En el Archivo Histórico Nacional existe un plano de 1792 cuyo encabezado dice “Pueblo de Copequén”. Se lo sitúa entre El Olivar y Cohinco (hoy Coinco). Más que un pueblo, allí, por el tipo de proyección gráfica se entiende un territorio mayor. Algo como un sendero interminable que por la ribera sur del río Cachapoal comunica al centenar de pueblos que allí se acomodaron. Eso era El Copequén.

Una larga ruta en la que, en algún momento de su historia, sus caminantes se detienen, deciden un poblamiento, concentran y delinean sus casas a la vera de la calle… haciéndose parte de una entidad que nombran Copequén.

Todo, a 18 kilómetros al suroeste de Rancagua, por orilla que desde el Olivar Alto y Bajo, siguiendo la corriente del río, pasa a Copequén, a Coinco, a Chillegue, el Rulo, Millague, San Vicente de Tagua-Tagua… Una cincuentena de villorrios y Calles Largas que existen porque la bondad prodigiosa del Cachapoal lo permitió.

Por la feracidad de sus campos, buen clima, ríos y abundancia de aguas subterráneas, el territorio siempre estuvo habitado. Un testimonio es el llamado “hombre de Cachipuy”, cuyos restos se encontraron en el lecho de la laguna de Tagua-Tagua, junto a osamentas de megafauna, y con una data de entre 9.000 y 11.000 años.

Posteriormente se tiene noticias de los mapuche; aquí nombrados como “promaucaes”, apelativo que hace referencia a la rebeldía con la que enfrentaron la invasión inca. Las fuentes indican que Copequén fue sede de un curacazgo incaico, adelantado en técnicas agrícolas y artesanales, hasta más o menos el 1530. Luego de la llegada del español, tierras e indios son entregados en encomiendas. Las situadas en ambas riberas del río hacia el sur son adjudicadas (1546) a Pedro de Miranda. Así, los aborígenes locales son obligados al laboreo del oro y luego a la agricultura. En 1580, Copequén figura como Pueblo de Indios de Encomienda y sujetos a una Doctrina, es decir a un centro mayor de evangelización.

La encomienda inicial se traspasa a los herederos de don Pedro. En primer lugar a su hijo Pedro de Miranda y Rueda (1577) y en cuyos papeles legales está escrito que la estancia poseía “una viña; un molino; una vivienda y estancia de ganados”.

Hitos nacidos del suelo

Toda esa historia hoy se decanta en la plaza del poblado. Tanta magnitud territorial, al fin, dispuso sus casas enfrentadas a una larga calle (Heriberto Alvarez) que comenzando en La Puntilla, tras unos tres kilómetros termina magistralmente en la Plaza/Iglesia. Es así que se podría decir que Copequén comienza tres kilómetros antes de su plaza.

Es un viernes y no se ve a nadie. En medio de la pileta, un búho esculpido en terracota, hace caer en cuenta que se está en un lugar llamado “el agua del pequén"; el búho más pequeño de Chile.

Es muy visible como cambió la imagen cansina de una economía familiar -señalada por el transitar del pie, los caballos, carretas, bicicletas- a una calle que hoy debe soportar rápidos vehículos a tracción y enormes camiones industriales, que apenas caben en ella.

Sin embargo, en su plaza se está a salvo.

Desde su centro nacen los caminos hacia todo el antiguo mundo conocido: la Vega, la Isla, la Puntilla, la Angostura… Y desde estos nombres el viajero se percata de cuan ligados a su tierra han estado los copequeninos. Los cerros ocupan todo el horizonte inmediato, señalan los hitos nacidos del suelo: la Punta del Viento, el Portezuelo; otros son el Peñón, el Arenal, la Vega, los Tres Picos, el Abra, Las Compuertas…Este último un “callejón” en donde confluyen alamedas y acequias; paltos tutelares y antiguas casas como resabio de una urbanidad inaugural.

Reconforta que cerca de la iglesia se restaure una antigua casa, usando tecnología tradicional. Tampoco hay que engañarse, pues muchas otras se alzaron tratando de remedar la tipología y forma de las casas fundacionales, aunque al cambiar el adobe por internit, bajarles la altura y sus medidas perimetrales…resulten culturalmente empobrecidas.

Sin embargo, el templo (1908-1924) está muy bien. Su proporción, su armónica y sobria torre central, su tejado y aporticamiento… de verdad que entroncan verazmente con la estilística histórica. En él, cada año se celebra a Nuestra Señora del Rosario, con procesión.

Antiguo sendero y calle moderna

Sobre larga y sinuosa calle, Copequén alguna vez quiso ser pueblo y proponer una detención al viajero. Por ello es que en 1964 se trazó una plaza, un centro, y se pensó que aquello generaría una parada. No es fácil, pues en calle tan estrecha no existe la posibilidad de ver el detalle de sus casas. El transeúnte no tiene lugar ni distancia para hacerlo, pues compite con tan furioso tránsito.

Bajo los álamos las conversaciones son elocuentes. Tras los cercos, se ve el ramaje ya seco y colorido de cerezos, ciruelos, duraznos… En el sector sur existe una gran vivero de frutales, en lo que fue el antiguo fundo de los Ureta.

Al fin, siempre estará el recuerdo de que Copequén se alzó desde la voluntad de sus habitantes campesinos. Tras sus silenciosas fachadas se sigue salvaguardando un patrimonio intangible de rezadoras, médicas, culinaria, artesanía… desde un histórico sentido común que ojalá nunca deje de transitar por su Calle Larga.

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