realismo, el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, retrataba a su coalición.

Pero, ¿qué significa “parecerse” en este caso? ¿Mimetizarse con el resto de los partidos? ¿Reproducir sus prácticas, indiferenciarse? Todo esto al mismo tiempo. Pero hay algo más profundo en las intuitivas palabras del alcalde: lo que denotan es la cooptación estructural del Frente Amplio por parte del funcionamiento del campo político, un espacio que se define por sus inercias y pesadas rutinas, de las cuales es muy difícil escapar.

Es cierto que en el origen de esta fuerza se encuentra presente una genuina voluntad de ser “otra izquierda”: rebelde, antineoliberal, ajena a todo tipo de cooptaciones y colusiones, moralmente virtuosa, ideológicamente pura. Pero esta otra izquierda olvida que ese ánimo de autenticidad se juega en un espacio de acción que supone seguir las reglas y convenciones del campo. De allí que cuando éste funciona en régimen de política normal, en donde incluso las más rudas controversias son codificadas por la lógica del campo, la cooptación —que llamaré estructural— de todas las fuerzas es algo más que una probabilidad. Elster no se equivocaba al señalar, en “Ulises y las sirenas”, que es una verdadera paradoja ser auténtico proponiéndose serlo o vencer el insomnio a base de pura voluntad. También lo es ensayar ser de izquierda desconociendo la lógica conservadora de funcionamiento del campo político: no porque éste sea ideológicamente conservador o porque esté hegemonizado por fuerzas de derecha, sino porque su funcionamiento social está orientado a la reproducción del orden político.

Esta es una de las tantas razones de por qué es tan difícil ser de izquierda y modificar en serio el orden político de las cosas. Si bien la voluntad de transformación es un requisito esencial, ésta no debe desconocer las profundas inercias del campo político. Es probable que, para salir del atolladero, las izquierdas requieran imaginar entroncamientos con el mundo social, así como utopías reales a escalas locales a partir de las cuales escalar en la modificación de la realidad. Pero hasta ahora, incluso el desorden interno del Frente Amplio, en el que cada uno hace un poco lo que quiere —desde Pamela Jiles votando en contra de la igualdad salarial apelando a su conciencia personal y no al interés colectivo, hasta Renato Garín denunciando la ignorancia de sus pares de coalición—, consagra la normalidad del Frente Amplio.

Si algún futuro tienen las izquierdas, éste pasa por producir transformaciones sin esperar que irrumpan coyunturas de crisis. De lo que se trata es de forzar el funcionamiento rutinario del campo estirando sus reglas, jugando con ellas: no para subvertirlo, sino para modificar lo que en él se encuentra en juego.

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