Abogado, 47 años, ex funcionario de los gobiernos de Frei y Lagos, y ex DC. De buena pluma, columnista dominical, integrante del primer panel de Estado Nacional y librepensador, es consultado por medios de izquierda y derecha.

Jorge Navarrete Poblete tiene padre y madre políticos. Él fue director ejecutivo de TVN con Patricio Aylwin; ella, ministra de Vivienda del primer gobierno de Michelle Bachelet.

Su pasión por volar no tiene antecedentes familiares. Es un amor que aterrizó en su vida a los 40. Y fue fulminante. “Cuando partí el curso, el instructor me dijo: ‘Vamos a hacer un vuelo de prueba'. Bajé del avión y pensé: ‘¿Dónde he estado toda mi vida que no había hecho esto?'”

Casado con Patricia Bada, compañera de curso en Derecho de la UDP y padre de cuatro hijas cuyos nombres comienzan con jota —Josefina, Jacinta, Juanita y Julia, de 19 a 7 años— ha tenido chispazos de iluminación importantes a 12 mil pies de altura.

—¿Qué idea se te ha ocurrido para solucionar una crisis o un problema de trabajo que se pueda contar?

—Trato de no pensar en el trabajo cuando estoy volando, pero es un espacio donde he reflexionado y pensado sobre mí. Por ejemplo, decidí que quiero trabajar para vivir y no vivir para trabajar, aprender a disfrutar con menos culpa el ocio. Mi generación tiene un tema con la eficiencia que supone postergar los momentos necesarios para uno.

—Esta pasión que te llegó a los 40 ¿te hace sentir vivo, libre, feliz?

—Es un momento de mucha libertad, no hay teléfono, reuniones, apuro, semáforos, pero lo más significativo es poder ir a lugares donde no habría llegado en otras circunstancias y tener una perspectiva distinta del espacio. Es parecido a lo que siempre experimenté con las motos, una afición que tengo desde chico.

Se define como obsesivo, tanto que en dos meses sacó la licencia de piloto privado. “Hacía instrucción tres veces por semana. Mis amigos y mi mujer se ríen, y dicen que estudié más para sacar la licencia que para el examen de grado”. Al instructor Rodrigo Guzmán, ahora convertido en amigo, lo persiguió durante un mes para que le hiciera clases. “Lo llamaba tres veces al día. Lo tenía loco”.

Siempre vuela temprano. Hay menos viento y es compatible con la vida familiar. Los sábados despega a las 9 AM del aeródromo Lipangue en Lampa y cuando el trabajo lo permite se arranca en la semana. En verano la rutina de vuelo es de lunes a domingo, saliendo a las ocho y regresando a la casa a las 11 de la mañana.

“Mejor pedir permiso

que perdón”

Todo partió hace siete años en Villarrica, donde veranea, cuando vio a Cote Evans cargando unos bidones y le preguntó para qué los quería. Él le contó que volaba en ultraliviano. “De vuelta de las vacaciones, vi dos ultralivianos en La Pirámide y llamé al Cote. Le pedí que me recomendara un instructor”.

Comenzó volando un ultraliviano. Siguió con un avión Bristell para dos personas de origen checo. Y hace cuatro años sumó su favorito: un biplano Hatz, muy parecido a los aviones de la II Guerra Mundial, que no posee cabina cerrada, sino una mica en la parte delantera. “Es un modelo de la época de los 50, pero armado con piezas nuevas el año 2013. Es como volver a las raíces. En este avión vuelo por Santiago, tiene una autonomía de dos horas. Se lo compré a un gringo que lo usó un año”. Debe protegerse del viento con un gorro con orejeras y antiparras. Y audífonos para hablar por radio con el copiloto que, en este caso, va sentado adelante mientras él conduce en el asiento trasero.

—¿Lo tuyo es un hobby o una obsesión? Todos los fines de semana subes fotos a Instagram.

—Es un hobby que desarrollo con harta pasión y disciplina. Esta no es una actividad peligrosa siempre que se cumplan las reglas básicas: estar bien de ánimo y de salud, preocuparse de la mantención del avión y de los chequeos previos. Y de la meteorología: frente a la duda, abstente, porque en esta pasión es mejor pedir permiso que pedir perdón.

