“Había dos casas de unos curas australianos que daban almuerzos a mendigos que eran parte del barrio. Todos los conocíamos, nos saludábamos”.

Álvaro Díaz, creador de “31 minutos” y ex vecino.

“A mi papá le decían que estaba loco por poner una panadería al final de Santiago”.

Agustín Campey,dueño de la “Panadería Tomás Moro”.

CLAUDIO CORTES

La “Panadería Tomás Moro” funciona desde 1972.

Intersección de calles Cuarto Centenario y Tomás Moro.

Las empanadas son el fuerte de la panadería.

De las chacras, potreros y el campo abierto que circundaban la “Panadería Tomás Moro” —ubicada en Cuarto Centenario, a un costado de la Rotonda Atenas— a comienzos de los años 70, ya no hay vestigio.

Pero en esa época, la zona era el límite del Gran Santiago, y Las Condes estaba comenzando a dejar atrás su pasado de pueblito. Algunos conjuntos habitacionales construidos por el arquitecto y académico de la UC Francisco Vergara, en lotes de unos 350 m2, se asomaban hacia el poniente y el sur de esta panadería, conocida por sus premiadas empanadas.

“En el año 69, a mi papá le ofrecieron este paño (de 2.500 m2) y lo compró. Le decían que estaba loco por poner una panadería tan grande al final de Santiago. Yo creo que fue visionario porque se dio cuenta de que 10 años antes, el límite era Manquehue; entonces, vio venir la expansión”, relata Agustín Campey, ingeniero comercial que heredó el amor por este negocio de su padre y tíos, y quien ahora es el único dueño de la “Panadería Tomás Moro”. El local aún conserva el letrero original: una caricatura de un hombrecito con dos panes en las manos, de cara redonda y ojos grandes, al estilo de Betty Boop.

La panadería y su letrero son la postal que queda de ese barrio de finales de los años 60 y principio del 70, pues las casas de alrededor se han ido remodelando, proliferaron los locales comerciales y de comida rápida, supermercados de retail y edificios en altura. Cambios urbanos que se iniciaron en los años 80.

En un futuro próximo, la zona albergará también la “torre social” que quiere construir el alcalde Joaquín Lavín.

Se inundaba en el invierno

Hernán Orozco, magíster en Urbanismo y profesor de Planificación y Ordenamiento Territorial de la UTEM, explica que “el desarrollo del sector partió en 1979 cuando la dictadura militar permitió, como política de suelo, construir en cualquier parte, independiente de si era urbano o rural. Era un sector que se sabía iba a ser caro. Pero como era tan lejano, había pocos servicios y la gente bajaba a Escuela Militar, porque era la zona comercial de Las Condes tradicional”.

Soraya Mellado vive hace 10 años en la esquina de calle Gredos, pero es vecina de toda la vida del lugar porque de niña vivía con sus padres a tres cuadras hacia el poniente de la Rotonda Atenas.

Recuerda que los únicos negocios que había eran la panadería y un supermercado Almac. “Las casas de al lado (sur) eran de carabineros y el resto era campo. En los últimos 15 años, mucha gente ha vendido sus casas y estas se transformaron en comercio”. También recuerda que la característica del barrio era que “cada vez que llovía se inundaba. Todas las calles: Tomás Moro, Cuarto Centenario, Colón. Quedaban con el agua acumulada que llegaba a las rodillas”.

Las inundaciones a las que se refiere Soraya ocurrían porque la zona no tenía colectores. De hecho, la Rotonda Atenas fue inaugurada en noviembre de 1997.

Álvaro Díaz, creador de “31 Minutos”, fue vecino del barrio por 17 años. Vivía con su familia a una cuadra de donde hoy está la rotonda. Cuenta que frente de su casa había una cancha de tierra donde jugaban los niños de todos los sectores que había alrededor. Se acuerda de un lugar transversal, de sitios que parecían potreros, con muchos peladeros y torres de alta tensión en la vereda. También de una vecina que vivía en una pequeña casa y que vendía tierra de hoja.

El primer gran edificio que se montó en el área es Imago Mundo. “Antes, allí había dos casas preciosas de unos curas australianos que daban almuerzos a mendigos que también eran parte del barrio. Todos los conocíamos, nos saludábamos. Recuerdo que mi papá preparaba un plato más porque siempre iba uno de ellos”, dice Díaz a La Segunda.

Justamente, todos esos recuerdos se le vinieron a la cabeza cuando vio las protestas de algunos vecinos, oponiéndose a la torre social que se levantará allí. Entonces recordó en su Facebook que antes ningún vecino hablaba de especulación inmobiliaria, menos los niños: “Nunca nadie habló de integración social ni tampoco de devaluación de propiedades. Nuestro único pánico era que la especulación inmobiliaria hiciera desaparecer la cancha, cosa que finalmente ocurrió. Así eran las cosas”. Y agregó: “La segregación es un asco. Combatir el clasismo es combatir la ignorancia, el miedo y finalmente luchar por la paz social”.

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