Las palabras de la académica Faride Zerán, enviadas en un correo electrónico a mediados de mayo, le dieron miedo. “¿Quieres escribir sobre el movimiento feminista?”. Nona Fernández nunca había escrito “sobre la cresta de la ola”. Siempre lo había hecho con lentitud, revisando archivos en bibliotecas.

Días antes, la escritora y dramaturga había escuchado por primera vez la voz de la estudiante de Derecho de la Universidad de Chile y denunciante de Carlos Carmona, Sofía Brito, en el programa radial de Natalia Valdebenito. Su testimonio —la escena, los personajes, el momento histórico— le pareció, arriesgándose a parecer morbosa, un tremendo material. Incluso fantaseó con la idea de una obra de teatro, que todavía le da vueltas en la cabeza. Ya sabía de qué iba a escribir.

Aceptó la invitación de Zerán para ser parte del libro «Mayo feminista. La rebelión contra el patriarcado» y, cual detective, rastreó los pasos de la estudiante en los archivos de prensa. Le fascinó el personaje. “Es una chica tan joven, articulada, muy inteligente y con mucho manejo. Además, es poeta, lo que me hizo acercarme desde un lugar más cómplice. Dije: ‘Ella es una de las nuestras'”, recuerda.

El resultado fue una crónica coral que recrea la denuncia de Brito contra el profesor Carlos Carmona, apodado “La República”, nombre que le dio el ex Presidente Ricardo Lagos por la influencia que tuvo en los gobiernos de la Concertación como jefe de la División Jurídica de la Secretaría General de la Presidencia (Segpres). Caso que, asegura, ilumina un escenario general. “Entiendo que es una metáfora de un país y de un momento histórico. La Sofía puede ser ella o cualquier mujer. Y Carmona es él, pero también es el reflejo del poder”, explica.

La semana pasada, Fernández conoció a Brito. “Yo estaba nerviosa porque uno trabaja con el material de otro, es como un ladrón. Pero ella estaba muy agradecida. Leer el texto fue una catarsis para ella, y se vio reflejada ”, dice.

—¿Por qué decidiste usar un narrador colectivo en el texto?

—Me salió esa voz y primero pensé que eran las alumnas de la Universidad de Chile. Pero después entendí que éramos todas las mujeres, las de ahora y las de antes, que escuchamos y vivimos estos relatos. Se tejió un coro griego de las mujeres de este país.

Lentes de rayos X

El camino que recorre Fernández en su texto imita el movimiento de las olas. Una que “no es como las otras”.

Escribe: “Somos una perspectiva, un lugar desde el cual mirar, un lente de rayos X que desnuda las bases de La República, que las deshace en nuestra líquida avanzada (...) Somos una ola. Crecemos, nos levantamos, para reventar con fuerza en una playa del futuro. Azotaremos rocas, socavaremos muelles, echaremos abajo los diques de contención. Vamos a modificar el mapa de las costas de La República. Y lo haremos nosotras. Todas nosotras”.

La escritora acota: “Me pareció que la analogía era hermosa, porque la ola es provocada por el viento —que termina en O, no en A—, y reacciona con mayor o menor fuerza según es provocada”.

—¿Te sorprendieron los casos que reveló la ola feminista?

—Ya no hago clases en la universidad, por eso les pregunté a algunas amigas por las tomas separatistas. Tuve acceso a algunos de los testimonios de las asambleas de mujeres y todo lo que se hablaba ahí era de una ferocidad que no esperaba. Me sorprendí. Siendo de una generación mayor, siento que de alguna manera tuvimos responsabilidad.

—¿Por qué?

—He trabajado mucho tiempo revisando archivos de la dictadura, y tengo súper claro que también hay una responsabilidad de la población civil. En este caso, creo que también nosotras, como mujeres, tenemos responsabilidad de no haber enfocado mejor el lente de rayos X para decir: “Hey, para la huevá. Con ellas no, con nosotras tampoco”. Uno ve que gran parte de la población femenina está completamente domesticada, no se siente interpelada, no lo entiende; y lo caricaturiza, lo minimiza, lo invisibiliza. De la misma manera como lo ha hecho el sistema.

Y continúa: “Las mujeres llevamos en el ADN la experiencia de un desastre en el cuerpo, con el que convivimos. El feminismo pasa por un punto de vista incómodo porque es un lugar nuevo, que no tiene códigos de lectura, y tienes que acostumbrarte y aceptarlo”.

—En tu libro “Liceo de Niñas” uno de los personajes se da cuenta de que en pleno 2016 “todo sigue igual” a 1990. ¿Puede pasar lo mismo con las demandas del movimiento feminista?

—Yo creo que no. Soy optimista y me gustaría pensar que ya se han corrido los límites, y que se van a seguir corriendo. Tengo 47 años y nunca había vivido esto: que en cada escenario en el que me he movido estos meses el tema esté presente. Esto ha sido muy efervescente, pero por supuesto que va a venir un momento de asentamiento. Lo que nos ha pasado como sociedad es que se nos impusieron los lentes de rayos X, querámoslo o no, y eso es un gran avance.

“Nunca me entraron balas”

En noviembre del año pasado, la escritora recibió el premio Sor Juana Inés de la Cruz, en México, y en su discurso —titulado “El terror y la paradoja”— se refirió a la dificultad de las mujeres de contar con un espacio para escribir “sin el agobio del ángel de la casa”, como lo llamaba Virginia Wolf. “Porque la gozosa escritura fue, y sigue siendo para las mujeres, una zona incómoda”, dijo en esa oportunidad.

—¿Tener un “cuarto propio” todavía es tema para las escritoras?

—Sí, sigue siendo un tema. En términos culturales y escriturales hemos ganado mucho espacio. Pero sigue siendo un lugar difícil, porque seguimos llenando el espacio de la escritura femenina. De pronto hay ciertos temas en los que deberíamos desenvolvernos y, cuando nos salimos de ellos, provocamos incomodidad. Estamos en la constante mesa de la literatura femenina, como si toda la literatura hecha por mujeres cupiera en un solo género.

—¿Y por qué se genera esto?

—Porque nos siguen viendo como un grupito aparte. A veces, sin mala intención.

—¿Alguna vez te sentiste fuera de lugar debido a los temas que trabajas en tus textos?

—Me ha costado entender el viaje que he hecho como autora. Cuando empecé a escribir en los 90, era incómodo hablar de memoria. Nunca nadie me dijo que no lo hiciera, pero sí me decían que escribiera de bulimia, por ejemplo. ¿Por qué me pedían a mí, que en ese entonces tenía dos libros de un tema, que hablara de esto otro? Porque pareciera que las mujeres debemos escribir sobre eso, y no de política o de la lucha armada. Mis editores me preguntaban: “¿Cómo se le ocurren estas cosas tan terribles?”. Pero nunca me entraron balas.

Y recuerda: “Una vez en Madrid me llevaron a una mesa de escritura rosa. Todo el respeto con la escritura rosa, pero me ponían ahí porque era mujer, ¡y no es mi ámbito! Ahí entiendes que hay un sesgo sexista”.

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