“Invitaría de copiloto

a Ricardo Lagos”

El apodo de Pirincho, como lo conocen todos, nació de un coscorrón que le pegó el cura Gregorio Donoso por conversar con un amigo en clases de inglés en el San Ignacio. “Me dijo: ‘Usted tiene cabeza de quirquincho' y de quirquincho fue derivando a pirincho”.

—¿A qué político (a), actriz y presidente invitarías de copiloto?

— A la senadora Ena von Baer, porque más allá de nuestras diferencias, fuimos bien amigos en el programa Estado Nacional. A la actriz Luz Croxatto: era mi amor platónico, la veía en la tele y la encontraba guapa e inteligente. Y al Presidente Lagos, porque quizás sería el único lugar donde yo sabría más que él y no me daría tantas instrucciones.

Navarrete trabajó con él en La Moneda como subsecretario general de Gobierno cuando Osvaldo Puccio era vocero.

Y después se dedicó al ejercicio de su profesión en asuntos de carácter corporativo en el estudio Del Río Izquierdo, entre cuyos socios hay varios compañeros de Derecho de la UDP.

—¿Tus cuatro hijas te acompañan de vez en cuando?

—Al principio, sí, porque era novedad. Ahora me usan como taxi aéreo. Si estamos en Villarrica y alguna tiene que ir a Panguipulli me pide que la lleve (en el Bristell), porque son 15 minutos volando versus dos horas en auto. Y en Santiago a veces las llevo a Rapel, porque son 20 minutos en avión mientras en auto son dos horas y media. Ellas vieron una externalidad positiva para desplazarse donde sus amigas.

Su mujer, socia y administradora del apart hotel B en Bellavista, voló un par de veces, pero se mantiene lejos de las alturas, porque no le gustan los aviones. “La ponen nerviosa, aunque le encanta que yo vuele y no se queda preocupada”.

—¿Has tenido un aterrizaje de emergencia?

—Nunca pero lo he pasado mal un par de veces. Volviendo de Argentina, en un viaje con amigos, cruzamos la cordillera y en el Alto Biobío nos tocó viento y lluvia. El avión parecía un volantín.

—¿No te acuerdas de tragedias, como la de los rugbistas en Los Andes?

—No. Así como un automovilista no se acuerda de los peores accidentes que han tenido sus amigos, sean en moto o auto. Si lo hiciera, lo pasaría pésimo. Lo que sí no hay que confiarse, siempre tiene que haber cierto nivel de tensión.

—¿Es una afición cara, pensando en el costo del avión, el combustible, el hangar y el mantenimiento?

—En general, es una afición cara, pero mucho menos de lo que la gente imagina. La mayoría de los aviones nuevos ocupa bencina de auto y volar a cualquier lado sale más barato que una camioneta. No hay peajes ni semáforos y vuelas en línea recta.

—¿Qué tan lejos has llegado?

—Tengo un grupo de amigos pilotos y hacemos paseos una o dos veces al año. Lo más lejos, fuera de Chile, fueron las Cataratas de Iguazú. Demoramos tres días, porque la autonomía de vuelo (del Bristell) es de seis horas. Pero a mi edad empieza a ser más crítica la autonomía del piloto que la del avión. Te cansas, quieres ir al baño, te da hambre. La gracia es ir parando y disfrutando. También fuimos a Punta del Este, a la Patagonia argentina y quizás este año el destino sea Perú.

Su mamá es la que mira con menos simpatía la afición aérea de su hijo. “A mi papá lo quise llevar alguna vez pero ella no lo dejó. Es la que más se preocupa, sobre todo cuando salgo de viaje”.

—¿No te tienta hacer el curso de reservista de la FACh como el fallecido Guillermo Luksic, el síndico Fernando Jamarne o la presidenta de ComunidadMujer, Esperanza Cueto?

—No, el mundo militar me atrae en términos intelectuales, no como un modo de vida, pese a que vengo de una familia militar.

Cuenta que su bisabuelo fue comandante en jefe del Ejército, su abuelo fue general y su padre, brigadier mayor antes de estudiar Economía.

—¿Piensas hacer un upgrade y comprarte un helicóptero como tantos empresarios?

—No me gusta. El avión planea en caso de que se apague el motor o haya una falla y me siento más seguro. El helicóptero es una afición muy cara, está por sobre mis capacidades e intereses.

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