Guillermo Mac Millan (77), jefe del Servicio de Urología del Hospital Van Buren de Valparaíso, en las últimas cuatro décadas ha operado a 500 pacientes para cambiarlos de sexo (más de la mitad gratuitamente).

En el hospital se caracteriza porque todos los días usa zapatillas (trota tres veces a la semana y desde 1992 ha corrido cuatro maratones en Nueva York, la última a los 70 años). Y también porque por los pasillos bromea con los médicos.

Tiene una estrecha oficina, donde hoy lee atento un documento de enero de este año donde se estipula que por primera vez el Ministerio de Salud apoya las actividades médicas y quirúrgicas de hospitales que atienden a personas trans: el Carlos Van Buren y Las Higueras de Talcahuano. “Es uno de los logros más importantes en mi tarea trans. Esperamos que sea refrendado por las actuales autoridades”, comenta.

En varios periodos Mac Millan —médico de la Universidad de Chile (1967) e Hijo Ilustre de Valparaíso (2014)— ha enfrentado prohibiciones explícitas en el hospital para operar transexuales, las que se han levantado dependiendo de las autoridades de turno. “En las clínicas privadas tampoco aceptan que opere a transexuales. Muchas veces estuve a punto de dejar esta tarea”, dice.

—¿Y por qué nunca se ha dado por vencido?

—Es que es gratificante. Me llegan unas cartas de agradecimiento que me emocionan, incluso me llaman papá. Ayudarlos es impagable. Me pregunto por qué he sido tan perseverante y es porque soy irreverente; no habría podido ser militar ni marino. La medicina ha sido mi prioridad. No he sido buen padre y no fui buen esposo. Y soy antisocial, no voy a los matrimonios ni a los funerales.

Su pilar y compañera es la uróloga Perla Yunge, su pareja por más de diez años y quien ha trabajado junto a él desde los años 70.

Hoy, con 72 pacientes transexuales en lista de espera (opera un caso al mes), recalca que no le interesa ser considerado un “héroe”. “No quería pasar a la historia como el doctor de los trans. Siempre he sentido un poco de vergüenza y pudor por esta labor, porque ha sido mal vista por mi familia y por todo el mundo”, confiesa.

De pronto a su oficina entra un urólogo de 28 años y Mac Millan le pregunta: “¿Tendrías objeción de conciencia para amputar un pene sano?” Responde que no, pero que no le interesa operar transexuales.

Mac Millan le plantea esta inquietud porque desde la primera vez que operó a un transexual en 1975 (es quien más casos ha operado en Chile), estuvo “completamente convencido”. “Si los operaba les cambiaba la vida y eso justificaba que lo siguiera haciendo. No cualquier médico se siente cómodo amputando un pene y unos testículos sanos para después botarlos a la basura”, dice subiendo la voz.

Explica que en pacientes transexuales realiza cirugías de genitoplastíafeminizante y masculinizante de acuerdo con la psiquis de la persona trans. “No hablo de cambio de sexo, porque el sexo está en el cerebro de las personas. No podemos cambiar el sexo ni con cirugías ni con sicoterapias ni con hormonas”, enfatiza.

Nacido en Valparaíso, padre de cuatro hijos, (uno urólogo) e hijo de un ingeniero de la Marina Mercante descendiente de escoceses y una dueña de casa, dice que está optimista porque cree que la ley de Identidad de Género se aprobará. “Al reconocer el cambio de documentos, con o sin cirugía de las personas trans, hará muy difícil que el ministerio postergue sus necesidades médicas”.

—La OMS anunció este año que dejó de considerar la transexualidad como un trastorno mental ¿Para usted qué es?

—La transexualidad es un desorden de la identidad del sexo y no de la orientación sexual. No es capricho, psicosis ni perversión. Es una situación rara y mal comprendida que con una operación puede cambiar la historia de un paciente. La persona trans requiere apoyo médico, hormonas por toda la vida, varias cirugías y documentación.

“No creo fenómenos”

—¿Qué lo llevó a estudiar medicina?

—Quería resolver problemas, mi meta era el trasplante y lo logré gracias a Jorge (Kaplán). Una de las motivaciones por las que fui urólogo fue por los trasplantes renales, que sigo haciendo, pero no es una solución definitiva. Son muy exitosos si duran 10 años, porque el paciente vuelve a un nuevo trasplante o diálisis.

—En las operaciones a transexuales, ¿el problema se resuelve en las cuatro horas que dura la cirugía?

—Eso es muy gratificante, que sin mucha parafernalia, con una cirugía de pocas horas, pinzas, tijeras y muy pocos elementos, se cambie definitivamente la vida de estas personas. La genitoplastia masculinizante y feminizante requiere los mismos elementos de hace 50 años.

—¿Se siente orgulloso de estas intervenciones?

—No es una tarea elegante. Algunos colegas me dicen: “Alguien tiene que hacer ese trabajo sucio”. Me he sentido como un delincuente; me han dicho que esta labor es inmoral. Y yo pienso, ¿cómo puede ser inmoral ayudar a acomodarles su cuerpo según su siquismo para una mejor calidad de vida? Hay que pensar que los trans hace 30 años significaban sida. Tenemos un centro de urología y mis colegas me pidieron que a los trans los atendiera los sábados, porque a los otros pacientes no les gustaba verlos. Imagínate que tengo un nieto estudiante de medicina y en el Hospital Naval un médico le dijo: “Tu abuelo es el que les corta el pene a los maricones”.

—¿Nunca se enfrentó a sus propios prejuicios?

—Claro. Cuando exponía este tema en charlas buscando apoyo para los trans, pensaba que era más fácil que entendieran a un trans que aceptaran a un homosexual. Por eso partía diciendo: ‘yo no opero a homosexuales'. Pensaba que los homosexuales tenían un problema no médico más difícil de aceptar que el de una persona trans que quiere hacer el rol heterosexual, pero en un cuerpo equivocado.

—¿En qué casos se niega a la cirugía de un transexual?

—Yo no creo fenómenos. Antes de operarlos a algunos trans les he pedido que se hagan algunos cambios físicos que los favorezcan para ser aceptados socialmente. Algunos son muy desfavorecidos, empezaron muy tarde y requieren cirugía complementaria.

—La primera encuesta Nacional de Clima Escolar (2016) de la fundación Todo Mejora (dedicada al bienestar de niños y niñas gay, bisexuales y lesbianas) reveló que la mayoría eran victimizados por su orientación sexual o identidad de género con casos de depresión y suicidio. ¿Cómo ve esta situación?

—El género es lo que uno siente que es y mis pacientes desde niños se sienten mujeres u hombres en un cuerpo que no les corresponde. He visto muchos jóvenes transexuales tratados por psiquiatras con psicóticos que han sido hospitalizados en clínicas para cambiarles la psiquis. Prácticamente el 100 por ciento de los transexuales tiene ideas suicidas, por eso operarlos es tan trascendente.

—¿Es verdad que operó a una monja?

—Hace muchos años empecé a recibir en mi consulta a un seminarista muy afeminado que se sentía mujer e insistía en operarse. Yo decía para qué voy a operar a un seminarista que tiene voto perpetuo de castidad, para qué quiere vagina. Pero me insistía en que era mujer y que haría el celibato con genitales femeninos.

—En algún momento se convenció de esta cirugía.

—Le hice una genitoplastíafeminizante y al tiempo apareció una monja muy buenamoza en mi consulta. Me dijo: “no se equivocó; estoy en claustro y muy contenta”. Me contó que era superiora y le pregunté si el Papa Francisco lo sabía y me dijo: “Le escribí al Papa y me respondió:“si usted tiene carnet de mujer, yo no tengo problemas”. Pero no puedo hablar más por el paciente.

—¿Cuándo piensa retirarse de esta actividad?

—Siempre pregunto qué edad creen que tengo y cuando me dicen que represento menos, pienso que me quedan más años de labor.

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